viernes, 17 de marzo de 2017

Derek Walcott: Poesía y Caribe


Una vieja crónica de la visita del poeta Derek Walcott a Monterrey, en noviembre de 2007, con motivo del Fórum Internacional de las Culturas.
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Es en un antiguo almacén, que hoy se transforma en un recinto pequeño y acogedor, en donde se escucha la voz impregnada de sol, de oleajes infinitos, de hombres y mujeres que cargan en el pecho el canto africano primigenio. Es en el Museo del Vidrio donde resuena la voz grave del poeta Derek Walcott.
    El Caribe se hace presente en la clausura del ciclo “Los Poetas en el Fórum” cuando Walcott ofrece a los asistentes sus raíces antillanas, ricas en mezcla, en calidez y desenfado.
El escenario no podía ser mejor para este alquimista de la lengua inglesa, justo al lado del recinto están los hornos, en donde todavía resuena el antaño crujir del fuego, forjador del vidrio. Pero aquí   Walcott forja algo igual de hermoso y frágil, son los versos los creadores de imágenes sinuosas y maleables que, al igual que el vidrio que se exhibe en las galerías, se transforman en objetos caprichosos cuajados de aristas y recovecos, de asombro y fantasía, de rincones fríos, oscuros e íntimos.
   Después de las presentaciones de rigor, de la semblanza emotiva realizada por la escritora Jeannette Lozano, el poeta repasa los textos que fabricó a la orilla del Caribe, con sabor a sal y puerto e impregnados del vaivén de ese mar que lame tierno las playas de Santa Lucía, en donde Walcott abrió sus ojos al mundo hecho de arena clara, de versos y teatro, de ritmo Caribe.
   El escritor se levanta y camina lento hacia el podio, pero el vigor aún acompasa el andar de este hombre de 77 años. El aura de Premio Nobel de Literatura pasa a un plano secundario cuando dice en un inglés claro y grave, con una chispa de picardía en la mirada: “Voy a leer ‘Omeros’, que es un largo poema de 300 y pico de páginas… voy a leerlo todo, si les gusta la poesía seguro se quedarán y quien lo necesite puede ir al baño”.
    El público ríe feliz y Walcott declara que aunque no tiene muchas conexiones con la poesía en español y que existen pocas traducciones de su obra, considera un placer compartir los fragmentos de una historia que, como en la “Iliada”, comienza con la rivalidad por el amor de una mujer.
   “Vivimos siempre en exilio por la historia y la conquista. Los que vivimos en el ‘Nuevo Mundo’ tenemos que ir a nuestro pasado, a nuestro origen, para algunos es España, para otros es África”, dice antes de sumergirse en la lectura de su poema épico “Omeros”.
   Los cerca de 100 asistentes se hunden en el testimonio de Omeros, este contador de historias que evoca el nombre de Homero y quien narra a través de una suntuosa invención verbal la historia de Aquiles, el héroe, el pescador antillano, el amante de Helena, quien es devuelto a la tierra de sus antepasados, en la costa occidental de África.
   “El peor crimen es dejar a un hombre con las manos vacías. / Los hombres nacieron creadores, con ese candor originario / de cada creador desde Adán”, lee Walcott ante el azoro de una audiencia que lucha por atrapar esa épica que se esconde en cada verso, que remite a Troya, a los dioses y las grandes batallas.
   El poeta transforma en versos el trópico infinito, la pérdida de la libertad y del terruño, el crepúsculo que muere ámbar en el mar; el amor que siente Aquiles por Helena, una negra criada antillana de belleza dolorosa y punzante, poseedora de un rostro en que los dioses “consagran toda la belleza de una raza”.
   “Sin embargo, sentían que el viento de la mar los enlazaba en una sola / nación de ojos y sombras y lamentos fundidos. / En el único dolor que es inconsolable: la pérdida de la costa propia”, relata Walcott sobre la guerra perdida de estos pescadores, de estos hombres “que lloraban por las cosas pequeñas, tras hacerlo por las grandes”, que veían como su mundo se conmovía y empezaba a disolverse.
    Las manos de Walcott tiemblan al ritmo pausado de su voz grave que canta este himno del Caribe, de la tierra que recibe el golpe de los asteriscos de lluvia, que ve partir a Héctor para sumergirse en su tumba marina, que acoge a un Aquiles triunfal, con las manos enguantadas de sangre y con las redes repletas de pescado.
   “Canté a nuestro vasto país, la mar Caribe. / Que odiaba los zapatos, cuyas suelas tenían grietas como una piedra, que era pausado con las amarras, que nada más tenía un traje, // a quien ningún hombre osaba insultar y que a nadie insultaba, de sonrisa abierta como la cresta de una ola que rompe, pero cuyo ceño era creciente masa de nubes”.
    Walcott le canta al discreto Aquiles, hijo de Afolabe, y a un lenguaje que contiene su propio remedio a la aflicción brillante que embarga el alma caribeña.
   El poeta lee los últimos versos de esta odisea antillana, y los asistentes se despiden de Helena, de Aquiles, de los montes cambiantes de las olas, de las guirnaldas de algas, de las golondrinas negras que dejan un mal presagio en el corazón.
   “La luna llena brillaba como una rodaja de cebolla cruda. Cuando dejó la playa, la mar aún seguía siendo ella misma”, finaliza Walcott.
    Quienes escuchan la desmesura, el color, el gozo de este maestro de la lengua inglesa con sabor caribe, no son más ellos mismos. La rabiosa reflexión poética de Derek Walcott transmite la alegría vital que late en cada fragmento revelador de una escritura que le pertenece a todos.
   Con sonrisas, abrazos y firmas, el escritor se despide con el mismo candor con el que recibió el Premio Nobel en 1992, mientras hordas de fotógrafos lo perseguían hasta un Donkin Donuts en donde alzó los pulgares triunfante, señalando la buena calidad de las donas, aunque el mundo entendiera otra cosa cuando miró el rostro de ébano luminoso que sonreía franco a la lente.
   Este hombre que acudió a Granada y le rindió homenaje a Federico García Lorca, que publicó su primer libro a los 18 años, se despide de las montañas regias, pero antes deja el testimonio de un alma que privilegia la intuición sobre la razón, que tiene fe en el hombre, en sus proezas y en el amor que se forja con arena, espuma y palabras.