jueves, 10 de diciembre de 2009

Il re Lámpago


El pasado 2 de diciembre tuve el placer de presentar en la Feria del Libro de Guadalajara el último libro de Ricardo Castillo, un poeta tapatío que admiro mucho y cuya obra no debe ser pasada por alto.
Il re Lámpago fue editado por Alejandra Peart, bajo el sello Atemporia en coedición con la Coordinación Estatal de Bibliotecas Públicas de Coahuila, y proximamente se presentará en Saltillo, así como en Torreón y Monterrey.
A continuación transcribo las líneas que leí esa tarde y que intentan, en forma limitada por supuesto, mostrar el trabajo de Ricardo.



Sensación y Enunciación


Siempre me ha provocado curiosidad el lector que sostiene en sus manos un libro de poesía, además de algunas preguntas: ¿Quién está dispuesto a leer las cartas secretas que guarda el cráneo de cada poeta?, ¿Qué busca el comprador de un libro firmado por Elliot, Ted Hughes, Álvaro de Campos, Oliverio Girondo o Yeats? ¿Por qué alguien tomaría un texto cuyas líneas ofrecen la velada promesa de trastornar sus ideas?

Octavio Paz sostenía que la poesía transforma la vida, pero “no piensa embellecerla como piensan los estetas y los literatos, ni hacerla más justa o buena, como sueñan los moralistas. Mediante la palabra, la poesía procura hacer sagrado al mundo; con la palabra consagra la experiencia de los hombres y las relaciones entre el hombre y el mundo, entre el hombre y la mujer, entre el hombre y su propia conciencia”. Si la palabra describe al mundo, la poesía lo revoluciona.
Paz señaló también que la poesía quiere cambiar la vida y para lograrlo aprehende al mundo, lo devora. A la manera de los antropófagos, la palabra mastica todo aquello que la circunda, transformándose así en signo oblicuo, polisémico, que habla no sólo sobre quien la pronuncia, sino acerca de quien la escucha y del tiempo en que nace y se perpetúa.

José Agustín Goytisolo estaba de acuerdo en que la poesía no es de quien la trabaja, sino de quien la necesita. Y ahí estamos pues los lectores de poesía, buscándola para que nos ayude con ironía y belleza, con rabia y generosidad, con furia y arrebato, a seguir tratando de entender al mundo, a los demás, a nosotros mismos.

Ricardo Castillo brinda esta poética que busca en el lenguaje, en la reinterpretación y creación, los signos adecuados para expresar las cavilaciones y experiencias humanas. En Il re Lámpago (Atemporia, 2009) el poeta no tiene miedo de crear nuevas palabras que enuncien un significado casi mágico, como palabras enunciadas en un rito para dar vida incluso a cosas, a sensaciones nuevas.
Para Ricardo esta tarea no es reciente, desde hace años ha unido la poesía con el sonido, con la música, con el movimiento, con la danza. Más que una exploración, nos devuelve esta conciencia de la oralidad del poema, de tal suerte que éste es casi un ente orgánico que se va transformando constantemente.

Me gusta la idea de preguntarme, después de leer cada poema de Il re Lámpago en voz alta, por supuesto, y escuchando el disco que lo acompaña y que acentúa esta sensación sonora, a quién le pertenecen las palabras que voy enunciado. Y aquí está el rito, la magia, la cualidad primigenia del poema que Castillo nos regala.
La operación poética ¿es una actividad mágica o religiosa? A pesar de los encuentros, o desencuentros que esta cuestión puede plantear, me parece que a fin de cuentas el poeta lírico busca establecer un diálogo con el mundo, diálogo en que hay dos situaciones extremas dentro de las cuales se mueve el alma poeta: la soledad y la comunión. Para Paz “el poeta parte de la soledad, movido por el deseo hacia la comunión”.

Y si hablo de esto es porque al estar leyendo los versos de Ricardo en la soledad de mi habitación surgió esta sensación, que a muchos nos produce la música, la necesidad de compartirlos.

En Il re Lámpago los versos deben ser enunciados, las palabras deben estallar en ondas sonoras de ahí que la música, que la vibración incluso de las cuerdas vocales de la garganta deban sentirse al leer los poemas que nos ofrece el autor en cuatro apartados, Magma Nota, Dara Dansha, La Lengua en Triada, Bonavenalanza, cada uno es precedido por algunas líneas de Samuel Beckett, justo un escritor que sopesaba cada palabra que salía del tintero.
En Il re Lámpago las palabras se pisan una a otra, se siguen la pista, se huelen, se intuyen, y construyen y deconstruyen significados. Y aquí quiero citar algunos versos del apartado Magma Nota.

Y tú preguntas ¿por qué los pies deben obedecer esa música
Que vuelve a hablar de la luna y el relámpago
Por qué volver a hablar de un deseo que sólo tiene
Al vacío por aliado? (Magma Nota, página 16)

Al igual que la furia explosiva, brillante, deslumbrante a veces y por qué no, intimidante, del relámpago que aparece para rasgar el cielo, así los versos de Ricardo nos entregan estos instantes luminosos en que la fuerza y la ternura, la conciencia y la inquietud, se entrelazan
Sin duda los versos de Il re Lámpago deben resonar, la música está ahí agazapada, invitando al lector a invocarla por completo, a sacarla del libro para que los versos respiren vivos en el aire. Y esta sensación me recuerda un poco a los poetas concretos brasileños que hablaban de una poesía “verbi-voco-visual”, que se nutre sí de las palabras, pero también de la fonética, del ritmo, de la forma en que se coloca cada letra en la página en blanco para agrupar las palabras en constelaciones gráficas.

El poeta concreto ve la palabra en sí misma como un campo magnético de posibilidades, como un objeto dinámico, una célula viva, un organismo completo con propiedades psico - físico-químicas, con tacto, circulación, corazón: viva” (Augusto de Campos).

Y me gusta pensar en esta idea del poema como un organismo vivo, que necesita no la asepsia y formalidad de la academia, sino, como propone Ricardo, salir al mundo, salir de las páginas, salir de la mente para ser enunciada, para ser recitada al compás de la música, para formar parte de ese soundtrack personal que todos cargamos con orgullo.

Ricardo nos muestra esa necesidad oscura que mueve al poeta a participar en ese ritual de fecundidad que hace contemplar al hombre, en un instante, de qué manera el abismo se abre para revelar el ancestral laberinto de la memoria humana, compuesta por ese intento de explicarse el mundo a través de la palabra.
Hace un año tuve la oportunidad de hablar con Ricardo en la Feria del Libro de Saltillo y me dijo que para él “el poema es la condensación del lenguaje” y parte de lo que define a la poesía es “su capacidad de transfigurar el mismo lenguaje, llevarnos a las sensaciones”.
Eduardo Milán dice que “la poesía es necesaria primero porque tiene que ver profundamente con una actividad humana que es la imaginación y con otra actividad humana exclusiva, que es el lenguaje”. Y al leer los textos de Il re Lampago comprendí por completo esta idea del escritor uruguayo. Porque cada palabra seleccionada por Ricardo te lleva a escenarios unidos por esta conexión entre la sensación y la enunciación. El poema entonces se vuelve paladeable, masticable incluso.

El autor nos presenta a la poesía como arte sonoro y su representación, fuera de la página escrita, a través de la interpretación oral. Como señaló el entrañable Juan Gelman, el poeta sabe de la inutilidad de su tarea, y sin embargo no renuncia a la poesía, se niega a desterrar de su poética la esperanza de la vibración creadora, engendradora del lenguaje.
Cómo resistirse a un escritor, a un alquimista verbal que multiplica la poesía, no hay forma de hacerlo y no se debe dejar pasar a este poeta prodigioso.


Guadalajara, Jalisco. 2009.