viernes, 7 de diciembre de 2012

Lectura militante

Hace unos días un amigo mencionó en una charla a Susan Sontag. Me gustó escuchar la relación, si bien superficial, entre la norteamericana y yo. La obra de la escritora, en especial sus ensayos, influyó de manera notable en mis ideas sobre el arte, la libertad y la belleza. Al echar un vistazo a la biblioteca me encontré con Al Mismo Tiempo, libro que me hizo reflexionar sobre algunos pensamientos de la escritora neoyorkina.

Crítica feroz y mujer apegada a su época, Susan Sontag fue una escritora que en muchas ocasiones sacrificó su vena literaria en aras de la denuncia, el análisis y la observación minuciosa de los sucesos que marcaron la historia de su tiempo.
Considerada por muchos figura clave del movimiento intelectual de los 60’s en Estados Unidos, Sontag se dio a conocer con la publicación de su novela El Benefactor, pero serían sus ensayos los que la colocarían en el mapa de las letras internacionales.
De mente ágil y palabra aguda, la norteamericana escribió por igual sobre las drogas, la pornografía, la política, la enfermedad –que ella exploró con profundo conocimiento, pues libró una larga batalla contra el cáncer, que a la postre causó su muerte en el 2004– la fotografía y, por supuesto, las letras.
En su trayectoria literaria Sontag no se limitó a contemplar la vida desde su escritorio, visitó países en guerra y se enfrentó al gobierno estadounidense desde los periódicos más influyentes del mundo. Su reprobación hacia el mandato de George Bush fue una de las últimas tareas que acometió en su vida y es recogida en el libro Al Mismo Tiempo (Mondadori, 2007).
Que este título sea el último realizado por la escritora no es casualidad. Sontag había previsto que este libro, junto con una novela, una autobiografía y una recopilación de cuentos, formaría parte de su legado final. Desgraciadamente, la muerte la sorprendió antes de que terminara todos los proyectos, pero en las manos del lector quedó una obra que sacude no sólo por su pertinencia, también por la lucidez mental con que explora temas como la belleza, el arte, la tortura, la libertad, el poder de las imágenes y el razonamiento moral.
Neoyorkina por convicción y poseedora de una pluma controvertida, Sontag no podía dejar de escribir sobre los ataques del 11 de septiembre y criticó duramente las acciones que emprendió el gobierno de Bush después de este suceso. Las fotografías que cimbraron el mundo al mostrar las torturas cometidas en la cárcel de Abu Ghraib por militares estadounidenses, es otro de los temas que explora la ensayista, quien no dudó en calificar al gobierno del mandatario republicano como “reactivo y rencoroso”.
Sontag asumió con firmeza el papel de intelectual comprometido y desde su trinchera sostuvo que el escritor debía hacer varias cosas: “apasionarse con las palabras, preocuparse mucho por las oraciones. Y prestar atención al mundo”.
Y agregó, con una certeza nacida en las lecturas juveniles que la libraron del sopor de las tardes que vivió en Tucson, Arizona, que el escritor debe “procurar nacer en una época en la cual sea probable que Dostoievski y Tolstói y Turguéniev y Chéjov te exalten e influyan de manera definitiva”.
Pero ella jamás estuvo de acuerdo en que un literato debía ser “una máquina de opiniones”, aunque sí estaba convencida, y así lo expone en el ensayo La Conciencia de las Palabras, de que la tarea del escritor es “representar las realidades”, tanto las abyectas como las sublimes.
Sontag fue siempre una lectora voraz y sentía especial predilección por la narrativa, necesaria “para ampliar nuestro mundo”. Ella acuñó el término “lectura militante”, cuyo “máximo valor reside en la relectura”, y sobre el que realiza una concienzuda reflexión en el ensayo Un Destino Doble, una exploración sobre la novela Artemisa de Anna Banti.
La neoyorkina no podía resistir el escribir sobre autores poco conocidos, sentía un especial placer por mostrar al lector el talento de novelistas cuyas vidas habían sido marcadas por la tragedia personal o profesional. En Al Mismo Tiempo, Sontag describe Verano en Baden-Baden, la novela de Leonid Tsipkin, un oscuro patólogo ruso cuyo talento es asfixiado por el sistema socialista y quien evoca en su máxima obra narrativa la vida de Dostoievski.
Mención aparte merece 1926…, un texto en el que la autora describe la relación epistolar que sostuvieron Rainer Maria Rilke (de 51 años y que “está muriendo de leucemia en un sanatorio en Suiza”), Boris Pasternak (de 36 años) y Marina Tsvietáieva (de 34 años, quien “vive en la penuria con su marido y dos hijos en París”).
Este libro es una deliciosa conversación con una amante de las letras, con una habitante de “un territorio libre” que sólo puede existir en la literatura. Como ella, muchos hemos sentido que la literatura permite “escapar de la prisión de la vanidad nacional, del filisteísmo, del provincianismo forzoso, de la inanidad educativa, de los destinos imperfectos y de la mala suerte”. Hoy, y tal vez más que nunca, su afirmación no tiene objeción: “la literatura es la libertad”.