domingo, 18 de marzo de 2007

para los que quieren mover el mundo con su corazón solitario


Sábado en la tarde con un sol inclemente, que bañaba a los ríos de coches que fluían alejándose de la ciudad. Después llegaría Xochimilco, la Reina de Corazones y su vaivén de caimán aletargado, la fiesta y la gente. Todos ávidos de tiernas compañías, todos midiéndose las miradas, cavilando y sopesando cautos la estrategia necesaria para abandonarse en otro, para dejar vacío el vaso oscuro y melancólico.
La noche, las velas, el agua oscura, el ansia contenida. El sol claudicó a hora temprana, no así los noctábulos urbanos y los grifos proféticos devorados por la urbe cuajada de lucecitas.


Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados
una vez; aquéllos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta
ya mucho después de entrados todos
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia,
porque no serán consolados
los que no tendrán, los que no pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.

Rubén Bonifaz Nuño