martes, 5 de enero de 2010

Elegía: Antes de acostarse

Ven, ven, todo reposo mi fuerza desafía.
Reposar es mi fuerza pues tendido me esfuerzo:
no es enemigo el enemigo
hasta que no lo ciñe nuestro mortal abrazo.
Tu ceñidor desciñe, meridiano
que un mundo más hermoso que el del cielo
aprisiona en su luz; desprende
el prendedor de estrellas que llevas en el pecho
por detener ojos entrometidos;
desenlaza tu ser, campanas armoniosas
nos dicen, sin decirlo, que es hora de acostarse.
Ese feliz corpiño que yo envidio,
pegado a ti como si fuese vivo:
¡fuera! fuera el vestido, surjan valles salvajes
entre las sombras de tus montes, fuera el tocado,
caiga el pelo, tu diadema,
descálzate y camina sin miedo hasta la cama.
También de blancas ropas revestidos los ángeles
el cielo al hombre muestran, más tú, blanca, contigo
a un cielo mahometano me conduces.
Verdad que los espectros van de blanco
pero por ti distingo al buen del mal espíritu:
uno hiela la sangre, tú la enciendes.
Deja correr mis manos vagabundas
atrás, arriba, enfrente, abajo y entre,
mi América encontrada: Terranova,
reino sólo por mí poblado,
mi venero precioso, mi dominio.
Goces, descubrimientos, mi libertad alcanzo entre tus lazos:
lo que toco, mis manos lo han sellado.
La plena desnudez es goce entero:
para gozar la gloria las almas desencarnan,
los cuerpos se desvisten.
Las joyas que te cubren
son como las pelotas de Atalanta:
brillan, roban la vista de los tontos.
La mujer es secreta:
Apariencia, pintada,
como libro de estampas para indoctos
que esconde un texto místico, tan sólo
revelado a los ojos que traspasan
adornos y atavíos.
Quiero saber quién eres tú: descúbrete,
se natural como en el parto,
más allá de la pena e inocencia
deja caer esa camisa blanca,
mírame, ven, ¿qué mejor manta
para tu desnudez, que yo, desnudo?

Octavio Paz