sábado, 2 de junio de 2007

Al final del viaje comienza el camino






El fin del viaje llegó. Se veía ya cercano cuando los amigos departían en las cantinas del Zócalo y conversaban sobre reportajes inconclusos o el periodismo amoroso de factura jacintista; cuando caminaban frente al Palacio de Bellas Artes o se tomaban unos tragos en algún barecito oscuro de la colonia Roma; cuando se abrazaban y se estrechaban las manos en el intento de asir todos los recuerdos forjados en cinco meses.

El viaje, es cierto, terminó. Pero ahí quedan las palabras compartidas; las fechorías nocturnas que provocaban esa risa fácil que sólo se da entre cómplices; los collares de cuentas multicolores que verán el sol en distintas regiones del país; el tumulto del estadio Azteca y el tráfico que dio lugar a charlas amenas, entrañables.

Los lazos que sólo pueden ser creados en viajes iniciáticos, la fiesta aderezada con peruanismos, el bullicio nocturno de la ciudad cuajada de luces y promesas. Todo esto, y un tumulto de recuerdos, han quedado atrás, lejos, en el DF, en Prende, y en todos los sitios que tuvieron la fortuna de observar cómo la humanidad se abre camino en un mundo caótico y mezquino; cómo la amistad puede surgir entre 10 personas radicalmente distintas, pero unidas por la esperanza de que un sitio mejor siempre es posible.

El viajero, cuando vuelve, regresa a otra ciudad, y no porque ésta haya cambiado, sino porque sus ojos tienen una mirada distinta. Sé que mis amigos, al igual que yo, llegaron a otra tierra que hoy ofrece nuevas calles, nuevas experiencias y un sinfín de caminos que se abren ante quien esté dispuesto a recorrerlos.


Al final del viaje está el horizonte,
al final del viaje partiremos de nuevo,
al final del viaje comienza el camino,
otro buen camino que seguir descalzos

contando la arena.


Silvio Rodríguez