lunes, 28 de diciembre de 2009

Los amores difíciles...


“El amor dichoso no tiene historia. Sólo pueden existir novelas del amor mortal, es decir, del amor amenazado y condenado por la vida misma”, establece Denis de Rougemont en su ensayo Amor y Occidente. Tesis que encuentra eco en las tragedias de William Shakespeare como Romeo y Julieta, Otelo y Antonio y Cleopatra. En la primera obra, son dos familias y sus viejas rencillas quienes separan a los amantes; en la segunda, es el demonio de los celos el que enceguece a Otelo y lo impulsa a matar a su amada Desdémona; mientras que en la tragedia basada en la Vida de Antonio, de Plutarco, son las rencillas políticas las que orillan a la muerte a sus protagonistas. Y es cierto, es en los amores difíciles, en los desencuentros, en la lejanía de los amantes, donde aparece eso que conocemos como la pasión de amor. “Y pasión significa sufrimiento”, sostiene el ensayista suizo.

Esta definición aparece en la mayoría de las novelas que utilizan las contrariedades del amor como el eje de su trama. Tal es el caso de los personajes de Ana Karenina, de León Tostoi, y de Rojo y Negro, de Stendhal, quienes persiguen ese sentimiento febril que exalta y devora, mientras se rebelan contra las convenciones sociales de su época. Madame Bovary, escrita por Gustave Flaubert, merece mención aparte. Su protagonista, Emma, queda impresionada por las historias de amor que ha leído y espera al hombre que la libere del tedio, que le ayude a evadirse de la rutina diaria y de un esposo aburrido carente de imaginación.

Emma Bovary busca una pasión que la devore, que la subyugue, pero el placer es efímero y ella debe rendirse ante la evidencia de que sus cartas enamoradas eran destinadas a “un fantasma hecho de sus ardientes recuerdos, de sus lecturas más hermosas, de sus deseos más acuciantes”. Emma, en cada aventura amorosa, se había entregado a una ilusión.

El italiano Ítalo Calvino tampoco fue ajeno al tema amoroso, y lo explora en su libro de cuentos Los Amores Difíciles (Tusquets, 2000). Con sutil ironía, Calvino arma un libro apasionante acerca de la naturaleza misma del amor y cómo éste puede colocarnos en extrañas encrucijadas. Los escenarios –la cabina de un tren, una pequeña panadería, el baño, la cama, el océano – son tan distintos como los personajes que exhibe el escritor. Ladrones, camareras, prostitutas, señoras timoratas, oficinistas, fotógrafos, todo un zoológico humano pasa frente a los ojos del lector.

Entre la comedia y la amargura, esta serie de 15 relatos narra cómo el azar pone a dos personas en contacto y la forma en que el destino, o el hado, une estas existencias por un instante. Coincidencia que puede traducirse el roce de una mirada bajo la luz mortecina de un candil o en los asientos que les toca compartir a un par de pasajeros desconocidos, como relata La Aventura de un Soldado.

También hay historias que ponen a relucir la lucha diaria que sufren los amantes “comunes”, los que no tienen tiempo para dar vida a una tormentosa historia llena de arrebatos. Así, Calvino retrata los desencuentros de una pareja que sucumbe a la modernidad, en la que el único contacto se reduce a los aromas del ser amado, a la tibieza de un lecho que recién ha sido abandonado, como sucede en La Aventura de un Matrimonio. Más difíciles que nunca aparecen los amores que describe Calvino, en los que la racionalidad y el deseo establecen una lucha, batalla que parecería ajena a la modernidad del siglo 20, pero que anida tras la puerta de cada casa con apariencia pulcra y anodina.
Relatos de encuentros y desencuentros que constituyen el germen de las relaciones humanas, y que describen esa desesperación de no encontrar a la otra mitad que nos complemente y nos vuelva un ser único y perfecto.