sábado, 7 de enero de 2012

Y la memoria se llena de tristeza...


Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno murió el 7 de enero de 1986. Aniversario que sirve como excusa para recordar sus textos que hablan del miedo, la soledad, el deseo, la confusión, la revolución y la tierra.

Durante casi medio siglo de crítica y estudios literarios, miles de páginas se han publicado para ofrecer respuestas a las interrogantes suscitadas por las poco más de 300 páginas escritas por el mexicano.

Los paisajes rurales son escenario de los cuentos —y de su no menos valiosa obra fotográfica— que giran en torno a la vida de los campesinos mexicanos, historias que están incluidas en “El Llano en Llamas”, libro que apareció en 1953 y que contiene 17 narraciones.

Los caminos desembocan en Comala

“Pedro Páramo”, la única novela que Rulfo escribió y que fue publicada en 1955, merece mención aparte. Una obra que crea un universo que es ya referente obligado del imaginario fantástico en lengua española: Comala.

Este lugar mágico es refugio de pecadores, purgatorio en el que se desatan las pasiones humanas, donde sus habitantes están sentenciados a una eterna memoria de tristeza y desamparo.

Son los muertos los que hablan, quienes se ven arrastrados al martirio de ver la existencia a través de los recuerdos, porque ya no están vivos, sólo son seres hechos de nostalgia, de retazos, de suspiros, con ojos que sólo ven un camino, una senda que siempre se dirige a Comala.

Pedro Páramo es el espíritu que se encargó de unir la vida de Comala, él es el núcleo que surgió en “La Media Luna”, hacienda en donde comenzó y terminó la vida del pueblo. Pedro Páramo no puede marcharse y sigue cargando el dolor propio multiplicado, porque su miseria es la miseria de todos, y los espíritus no dan tregua, jamás descansan.

“Tengo la boca llena de ti, de tu boca. Tus labios apretados, duros como si mordieran oprimidos mis labios... Trago saliva espumosa; mastico terrones plagados de gusanos que se me anudan en la garganta y raspan la pared del paladar... Mi boca se hunde, retorciéndose en muecas, perforada por los dientes que la taladran y devoran. La nariz se reblandece. La gelatina de los ojos se derrite. Los cabellos arden en una sola llamarada”, dice Páramo, quien siente la muerte y el amor como un malestar físico que le devora el espíritu.

Es el amor el don y castigo de Pedro Páramo, y el nombre de Susana San Juan le regresa una y mil veces porque Comala existirá siempre, así como el dolor, la angustia y la amargura infinita de todo aquel que acercó sus pasos a este pueblo perdido tras las montañas, a este pueblo signado con tinta en la memoria.