lunes, 16 de abril de 2007

La globalización frente al espejo



Ningún hombre es en sí, equiparable a una isla”, escribió el poeta John Donne en el siglo 16. Y hoy, este verso prefigura nuestra concepción actual del concepto de hombre. El siglo 21 otorga al ser humano la conciencia plena de que el modelo de calzado, el estreno reciente de la película hollywoodense de temporada, la última publicación de Orhan Pamuk, son objetos compartidos con otra persona que vive en el extremo opuesto del planeta.
Esto nos conduce a cuestionarnos sobre nuestro papel en el modelo de sociedad globalizada, porque la cotidianidad en la urbe ha dejado claro que la globalización ya nos ha involucrado, sin hacer invitación alguna. Entonces, más allá de los artículos de consumo que se encuentran en nuestros hogares -etiquetados en China, Taiwán, Portugal y un largo etcétera-, y de la tecnología que nos mantiene conectados y que se ha vuelto estandarte de nuestra generación, el tema tiene implicaciones sociológicas y antropológicas con las que hoy vivimos.
Tal vez la globalización se vuelva la oportunidad para regresar al concepto de humanidad, de pensar en las palabras de Donne y abolir la apatía creciente que genera la constante exposición a los medios, a la tragedia numérica y anónima.
Si adquirimos la conciencia real de que formamos parte de la humanidad, suena lógico señalar que la muerte por hambre de un niño en Ghana, la extinción de ecosistemas completos como consecuencia de la pesca de arrastre que coloca nuevas variedades de peces en el menú, la desaparición de una lengua milenaria en la China profunda, es una cuestión personal. Esto nos lleva a plantear la cuestión ¿Esto me compete a mí, al mexicano?
Tal vez Donne, junto a Julio Verne o Phillip Dick, concibieron el futuro no con base en la ciencia y el crescendo tecnológico, sino con la certeza de que los temas que nos unen son más profundos: la vida, la muerte, el amor, el saber. Y esta singularidad humana es la que, a fin de cuentas, nos trajo al siglo 21.
Vale entonces, cerrar con el poema de Donne, sin duda hoy más actual y significativo para nosotros, ciudadanos del nuevo milenio, que para los contemporáneos del escritor inglés.

Ningún hombre es en sí
equiparable a una isla;
todo hombre es un pedazo del continente,
una parte de tierra firme;
si el mar llevara lejos un terrón,
Europa perdería
como si fuera un promontorio.
Como si se llevara una casa solariega
de tus amigos o la tuya propia.
La muerte de cualquier hombre me disminuye,
porque soy una parte de la humanidad.
Por eso no preguntes nunca
por quién doblan las campanas,
están doblando por ti.