domingo, 6 de mayo de 2007

Silla 124


La noche perdía juventud a medida que la algarabía de la música cubana se convertía en un registro más de la memoria. Puebla, en cambio, aguardaba ansiosa la mañana para festejar el 5 de mayo.

Después de la visita a una terapia grupal de periodistas (o "encuentro" de acuerdo a los datos oficiales) en la Universidad Iberoamerica, de recorrer el centro histórico repleto de iglesias y callejuelas, de bailar al ritmo del son cubano y de comer cemitas, cuatro periodistas recorrían -algo despistados- las avenidas de la ciudad.

De pronto, mientras decenas de hombres colocaban tribunas y sillas para la magna celebración de la batalla de Puebla, una idea fugaz, luminosa, sacudió la mente de uno de los integrantes de la comitiva.

"Una silla, necesitamos una silla", dijo ansioso mientras detenía el coche frente a una hilera de asientos metálicos perfectamente alineados. La chica que iba a su lado dudó brevemente, sólo un instante, y abrió rauda la puerta para tomar la silla más próxima y meterla al coche.

"124", podía leerse en el respaldo gastado del objeto secuestrado. Tras el desconcierto inicial, la silla 124 asumió su nueva identidad. Sumisa viajó a la Ciudad de México, separándose del resto de sus hermanas, y aceptó su nueva condición de silla única, extraordinaria.

Signada por las circunstancias ahora vive fuera del anonimato, compartiendo el espacio en un apartamento de la colonia Roma donde debe lidiar con voces misteriosas: una de ellas gutural, de procedencia desconocida, la otra, de una chica menuda que arrastra la "s" en forma graciosa. Lejos de la bodega, en el rincón de una recamara, la vida promete ahora un sinfín de posibilidades para la silla 124.