Viajero
incansable, los ojos de Sergio Pitol aún reflejan todo aquello
que contempló durante su etapa de nómada, de autor errante y
prófugo de movimientos o grupos literarios. Su vista, que hoy luce
cansada tras sus breves antejos, no sólo observó múltiples
paisajes europeos, también las pasiones que sólo pueden ser halladas
en las letras de Joseph Conrad, Ford Maddox Ford y, por supuesto, de
los máximos narrodores rusos.
A unos minutos de que inicie su conferencia magistral, uno de los eventos más importantes de la Feria del Libro de Saltillo, el Premio Cervantes luce nervioso. Ansioso, estruja su texto mientras se le
recuerda su paso por Coahuila. El cielo se tiñe de tonos rojizos
mientras Pitol rememora que fue aquí, en Saltillo, donde compartió
el foro con Álvaro Mutis.
"Fue
hace como 14 años, estuvimos primero en otra ciudad, en Torreón, me
parece, y luego venimos acá". También recuerda, mientras se
desembaraza de la corbata azul que trae anudada al cuello y se quita
el chaleco, que ya era otoño cuando vino, en el 2000, de nueva
cuenta a la ciudad, en esa ocasión acompañado también de Andrés
Hernestrosa.
"Todavía
hace mucho calor en el norte", dice en voz baja al momento que
guarda desenfadadamente su corbata en el bolsillo del saco.
Pero
este páramo es muy distinto al que vivió en su exilio voluntario en
el extranjero, pues Pitol considera que él escribió "en el
desierto, porque estuve aislado de lo que mis contemporáneos leían
en México, de lo que se escribía".
Al
hablar su trabajo de traductor con los escritores rusos, Pitol dice que
estuvo de agregado diplomático primero en Praga y más tarde en
Moscú. Fue ahí donde leyó en ruso los textos de Tolstoi acompañado
de una botella de vodka y de un nutrido grupo de jóvenes, al amparo
de la madrugada.
"Volví
a los rusos, una pasión de mi adolescencia. Chéjov, Gogol, Tolstoi
han sido desde siempre mis ángeles tutelares. La originalidad
de esta literatura, su inmensa energía, su excentricidad son
sorprendentes como lo es el país", comparte con evidente
entusiasmo.
Antes
de marchar a su cita con los devotos de Domar a la Divina
Garza, de la magia que sólo es posible en las páginas de su
obra narrativa, el escritor no puede reprimir el enfado que le causa
que no estén a la venta los libros que publica en la Editorial Era,
que tienen un precio más accesible en comparación con las ediciones
de lujo que se exhiben en el stand del Fondo de Cultura
Económica.
"Es
que pedí que trajeran libros de la Editorial Era, que es donde he
publicado casi todos mis libros, y son unos libritos para los
jóvenes", dice con la mirada puesta en De la Realidad a
la Literatura, el único ejemplar suyo de 100 pesos que está
a la venta en la Feria del Libro.
"Pues
no está tan caro, pero no es mi obra, son unas conferencias",
dice cabizbajo.
Ese
semblante triste cambiaría cuando, ya sobre el podio, ofrece al
público la lectura de su texto "De Cómo Escribí mis Primeras
Novelas" que trata sobre su incursión en las letras, en
1956, cuando escribió sus primeros textos: "Tenía 23 años y
al año siguiente publiqué mi primer libro".
El
público no puede evitar reírse cuando escucha a este maestro de la
palabra recordar los contratiempos que sufrió en Europa, tampoco
conmoverse cuando lo oye hablar sobre la revolución juvenil que
recorrió Europa en el 68, sus escarceos literarios con la traducción
y la angustia que sintió al escribir su libro Juegos
Florales.
Al
final de un largo camino literario, Pitol toma las palabras de Joseph
Conrad, autor que le transformó su concepción novelística cuando
lo tradujo al español, para describir su paso por las letras
universales: "La tarea que me he propuesto realizar a través de
las palabras es hacer oír, hacer sentir y sobre todo hacer ver. Sólo
y todo eso".
(Publicado originalmente en septiembre
de 2008, en el periódico Vanguardia)