martes, 9 de septiembre de 2014

Adonde quiera que vayamos


Adondequiera que vayamos siempre llegamos demasiado tarde
a aquello que una vez salimos a buscar.
Y en cualquier ciudad en que nos quedamos
están las casas a las que es demasiado tarde para volver
los jardines en los que es demasiado tarde para pasar una noche de luna
y las mujeres a las que es demasiado tarde para amar
lo que nos tortura con su intangible presencia.

Y sean cualesquiera las calles que creemos conocer
nos llevan más allá de los jardines floridos que andamos buscando
y que difunden por toda la vecindad sus pesadas fragancias.
Y cualesquiera que sean las casas a las que volvemos
llegamos demasiado tarde por la noche para ser reconocidos.
Y cualesquiera que sean los ríos en que nos reflejamos
no nos vemos hasta que les hemos dado la espalda.

Henrik Nordbrandt (versión de Francisco Uriz)


miércoles, 6 de agosto de 2014

Si muero pronto

Si muero pronto,
Sin poder publicar ningún libro,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letras de molde,
Ruego, si se afligen a causa de esto,
Que no se aflijan.
Si ocurre, era lo justo.

Aunque nadie imprima mis versos,
Si fueron bellos, tendrán hermosura.
Y si son bellos, serán publicados:
Las raíces viven soterradas
Pero las flores al aire libre y a la vista.
Así tiene que ser y nadie ha de impedirlo.
Si muero pronto, oigan esto:
No fui sino un niño que jugaba.
Fui idólatra como el sol y el agua,
Una religión que sólo los hombres ignoran.
Fui feliz porque no pedía nada
Ni nada busqué.
Y no encontré nada
Salvo que la palabra explicación no explica nada.

Mi deseo fue estar al sol o bajo la lluvia.
Al sol cuando había sol,
Cuando llovía bajo la lluvia
(Y nunca de otro modo),
Sentir calor y frío y viento
Y no ir más lejos.

Quise una vez, pensé que me amarían.
No me quisieron.
La única razón del desamor:
Así tenía que ser.

Me consolé en el sol y en la lluvia.

Me senté otra vez a la puerta de mi casa.
El campo, al fin de cuentas, no es tan verde
Para los que son amados como para los que no lo son:
Sentir es distraerse.

Alberto Caeiro

Versión de Octavio Paz

sábado, 3 de mayo de 2014

TARJETA DIURNA



Afligido estoy y abatido en extremo; la fuerza de los gemidos de mi corazón me hace prorrumpir en alaridos.
Salmo XXXVII

Sálvame, Dios mío, de mis enemigos, líbrame de los que me asaltan. Sácame del poder de los que obran inicuamente y libértame de esos hombres sedientos de sangre.
Salmo LVIII

Dame voz, oh Señor, para entonar mi plegaria
obséquiame noches de sueños cortos
que huyan de la memoria al despuntar el alba.
Permite, Señor, que pueda despedirme de los míos
y que sus voces sean escuchadas por tu oído omnipresente
que sientan alivio en medio de su soledad forzosa
que una vaga esperanza reconforte sus espíritus
con un rayo de sol que se cuele por la ventana
con la memoria de días llenos de sonrisas y abrazos.

No consientas que mi estirpe sea borrada
deja que mis muertos conserven sus nombres
que el suelo árido no carcoma sus huesos olvidados.
Concédeme la gracia de besar sus párpados inmóviles
de ahogar en rabia los lamentos.

Ten, Señor, misericordia de mí, que estoy sin fuerzas
¿Hasta cuándo mostrarás tu cólera? Ya nadie se acuerda de ti
ni del infierno que se multiplica en las calles
en la nota roja de los periódicos, en los murmullos de los funerales
aunque tu nombre sigue resonando en las bocas torcidas de las víctimas.
Por eso levántate, oh Señor Dios, no olvides a los sufrientes
quebranta el brazo de opresores y malignos.
Libéranos con tu encono poderoso
venga la sangre de tus siervos.

Canto tu himno, oh Señor, para alejar tanto infortunio
para hallar resignación
ante las cruces que se reproducen en la tierra.
Para que la confusión y la vergüenza
invadan el corazón del enemigo.
Ya no encuentro la salida entre tanta oscuridad
ando todo el día cubierto de tristezas.

No te pido consuelo, oh Señor, te pido revancha
lágrimas que jamás se sequen
furia que no se agote
y una pluma veloz que no descanse.

miércoles, 23 de abril de 2014

Las revelaciones de Alice Munro


El cuento es “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”. Esta sentencia de V.S. Pritcher la recoge el norteamericano Raymond Carver en su ensayo “Escribir un cuento”. Una descripción que se ajusta perfecto a la sensación que provoca leer la obra de Alice Munro, la más reciente integrante del club del Premio Nobel de Literatura.
     La obra de la canadiense no era muy leída antes de ganar el máximo galardón de las letras, un hecho que se debe a que en estos tiempos las editoriales apuestan por la publicación de novelas, dejando en un segundo plano a la narrativa breve. Al respecto, la propia Muro señaló, en una entrevista para una televisora canadiense, que el Nobel podría “hacer ver a la gente que el cuento corto es un arte importante, no algo con lo que uno juega hasta tener una novela escrita”.
     En México, algunos de los títulos de la canadiense que puede encontrar el lector, editados por Penguin Random House, son: “La Vida de las Mujeres”, “Demasiada Felicidad” y “Amistad de Juventud”.
     Hace unos días leí con detenimiento “Las Lunas de Jupiter” y “Mi Vida Querida”, este último contiene cuatro textos autobiográficos escritos con la maestría de Munro, pero revestidos de emociones profundas.
     La autora comparte las sensaciones de su infancia, en las que se mezclan la extrañeza y el dolor ante los cambios y la muerte. También, en los apartados “Voces” y “Vida Querida” —que le da título al libro— tenemos un atisbo a la vida de una joven Alice, que vive en una casa aislada del pueblo, en pleno campo, y que narra, a través de una mirada prístina, sus andanzas en el bachillerato, las tareas domésticas, el fracaso del negocio paterno, la aparición temprana del Parkinson de su madre. “en casa no cundió el desconsuelo más que de costumbre”, señala la autora con ese estilo en el que la narración se hilvana con frases cortas y contundentes.
     Munro escribe del tiempo en que había cines en todos los pueblos; de los noviazgos cortos destinados al naufragio; de los viejos que ven cerca, muy cerca, un destino inefable; de las casas aisladas en la que habitan ermitaños, solitarios, perdedores, gente que decidió bajarse del tren de la vida para verla pasar.
     No hay mucho drama en los cuentos que conforman “Mi Vida Querida” y “Las Lunas de Júpiter”. No es que la escritora nos entregue fuertes escenas de llanto o de una emoción extrema que reflejen el desaliento de algunos de sus protagonistas. La cercanía que surge entre lector y los personajes se logra a través de los diálogos o de una línea breve y contundente, capaz de conmovernos.
     “Lo que sienten no es terror ni agradecimiento, todavía no. Lo que sienten es perplejidad”, describe en el cuento “Cena del Día del Trabajo".


“Las Lunas de Júpiter” presenta una serie de relatos — “Historias Desafortunadas, , “Accidentes”, “Prue”, Visitas”, etcétera— que se erigen sobre vidas ordinarias, y se construyen con detalles minuciosos, labrados con precisión demoledora. Personajes que recorren calles y caminos de Canadá, pero que nos dan la sensación de que habitan en nuestro vecindario, de que podríamos topamos con ellos a la vuelta de la equina, que los rozamos en la parada del camión, que los escuchamos en el supermercado o hablando solos en la oficina de la lado. Hombres y mujeres que nos hablan de las transformaciones, del paso del tiempo, de los deseos no cumplidos y del resentimiento que guardamos dentro, en una suerte de caja de seguridad cuya cerradura se avería cuando hemos dejado atrás la juventud y sus sueños disparatados.
     “No debes dar al lector ninguna oportunidad de recuperarse: tienes que mantenerlo siempre en suspenso”, solía aconsejar el escritor ruso Anton Chéjov. Y Alice Munro, la “Chéjov canadiense”, no da tregua en sus relatos y nos deja este espejo de letras, insinuando que ahí, entre las páginas, hemos atisbado un fragmento de nuestra propia existencia.

viernes, 21 de marzo de 2014

Consejos


Cuando era niña mi padre con voz seria
la de las circunstancias importantes, me llamó.
Escucha con atención, dijo, mirándome a los ojos
tengo tres consejos que darte:
No hables con hombres extraños.
No camines por calles oscuras.
No entregues el corazón.

Recuerdo que solía jugar en el parque
mi respiración se detenía con ver, a unos metros
el rostro adusto de un hombre
la alarma aumentaba cuando éste sonreía.
Sin dejar de mirarlo, me retiraba paso a pasito
sintiendo en la espalda un escalofrío nervioso.
Pero a la vuelta de los años,
sin apenas darme cuenta
los hombres dejaron de parecerme seres oscuros,
insondables, tal vez malvados.
En su interior había un misterio que deseaba resolver.
Y cayó en el olvido el primer consejo de mi padre.

Las calles sombrías, por otro lado,
siempre me provocaron un temor reverencial.
primero, cuando las fui recorriendo a solas
había en los paseos de la adolescencia
un sabor a triunfo, a libertad, a valentía.
Pero al correr de los años las calles se volvieron frías
peligrosas.
Los muertos comenzaron a aparecer en las esquinas
un chelista fue apuñalado al romper el alba
llenándonos el alma de un horror triste.
Sitios completos de mi ciudad quedaron huérfanos
sólo visitados a través de las pantallas de la televisión
de los relatos sórdidos de nota roja.
Olvidamos el sabor que produce el amanecer
cuando te atrapa como ave de presa.
Las casas se volvieron fortalezas
la gente se encerró tras sus muros
las calles abrían sus fauces.
A mi pesar, seguí el segundo consejo de mi padre.

Con el corazón no fue tan sencillo.
Solía entregarlo con gusto a las mariposas brillantes
a los perros callejeros,
a los perdedores, a los soñadores,
a los protagonistas de los libros.
Después llegaron los amigos
y los hombres extraños
a los que no debía dirigir palabra alguna.
Poco a poco, sin medir las consecuencias,
olvidé que no debía entregar el corazón.
Ahora no hay marcha atrás y es duro,
y bello, e insalvable.

Veo a mi hija jugar en el parque
cómo escucha el canto de los vencejos
cómo mira con desconfianza a jardineros y choferes.
Cuando se acerca a consolar a un niño pequeño
que lloriquea tras caerse del columpio
sé que ha llegado el tiempo.
Hija, escucha los consejos de mi padre:
No hables con hombres extraños
no camines por calles oscuras
no entregues el corazón.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Miércoles de ceniza


I
Porque no espero volver
Porque no espero
Porque espero volver
Deseoso del don de éste y de la visión de aquél
Ya no me esfuerzo más por esforzarme por cosas semejantes
(¿Por qué debiera desplegar las alas el águila ya vieja?)
¿Por qué debiera lamentarme yo
Por el poder perdido del reino acostumbrado?

Porque no espero conocer jamás
La endeble gloria de la hora positiva,
Porque pienso que no
Porque conozco que no he de conocer
El único real de los poderes transitorios
Porque no he de beber
Allí, donde los árboles florecen, y los manantiales fluyen, pues –de nuevo– no hay nada

Porque yo sé que el tiempo es siempre tiempo
Y que el espacio es siempre sólo espacio
Y que es actual lo actual sólo en un tiempo
Y sólo en un espacio
Me alegra que las cosas sean tal como son y
Renuncio al rostro bienaventurado
Y renuncio a la voz
Porque no he de esperar ya retornar jamás
Me alegro en consecuencia, al tener que construir algo
De qué alegrarme.

Y ruego a Dios se apiade de nosotros
Y le ruego que yo pueda olvidarme
De aquellas cosas que conmigo mismo discuto demasiado
Explico demasiado
Porque no espero retornar jamás
Deja que estas palabras respondan
Por lo que se ha hecho, para no volver a hacerse
Que el juicio no nos sea demasiado gravoso

Porque estas alas ya no son alas para volar
Sino sólo abanicos que baten en el aire
El aire que ahora es terriblemente angosto y seco
Más angosto y más seco que la voluntad
Enséñanos a preocuparnos y no preocuparnos
Enséñanos a quedarnos sentados quietos.

Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de
nuestra muerte
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

T.S. Eliot (Traducción de Ezequiel Zaidenwerg)


domingo, 23 de febrero de 2014

Poesía en la mesa de cocina

Escribir es quizá el único arte en el que hay muchas mujeres de primera categoría”, afirmaba Susan Sontag. Durante las últimas semanas he tenido la oportunidad de descubrir a tres autoras que calzan a la perfección en la descripción de la intelectual norteamericana: María Polydouri, Julia Hartwig y Hamutal Bar-Yosef.
      ¿Qué tienen en común estas mujeres? Todas nacieron en el siglo 20; cuentan con una voz poética fuerte y directa que además habla del espíritu femenino ―el amor, la ternura, la maternidad, la cocina, la niñez― aunque sin una inclinación excesiva hacia escritos netamente de género; y forman parte del maravilloso trabajo de traducción de la editorial regiomontana-española Vaso Roto. Y para seguir esta línea de ideas, hay que apuntar que esta casa editora nació por la iniciativa de otra mujer escritora: Jeannette Clariond.
      Ya he tenido oportunidad de escribir sobre la obra de María Polydouri (Grecia, 1902-1930), cuyo libro Los Trinos que se Extinguen es traducido al castellano por primera vez por el poeta Manuel Macías.
      Esta obra forma parte del breve, pero valioso legado de Polydouri, en donde la escritora trata temas como la muerte, la enfermedad, el amor, el deseo, la soledad, el tiempo breve de los hombres:

Ni aquí siquiera, en esta tierra extraña donde me ha arrojado,
volteándome, la ola de la desventura,
pude encontrar la paz sepulcral de los naufragios.
Por más que la negra sed agite mis entrañas,
aunque mi voz se ahogue gimiendo de dolor,
siempre seré la víctima con que juegan los sueños.

Guardar en la memoria

“Escribir representa mi salvación. Y, no obstante, no escribo para salvarme”, sostiene Julia Hartwig (Polonia, 1921), cuya obra llega por primera vez a los lectores en lengua española gracias a Dualidad. Antología Poética, una edición bilingüe de Antonio Benítez Burraco y Anna Sorieska.
      Hartwig ve el mundo a través de un prisma que nos hace reflexionar sobre el tiempo, la fugacidad de la existencia, la soledad, el dolor que radica en la belleza que penetra la carne como hoja de cuchillo, pues lo que nos rodea es “claro, poco claro”, como sostiene uno de sus poemas. Sin embargo, es ahí donde reside la fuerza de la literatura, de la música, de la pintura, que nos dan la oportunidad de volvernos inmortales, un tema con el que la autor
a está plenamente identificad, pues pertenece a una familia de artistas:

El arte es conjurar la existencia
para que perdure
aunque su ámbito se extienda hasta lo invisible.

      El poder de la memoria y de encontrar el equilibrio en una vida contradictoria, que a veces carece de sentido, también se descubre en la obra de la Hartwig:

Experimentó la soledad y la melancolía
Como si sólo ella existiera
a pesar de saberse una entre muchos
Le fue dado conocer el amor
y que sus ojos se abrieran a las maravillas del mundo
La consumía el enigma de la partida.

      La poeta invita a darnos una pausa en medio del trajín de la vida contemporánea, a detenernos y contemplar nuestros dones, aunque estén envueltos con espinas:

Y cuando caminando entres en los cielos
No olvides que el corazón precisa
Un poco de tierra de la que brote una flor
Y algo de amargura, en pago por el tiempo,
Por todo cuanto no ha de cumplirse.

De cara a la noche

No hace falta explicar nada. O conoces el lugar donde duele o no lo conoces, sentencia el poema de Hamutal Bar-Yosef (Tel Yosef, 1940) que da título a la antología que recoge cuatro décadas de obra poética de la escritora israelí.
      El año pasado Israel fue el invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y en ese marco la editorial Vaso Roto publicó esta edición bilingüe que contiene textos de los libros Tiempo, Que sus labios, Mesa de cocina, El lugar donde duele, Contra la oscuridad y A los lectores.
      Nacida en un kibbutz, Hamutal vivió una etapa en la que, después del nacimiento del estado de Israel, se recuperó la lengua hebrea, lo que dio vida a una creación literaria muy particular. Así, en la obra de la escritora hay varias referencias al momento histórico que le tocó presenciar:

Tendremos un Estado: este sereto
se lo reveló a mis padres el extraño que hablaba por la radio,
un hombre intimidante y sabelotodo que gemía plegarias durante el Shabat.

      En la obra de Hamutal hay una fuerte voz femenina, que se traduce en versos alusivos a la maternidad, la comida, al tiempo que se pasa junto a la mesa de cocina, rebanando vegetales, preparando guisos.

También yo veo las grietas/ sobre la pesada mesa de la cocina,
más vieja que nueva.
También yo veo sus gruesas patas.
Coge el cuchillo/ corta el pan.

Sin embargo, también encontramos en los textos de Hamutal una visión cruenta sobre el mundo, sobre la fragilidad, sobre el delicado equilibrio cotidiano sazonado con nostalgias, con la memoria del daño y el dolor. La poeta nos hace consciente de esas áreas donde la sombra gana espacio de una manera inquietante.

Esta es nuestra primavera,
arroja montones de ropa al suelo,
sopla nubes de polvo y pájaros migratorios,
muerde subrepticiamente en carne viva,
cierra de un portazo y desaparece.

      La ironía, la esperanza que tiende su mano para luego esconderla, juguetona, también forma parte de algunos de los poemas de la autora, y aunque, como sostiene uno de sus versos, El poema se ofende cuando lo traducen, el trabajo de Mario Wainstein y Florinda E. Goldberg permiten al lector disfrutar de textos muy musicales, reminiscencias del original en hebreo:

Nombres y más nombres multiplicados, triturados, melodiosos
quien los pronuncia relincha como un caballo que llora en sueños.

      En El lugar donde duele nos topamos con una poesía honesta, cercana, que vuelve al lector partícipe de los miedos, los desafíos, las alegrías, las pérdidas y los sueños de su autora. Versos, que también nos confrontan con aquello que yace aletargado en nuestra alma, y que despierta para increparnos:

¿Cuánto? ¿Un año? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil?
A mí me llevó treinta.
La segunda vez sólo diez.
Después comencé a vivir,
a amar, a escuchar.

lunes, 10 de febrero de 2014

Tres poemas de Julia Hartwig

Desaliento


No fue suficiente recogimiento, ni tampoco suficiente sacrificio
no fue suficiente renuncia, ni tampoco conviviste lo necesario
no pensaste lo suficiente como los otros, ni tampoco fue suficiente lo que entendiste
no fue bastante amor ni tampoco bastante ternura
no mostraste la suficiente grandeza ni tampoco la suficiente humildad ni perseveraste cuando debiste
siempre culpables siempre impuros siempre condenados

Coda


Vacilante demasiado sensible e insensible en exceso
poco creyente pero anhelando tener fe
confiando a pesar de todo en poder tomar algo del festín de la vida
aunque convencida al mismo tiempo de no merecer nada
Siempre buscando aun sabiendo inescrutable el misterio
Extasis fue lo que le tocó en parte
aunque en ocasiones la despojaron de todo
cuanto la hacía estar en paz con la existencia
Experimentó la soledad y la melancolía
como si solo ella existiera
a pesar de saberse una entre otros muchos
Le fue dado conocer el amor
y que sus ojos se abrieran a las maravillas del mundo
La consumía el enigma de la partida
la imposibilidad de conciliarla con la naturaleza del ser
Se esforzaba por revivir el pasado
Acaso perdure lo que en apariencia ha concluido
si fuera algo así no cabe obtener consuelo
Cuando miraba hacia atrás decía:
Muéstrate agradecida Se mostraron espléndidos contigo


Claro, poco claro

Los sentimientos más apasionados
no alumbran a los mejores poemas
ni la música más lograda
ni los cuadros más sublimes
Y no obstante sin ellos
nada podría ver la luz

No cuentas cuando escribes
y sin embargo todo está contado
no te ocultas
pero estás escondida
no te exhibes
mas te ven y te reconocen
Admite
que en todo esto hay algo poco claro


*Traducción Antonio Benítez Burracoy Anna Sorieska (Dualidad, Vaso Roto Ediciones)



sábado, 8 de febrero de 2014

La nostalgia y su peregrinaje


“Aunque logres borrar los recuerdos, o enterrarlos muy hondo, no puedes borrar la Historia”, sentencia pensativo Tsukuro Tazaki, quien ve, a lo largo de los años, cómo la vida parece prescindir de él, dejándolo de lado, aislado, sin un lugar en el mundo.
A los 36 años, el ingeniero se pregunta, gracias al encuentro con Sara -por quien siente una fuerte atracción-, por qué a los 20 años la idea de la muerte lo obsesionaba. No es que el joven pensara en cómo suicidarse, mas bien consideraba que la vida era un tren del cual ya tenía ganas de bajarse, que el sitio en el que se sentiría mejor podría ser una oscura cavidad interminable.
En su reciente libro, “Los Años de Peregrinación del Chico sin Color” (Tusquets, 2013), Haruki Murakami presenta varios temas que son recurrentes en sus obras: la soledad, el amor, los sueños, la nostalgia.
Tazaki se percata de que el pasado sigue junto a él, como un invisible aliento denso y turbio, pero cuya presencia no puede negarse. El ingeniero trabaja en lo que siempre le ha gustado, el diseño y construcción de estaciones de ferrocarril, y en estos lugares, sentado en una banca, contempla el ir y venir de las personas, de las parejas, de los amigos, de los padres. Tazaki observa todo esto desde su solitud y se sabe extraño; él no posee ningún lazo afectivo sólido, sus amigos más queridos decidieron cortar toda relación con él, con el estudiante cortés y sosegado, con el chico sin color.
A diferencia de las historias más intrincadas que ha mostrado el escritor japonés en libros como “Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo”, “Kafka en la Orilla” y “1Q84”, en esta novela la trama se centra sólo en el periplo que vive el protagonista con el objetivo de buscar una respuesta a la pregunta que lo ha perturbado durante los últimos 16 años: ¿por qué sus amigos lo abandonaron?, dejando que se hundiera, sin explicación alguna, en el océano caótico de emociones e ideas que lo llevaron al borde de la muerte. Durante casi dos décadas Tsukuro ha vivido con “sus sentimientos guardados en el vacío de su corazón”.
Estos cuatro amigos que rompieron con el joven, dos chicas y dos chicos, tienen un “color” en sus apellidos, por lo que solían llamarse Mister Red, Mister Blue, Miss White y Miss Black. Tazaki era el único que no tenía color, y ahora, a la distancia, él piensa que ese vacío lo ha mantenido alejado de los demás, que ha provocado que sufriera un abandono tras otro.
En este viaje Tsukuru buscará esos sentimientos largamente ocultos, ya empolvados, para sanar una herida que, ahora lo sabe, siempre ha permanecido abierta.
“Los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen más bien, herida con herida,. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre, no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida”, reflexiona el joven, después de experimentar sueños perturbadores, experiencias dolorosas y charlas cargadas de melancolía, de la certeza de que el pasado no puede ser recobrado.
En “Los Años de Peregrinación del Chico sin Color” nos topamos con un Murakami nostálgico, que relata su historia al compás de las notas de “Le mal du Pays”, de Franz Liszt. Y, al igual que Tsukuru, llegará el momento en que debamos sentarnos a contemplar nuestro interior, y pensaremos en aquella época, en la que creíamos ciegamente en algo, pues éramos capaces de creer ciegamente en algo... “Esa emoción no puede haberse desvanecido del todo."

miércoles, 15 de enero de 2014

La poesía es más que la vida...

La primera vez que Juan Gelman escuchó a la poesía fue en voz de su hermano. Los versos de Pushkin, el gran escritor ruso, intrigaron de inmediato al niño de 5 años que nació en Argentina, el primero de una familia que emigró de Ucrania. Años más tarde, decidió escribir sus propios poemas y “la cosa siguió”.
En los ojos luminosos del escritor se puede intuir un pasado plagado de letras. Atrás de su obra también están el dolor de la pérdida, el amor aterido, la soledad que acecha ingente. Sí, como el argentino sostiene en sus versos “no hay remedios, / no hay farmacias del alma”, pero en ocasiones los versos son esa suerte de bálsamo que ayuda a encarar el mundo.
Hoy, a los 81 años y con reconocimientos como el Premio Cervantes y el Premio Reina Sofía, el autor de “Gotán” se declara insatisfecho, quizá la razón por la que sigue escribiendo poemas.
Juan Gelman, un “mexargen” orgulloso, comparte anécdotas, reflexiones, y también algunas bromas, sobre su quehacer literario.


-Aunque también se le conoce por su trabajo periodístico, sin duda es su obra poética la que más seduce a los lectores, ¿cuándo inició su vocación como poeta?
“Yo soy de una familia de origen ucraniano que emigró a la Argentina, y soy el único argentino en la familia. Mi hermano mayor me recitaba a Pushkin en ruso, yo tenía 5 ó 6 años y eso me introducía a un mundo diferente a todos los que vivía en general, en la calle, en la escuela, en la casa. Y yo acosaba a mi hermano para que me siguiera recitando los poemas de Pushkin, eso para mí era un transporte a otro lugar. Creo que eso me marcó y, desde luego, la lectura. Esto lo pensé o lo supe muchos años después. Claro hay un momento de la adolescencia en el que todos escribimos poemas, porque si no, no seríamos adolescentes (ríe). Pero la cosa siguió, tenía un compañero de la escuela que era como un hermano para mí, que también escribía, entonces empezamos a intercambiar poemas, a leernos, y la cosa siguió, siguió creciendo... Como hasta ahora”.

-Para muchos lectores sus poemas son como un bálsamo para el corazón, pero ese no siempre es el caso del escritor que les da vida...
“En mi caso, porque no se puede generalizar, me mueve la necesidad de escribir. Ayer me preguntaba un poeta francés si yo me levantaba en las mañanas y escribía. Pues no, yo creo que lo hizo irónicamente, porque es un gran poeta y sabe que no es así, que uno no escribe cuando quiere, que uno escribe cuando quiere la señora poesía. Cuando se escribe salen cosas que uno mismo no se da cuenta que las escribe, es decir, no hay una predeterminación como puede ocurrir con otros géneros literarios. A veces con la novela, me cuentan novelistas, que de pronto se les escapan los personajes y se convierten en otra cosa distinta a lo que pensaban, o en el teatro ocurre también, pero en poesía eso ocurre de un modo absoluto”.

-Y de igual forma pasa con las palabras, en sus poemas encontramos palabras nuevas o que se transforman...
“Lo que ocurre es que el lenguaje tiene límites, a pesar de que se viene creando hace muchos siglos. Todavía no alcanzamos a nombrar, no definir siquiera, a nombrar muchas cosas. Allá está cayendo una cascada de agua que hace un ruido muy particular, no es el mismo ruido de la lluvia, entonces cómo se nombra eso. Los neologismos y todo aquello también han surgido por necesidad, no es un juego, es para tratar de buscar la mayor precisión posible para nombrar algo”.

-Tal vez sea como escribió Octavio Paz, que la poesía revoluciona el lenguaje...
“En todo caso no es voluntario. Yo creo que la poesía es lenguaje calcinado, pienso eso. Es decir, es el extracto de la lengua”.

-¿Cómo se recorre una vida a través de los poemas o, al momento de juntarlos todos, cómo ve su vida a través de lo que ha escrito?
“Los leo y digo podría haber escrito mejor. La insatisfacción es permanente, entonces de eso no hablo porque hay quien me dice que mis poemas le gustan mucho, y yo me siento no realizado todavía en la poesía. Tal vez por eso sigo escribiendo, para ver si agarro a la señora por la cola y se quede conmigo un rato. Siempre hay una insatisfacción con lo escrito”.

-¿Habrá algunas cuestiones que lo interesaron en alguna época, algunas preocupaciones? Ya sabe que a los lectores nos gusta traducir al poeta...
“Lo que tiene de bueno el lector de poesía es que hace su propia lectura, en ese sentido vuelve a escribir el libro”.

-¿Y la poesía amorosa es una constante?
“Poemas amorosos he escrito a lo largo de toda mi vida por una razón, yo tenía que seleccionar unos poemas de amor, que de hecho voy a leer esta noche (ayer), y la directora del espectáculo se rió, y le pregunto por qué te ríes, y me dice, ‘porque vas a tener mucho trabajo’. Y sí, tuve muchísimo trabajo. Yo creí que era un poeta revolucionario y resulta que no, que soy un poeta del amor (ríe)”.

-También están los Poemas de ‘Sidney West’ que tienen un tono muy distinto...
“Sí, por supuesto. Mi hijo me dijo que era un libro cómico y me parece que sí. Yo creo que es muy difícil la comicidad en arte porque creo que es la forma más extrema de la tragedia, la comicidad, no la diversión. Ese libro lo escribí porque, yo no sé, a mí me ocurre que cada que se me acerca un decenio de edad la idea de la muerte se hace muy presente. Y yo estaba por cumplir 40 y bueno, fue una forma de sacar adelante esa obsesión”.

-Los poemas son para escucharse, ahí está Neruda con sus poemas musicales y varios lectores pensamos lo mismo de su obra, que tiene un ritmo inconfundible...
“El ritmo es esencial en cualquier arte. En la música ni hablar, pero en la poesía también, en la pintura. Es la ley de la economía en el arte y claro que uno cuando escribe no es que trate, lo que pasa es que debe haber una música y la música del poema tiene un significado en sí que está íntimamente relacionado con el significado de las palabras, porque no se escribe sobre el furor con la misma música de la palabra que sobre el amor, a menos que sea un amor desgraciado, entonces uno se enoje un poco (sonríe). 
"No son cosas mutarias, uno no puede decir ‘ahora voy a escribir un poema terrible porque esta mujer no se qué’, no. Y el tema de la música, bueno, es una cuestión de oído, que uno no se da cuenta cuando escribe, pero es así”.

-Cómo describiría el lugar que ocupan Argentina y México en su corazón?
“El problema lo tengo cuando juegan Argentina y México (ríe), pero yo no estuve exiliado en México, mi decisión de vivir en México fue voluntaria. A los exiliados que vivieron muchos años en México, y que por cierto le tienen muchísimo cariño a la gente, las cosas, los llaman argenmex, pero yo soy un mexargen, al revés. Yo acá me voy a quedar, no creo que me toque tocar el violín en otro bar”.

- Tal vez deberíamos buscar la poesía con más entusiasmo, sobre todo en tiempos aciagos como los que vivimos ahora...
“Los tiempos nunca le han impedido a la poesía existir. Tiene 50 siglos de existencia conocida y en esos 50 siglos ha pasado de todo, guerras, pestes, inundaciones, en fin, desastres naturales y otros provocados por el hombre y, sin embargo, la poesía sigue ahí existiendo. Como dijo Gular, un gran poeta brasilñeo, ‘la poesía es más que la vida’”.

-¿Y cómo serán los poemas del mañana?, se lo menciono por el título de su antología ‘En el Hoy y Mañana y Ayer’ (UNAM, 2000)...
“Yo creo que la poesía va a seguir en lo mismo, en lo de siempre. Hay temas eternos, lo que pasa es que con la época se abordan de otra manera, el desarrollo de la lengua también, pero el tema del amor, la muerte y todo lo demás viene del fondo de los siglos. El gran poeta japonés Basho, que le dio la forma definitiva al haikú en el siglo 16, decía que no hay que imitar a los antiguos, hay que buscar lo que ellos buscaron, y qué buscaron, la poesía”.

-¿Qué sigue en su obra literaria, comenta que sigue escribiendo poesía?
“Acabo de publicar un libro y podría decir que estoy en una depresión postparto. Además, repito, uno no escribe cuando quiere. Me puedo pasar meses sin escribir, en una ocasión me pasé cuatro años sin escribir y es inútil forzar eso, no se puede. Se escribe cuando hace falta, cuando a uno realmente le hace falta”.

*Texto publicado en Zócalo Saltillo el 10 de septiembre de 2011.