martes, 25 de diciembre de 2018

POEMA DE NAVIDAD


Hablamos de la Navidad,
de por qué no la festejabas.
Dije que era una lástima
porque está llena de regalos,
comida, niños que ríen
gente feliz con gorros rojos.
Así que fuimos al centro comercial
me tomé una foto con Santa Claus
y comimos pizza.
Nuestra Navidad feliz.


No te conté que durante años
Santa no llegó a mi casa.
No hubo pavo en la mesa
y sólo un pequeño árbol
comprado en los saldos
horas antes de Nochebuena.
Uno de esos diciembres
caminaba con mi madre
y vi en una tienda un par de zapatos
negros, de terciopelo
con hebilla brillante.
Le pedí que me los regalara
porque había sido una chica buena.
Ella se acercó al aparador, vio el precio
y seguimos caminando.

La mañana de Navidad
vi mi regalo bajo el pino:
la caja más grande.
Adentro estaban los zapatos.
Me los puse enseguida
y bailé con ellos por la sala.
Mis hermanas pequeñas
recibieron juguetes diminutos,
algunos dulces
y yo tenía estos zapatos negros
de terciopelo, con su hebilla brillante.

Después regresó Santa,
el pavo, los gorros rojos,
el árbol de Navidad de tres metros.
Mi madre nunca menciona esa época
(tampoco cuando me fui de casa).
No te conté que en estas fechas
se me encoge un poco el corazón.

lunes, 9 de julio de 2018

'Hablo y en la palabra permaneces'

Alí Chumacero luce vital e imbatible. Ante su mirada avezada, robusta tras los gruesos cristales de sus lentes, desfilaron la prosa y la poesía de los mayores escritores mexicanos del siglo 20.
Fue amigo de Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen y Octavio Paz, quien lo definió como “el mago perfecto de las letras mexicanas”. Contemporáneo de Efraín Huerta, Juan José Arreola y Juan Rulfo, el nayarita fue testigo de uno de los periodos dorados, y difícilmente repetibles, de las letras mexicanas.
Alí se mantiene incólume y combativo. Su mente ágil navega en los recuerdos, en la nostalgia, pero no se pierde en las vastas aguas de la memoria, regresa para encarar el futuro, dar consejos, alentar a los jóvenes y seguir dedicándose al oficio que ha ejercido durante más de medio siglo: hacer libros.
Su rostro muestra los signos del tiempo, los 88 años que lleva encima, pero con lucidez extrema habla de literatura, de su libro Palabras en reposo editado por el Fondo de Cultura Económica y que este 2006 celebra el 50 aniversario de su publicación, así como de su obra poética que cabe en unas cuantas páginas, 150 para ser exactos, y que lo tiene insatisfecho.
Sin embargo, el nayarita se ha dedicado exclusivamente a la literatura. Aunque hace varios años dejó de escribir poesía, continúa trabajando entre la tinta y el papel.
Es gracias a Octavio Paz que Alí irradia ese brillo hechicero, pues fue el Nobel mexicano quien lo describió como “explorador de las noches de México y los confines de la madrugada; bebedor heroico; implacable corrector de pruebas; tipógrafo que hace de la página un jardín de letras; crítico lúcido; interlocutor irónico y tolerante; maestro de sus amigos.” Ese es el tamaño literario del hombre que visita Saltillo.

-¿Por qué decidió dedicarse al arte, la literatura, la poesía?
“La gente debe saber que el arte puede salvar su miseria espiritual, su pobreza económica. La soledad, la tristeza, el abandono, se pueden atacar con el arte.
“La poesía te escarba en el espíritu y la mente, te da a conocer la profundidad de un sentimiento, te otorga un gusto por el mundo. Pero es mentira pensar que el arte se puede hacer del aire, es un reflejo de la vida mostrado por el artista, quien debe ser una especie de mago, de prestidigitador.
“El tiempo es un río caudaloso y el arte es un depósito que recoge un poco de ese río y lo deja fijo, como una estatua... el arte detiene el tiempo en forma radical.”


-Ahora que toca el tema del arte, alguna vez mencionó que primero quiso ser pintor, antes de que se le atravesaran los libros…
“Cuando era niño leí Pinocho, del italiano Carlo Collodi, así como las aventuras de Buffalo Bill, que me impresionaron bastante. También leí a los autores rusos y franceses, pero eso fue más tarde. Hubo un tiempo en que interesó mucho la pintura, pero nunca tuve un maestro, así que mejor desistí. Era más fácil con los libros, uno los podía conseguir en las librerías de viejo.”


-¿Y cómo llegó la poesía, en qué momento decidió escribir?
“Mi primer poema lo escribí en 1935, a los 17 años, bajo la influencia de Amado Nervo, era un texto sencillo y no muy bueno. Porque la complicación de la poesía mexicana comienza con López Velarde en 1920, luego llegó Pellicer, quien inició la poesía contemporánea. Después llegaron Villaurrutia y Cuesta que formaron el grupo Los Contemporáneos. La poesía francesa fue detonadora de buena parte de la literatura mexicana.
“Aunque la poesía no lleva a ninguna parte, es como una vela, se quema en sí misma.”

-¿Cómo concibe el oficio del escritor, en qué medida se debe a la inspiración y el talento o, por el otro lado, a la paciencia, la terquedad, la insistencia?
“El poeta nace, el talento lo da Dios, pero la única forma de desarrollar el talento es leer libros... Y es que vale más un tonto que haya leído libros, que un inteligentísimo que no lo haya hecho.”

-Además de la poesía, su nombre es un referente cuando se habla de la edición de libros, usted estuvo atrás de la obra de Juan Rulfo, Octavio Paz, Juan José Arreola, Carlos Fuentes…
“En 1950 entré a trabajar al Fondo de Cultura Económica, yo soy un corrector de pruebas, de estilo. No soy un burgués, soy un obrero que ha vivido de los libros.
“He escrito muy poco porque lo que más me interesa es hacer libros, físicamente, y acercar a los jóvenes a la literatura y que no triunfen (ríe a carcajadas)... que el muchacho se convenza desde un principio que la literatura no sirve para nada.”

-Pero usted escribió un poema que para muchos es un referente de la poesía del siglo 20…
“Fue en 1938 que escribí un poema que ha tenido suerte, y que publiqué hasta 1940, Poema de Amorosa Raíz, que tiene imágenes que le gustan mucho a la gente. He escrito poco, pero no me arrepiento”.

-¿Cómo ve, a cincuenta años de su publicación, los textos que integran Palabras en reposo?
“No estoy satisfecho con muchos de esos poemas, aunque hay varios que reescribí durante varios meses. Soy un escritor meticuloso, por eso es que unos cuantos me parecen buenos poemas.
“Escribí un poema que sí me gusta y mucho que es Responso del Peregrino, no es aburrido del todo y lo escribí enamorado, no mucho, pero lo suficiente como para casarme con la mujer a quien se lo escribí. Y es que yo sigo la norma de Juan Rulfo: lo mejor del matrimonio es la viudez aunque yo sea el muerto (ríe).
“Ese fue un poema que terminé rápido, en tan sólo cuatro meses, lo publiqué en Novedades. Tengo claro que yo no escribo para las mayorías, de hecho tengo muy pocos lectores, sino para personas afines que me lean y comprendan.
“Lo que escribo tiene que ver con la Biblia, con la cultura griega, con referencias que en ocasiones el lector común ni siquiera sospecha.”

-Pero es que usted ha tenido una vida de lecturas, de letras, todo eso influye en su escritura…
“Para llegar a la edad que tengo se necesita una vida desordenada, que también es la forma como hay que leer. Nunca tuve la entereza para leer un solo libro, siempre leo tres o cuatro al mismo tiempo.
“Yo elegí un oficio cuando tenía 12 años de edad. A eso me he dedicado y lo voy a llevar hasta el final.” 

*Esta entrevista forma parte del libro La Casa Abierta, Conversaciones con 25 Poetas (Secretaría de Cultura de Coahuila, 2016)

lunes, 25 de junio de 2018

CICATRICES

Nací un miércoles de ceniza. 
Mi madre tenía una cruz marcada en la frente
cuando mi padre la llevó al hospital.
Aún es pronto, dijeron las enfermeras
y mi madre se fue a caminar sus contracciones.
Mi padre le contaba viejas películas
y chistes
muchos, porque mi madre ama reír.



Hacía calor ese febrero
y mis padres eran jóvenes y bellos.
Se habían casado a escondidas
pero eso fue en primavera y ahora moría el invierno.
La promesa del nacimiento y el renacimiento
El miércoles de ceniza es buen momento para creer.



Anochecía cuando mi padre convenció a las enfermeras.
Mi madre no podía dar un paso más con sus pies hinchados de placenta
de cansancio, de hija en camino.
Él dice que fue gracias a las joyas que llevó a la enfermería
yo creo que fue por sus ojos grandes y sus rizos
que le daban aire de rockstar desamparado.



Mi madre recuerda que le pusieron una bata azul
que quería marcharse en cuanto la acostaron en una cama
que pidió su ropa de vuelta
porque no era tiempo de tener una niña.
No para ella, tan joven, tan hermosa
con su cruz en la frente.
Mi padre no olvida los gritos que cruzaron la sala de de espera
pero no había nadie, sólo él.
Eran las once y treinta y tenía una hija
la primera
y una buena historia que contar.
Todavía era miércoles
y la ceniza seguía ahí: una cicatriz en su frente.





INVENTARIO DE SUEÑOS


Siempre tuve una lista de sueños por cumplir
La idea no fue mía, sino de las monjas
Que en las clases de catecismo decían
Dios te ama, pecadora y todo
Mientras repartían decenarios de plástico
Amuleto contra los malos pensamientos.

Pero en la noche me olvidaba de los sueños
Quería ser otra persona
Con otra lista
En la que no era importante sacar diez
Ni el cuadro de honor
Sino salir con los niños de la cuadra
A romper los vidrios de las casas vacías
A robar la fruta de Doña Simona
A saltar por los techos, con ganas
De romperme una pierna y no volver a ese colegio
Donde te pedían estar siempre alegre
Y no llorar
Porque Dios te ama
Pecadora y todo.

A fuerza de guardar fantasías
Me volví resistente a los rezos
Ciega a las señales
(Divinas o no)
Y conocí todas las formas del llanto
Los retruécanos del odio
Los mecanismos del rencor.
A cambio
Besé a los chicos guapos de la cuadra
Leí libros espléndidos
Escribí malos versos
Desperté en camas vacías
Loca de amor.

Siempre tuve otra lista de sueños por cumplir
Ahora que resplandece
Roja entre las llamas
Acudo a su encuentro.


Sylvia Georgina Estrada


jueves, 12 de abril de 2018

Sergio Pitol, un escritor desierto

Viajero incansable, los ojos de Sergio Pitol aún reflejan todo aquello que contempló durante su etapa de nómada, de autor errante y prófugo de movimientos o grupos literarios. Su vista, que hoy luce cansada tras sus breves antejos, no sólo observó múltiples paisajes europeos, también las pasiones que sólo pueden ser halladas en las letras de Joseph Conrad, Ford Maddox Ford y, por supuesto, de los máximos narrodores rusos.
A unos minutos de que inicie su conferencia magistral, uno de los eventos más importantes de la Feria del Libro de Saltillo, el Premio Cervantes luce nervioso. Ansioso, estruja su texto mientras se le recuerda su paso por Coahuila. El cielo se tiñe de tonos rojizos mientras Pitol rememora que fue aquí, en Saltillo, donde compartió el foro con Álvaro Mutis.
"Fue hace como 14 años, estuvimos primero en otra ciudad, en Torreón, me parece, y luego venimos acá". También recuerda, mientras se desembaraza de la corbata azul que trae anudada al cuello y se quita el chaleco, que ya era otoño cuando vino, en el 2000, de nueva cuenta a la ciudad, en esa ocasión acompañado también de Andrés Hernestrosa.
"Todavía hace mucho calor en el norte", dice en voz baja al momento que guarda desenfadadamente su corbata en el bolsillo del saco.
Pero este páramo es muy distinto al que vivió en su exilio voluntario en el extranjero, pues Pitol considera que él escribió "en el desierto, porque estuve aislado de lo que mis contemporáneos leían en México, de lo que se escribía".
Al hablar su trabajo de traductor con los escritores rusos, Pitol dice que estuvo de agregado diplomático primero en Praga y más tarde en Moscú. Fue ahí donde leyó en ruso los textos de Tolstoi acompañado de una botella de vodka y de un nutrido grupo de jóvenes, al amparo de la madrugada.
"Volví a los rusos, una pasión de mi adolescencia. Chéjov, Gogol, Tolstoi  han sido desde siempre mis ángeles tutelares. La originalidad de esta literatura, su inmensa energía, su excentricidad son sorprendentes como lo es el país", comparte con evidente entusiasmo.
Antes de marchar a su cita con los devotos de Domar a la Divina Garza, de la magia que sólo es posible en las páginas de su obra narrativa, el escritor no puede reprimir el enfado que le causa que no estén a la venta los libros que publica en la Editorial Era, que tienen un precio más accesible en comparación con las ediciones de lujo que se exhiben en el stand del  Fondo de Cultura Económica.
"Es que pedí que trajeran libros de la Editorial Era, que es donde he publicado casi todos mis libros, y son unos libritos para los jóvenes", dice con la mirada puesta en De la Realidad a la Literatura,  el único ejemplar suyo de 100 pesos que está a la venta en la Feria del Libro.
"Pues no está tan caro, pero no es mi obra, son unas conferencias", dice cabizbajo.
Ese semblante triste cambiaría cuando, ya sobre el podio, ofrece al público la lectura de su texto "De Cómo Escribí mis Primeras Novelas" que trata sobre su incursión en las letras, en 1956, cuando escribió sus primeros textos: "Tenía 23 años y al año siguiente publiqué mi primer libro".
El público no puede evitar reírse cuando escucha a este maestro de la palabra recordar los contratiempos que sufrió en Europa, tampoco conmoverse cuando lo oye hablar sobre la revolución juvenil que recorrió Europa en el 68, sus escarceos literarios con la traducción y la angustia que sintió al escribir su libro Juegos Florales.
Al final de un largo camino literario, Pitol toma las palabras de Joseph Conrad, autor que le transformó su concepción novelística cuando lo tradujo al español, para describir su paso por las letras universales: "La tarea que me he propuesto realizar a través de las palabras es hacer oír, hacer sentir y sobre todo hacer ver. Sólo y todo eso".
(Publicado originalmente en septiembre de 2008, en el periódico Vanguardia)

jueves, 5 de abril de 2018

EL DESTINO JUEGA

Porque de algún modo el mensaje se encontró con un trasgo,
porque los precedentes acuciaron tus expectativas,
porque Londres era aún para ti un caleidoscopio
de lugares y nombres que cualquier sacudida podía arrebatar,
esperaste equivocada. El autobús del Norte
llegó y se vació y yo no estaba.
Por más que insistieras y rogaras
al conductor, entre lágrimas probablemente,
para que me fabricase o se acordara de haberme visto,
yo me había perdido. No estaba allí, sin más.
Las ocho de la tarde y yo perdido y en paradero desconocido
por algún lugar de Inglaterra. Frenaste
tu confiada inspiración
y no echaste a correr entre el pululante
tráfico alrededor de la estación Victoria, completamente segura
de que te toparías conmigo, dondequiera que yo caminase.
Yo no caminaba por ningún sitió. Estaba sentado
e imperturbado en mi asiento del tren
que se balanceaba hacia King's Cross. Alguien,
más calmo que tú, te hizo una sugerencia. Así es que,
cuando bajé del tren, esperando encontrarte
en algún lugar bajo la raíz del andén,
vi la agitación y el tumulto, una figura
luchando contra la marea de aislados pasajeros,
tu rostro derretido entonces, derretidos tus ojos
y tus exclamaciones, tus brazos agitándose,
tus lágrimas salpicando
como si yo volviese de la tumba
contra toda posibilidad, contra
cada negativa que no fuera tu oración, la tuya,
dirigida a tus propios dioses. Supe allí
lo que era ser un milagro. Y detrás de ti
tu jovial taxista, riéndose, como un pequeño dios,
al ver a una chica americana ser tan americana,
y ver el frenético recorrido de tu carruaje,
rogándole, sollozando y espoleándole
para que hiciera ocurrir lo que tú necesitabas que ocurriera.
Un éxito completo, gracias a él.
Pues fue una maravilla
que mi tren no llegase antes, mucho antes incluso,
que se detuviera, tarde, en el momento justo
en que irrumpías tú en el andén. Fue
natural y milagroso e incluso un presagio
confirmando todo
lo que tú buscabas confirmar. Así es que tu enorme desesperación,
tu carrera por Londres a través del pánico
y tu triunfo entonces, me salpicaron
como un amor cuarenta y nueve veces aumentado,
como el primer trueno de un aguacero que se tragará
la sequía de agosto
cuando la tierra entera quebrada parece estremecerse
y cada hoja tiembla
y todos alzan los brazos y lloran.

Ted Hughes (traducción Luis Antonio de Villena)