jueves, 17 de diciembre de 2009

Navegar entre tinieblas


“Y te sentí latir la noche entera, hija de los abismos, silenciosa, guerrera, tan terrible, tan hermosa que todo cuanto existe, para mí, sin tu llama, no existiera”.

Gonzalo Riojas


Haruki Murakami es sin duda uno de los escritores más leídos, admirados y repudiados en los últimos años. Heredero de la narrativa japonesa que cobró notoriedad con el Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé, Murakami ha sabido explotar una voz literaria muy personal, que se alimenta del desasosiego, las luces de neón, la adolescencia incomprendida, el desamor y el miedo a la muerte.

After Dark (Tusquets, 2008), una pequeña novela de apenas 248 páginas, fue escrita en el 2004 y como en el caso de Tokio Blues, este libro alude también a la música, pero en esta ocasión a la pieza Five Spot After Dark, de Curtis Fuller.

Aunque este texto se encuentra muy lejos de las obras más complejas del autor, como es el caso de Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo o Kafka en la Orilla, el lector se encuentra con los mismos elementos que han obsesionado al japonés a lo largo de su producción literaria: la música, la juventud, el amor, las ciudades y los sueños.

De nueva cuenta son los solitarios los que tienen voz en el universo creado por la pluma de Murakami. Y son el azar y las casualidades los encargados de reunir a una variopinta gama de personajes que pronto acaparan la atención.

Sólo en la noche es posible que una estudiante universitaria pueda cruzarse con la fornida gerente de un motel de segunda y entablar con ella una amistad sincera. Sólo entre las sombras, una chica tatuada con el miedo puede hablar de su pasado mientras bebe un té caliente. Y es entre las callejuelas solitarias, que dos jóvenes se reencuentran para ofrecerse mutuamente una breve esperanza a los problemas que cada uno carga como un lastre.

Fiel a su estilo, Murakami entrega una narración ágil y fluida. La historia transcurre en una sola noche y en cada capítulo aparece grabada la imagen de un reloj que exhibe el paso del tiempo y cómo éste afecta a Mari, la estudiante universitaria de 19 años que protagoniza la novela, y a su hermana, Eri Assai, una mujer hermosa que ha decidido vivir atrapada en un mundo onírico.

A medida que pasan las páginas es evidente que sólo somos testigos de una serie de eventos ajenos al pasado. Aún en contra de nuestros deseos, el autor sólo nos permite echar un vistazo a la vida de estos seres nacidos en la modernidad, entre música estridente, tiendas de 24 horas y calles plagadas de criminales.

“En el amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo. O el conjunto de una multitud de corpúsculos entrelazados. Innumerables vasos sanguíneos se extienden hasta el último rincón de ese cuerpo imposible de definir, transportan la sangre, renuevan sin descanso las células. Envían información nueva y retiran información vieja”, describe el narrador en las primeras líneas. Y es así, como el lector se adentra en las vísceras de la urbe, reconociendo bajo una especie microscopio a sus disímiles habitantes.

Oficinistas, camareras, músicos, prostitutas, personajes que reflejan la sensación de estar aislado del mundo, esa enfermedad que atosiga a los seres contemporáneos como un malestar crónico.

Ante cada ser humano que aparece en esta aventura nocturna surgen preguntas que no serán contestadas. Cuando Korogui, la mucama de un motel, relata que ha estado huyendo los últimos años y muestra su espalda, marcada con hierro candente por sus perseguidores, queda claro que sólo tendremos acceso a esta pequeña fracción de su vida, jamás sabremos el desenlace de su historia.

Al final, sólo tendremos que esperar la luz de la nueva mañana y, como los personajes de Murakami, pensar que “aún falta mucho tiempo para que nos visiten de nuevo las tinieblas.”.