miércoles, 23 de abril de 2014

Las revelaciones de Alice Munro


El cuento es “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”. Esta sentencia de V.S. Pritcher la recoge el norteamericano Raymond Carver en su ensayo “Escribir un cuento”. Una descripción que se ajusta perfecto a la sensación que provoca leer la obra de Alice Munro, la más reciente integrante del club del Premio Nobel de Literatura.
     La obra de la canadiense no era muy leída antes de ganar el máximo galardón de las letras, un hecho que se debe a que en estos tiempos las editoriales apuestan por la publicación de novelas, dejando en un segundo plano a la narrativa breve. Al respecto, la propia Muro señaló, en una entrevista para una televisora canadiense, que el Nobel podría “hacer ver a la gente que el cuento corto es un arte importante, no algo con lo que uno juega hasta tener una novela escrita”.
     En México, algunos de los títulos de la canadiense que puede encontrar el lector, editados por Penguin Random House, son: “La Vida de las Mujeres”, “Demasiada Felicidad” y “Amistad de Juventud”.
     Hace unos días leí con detenimiento “Las Lunas de Jupiter” y “Mi Vida Querida”, este último contiene cuatro textos autobiográficos escritos con la maestría de Munro, pero revestidos de emociones profundas.
     La autora comparte las sensaciones de su infancia, en las que se mezclan la extrañeza y el dolor ante los cambios y la muerte. También, en los apartados “Voces” y “Vida Querida” —que le da título al libro— tenemos un atisbo a la vida de una joven Alice, que vive en una casa aislada del pueblo, en pleno campo, y que narra, a través de una mirada prístina, sus andanzas en el bachillerato, las tareas domésticas, el fracaso del negocio paterno, la aparición temprana del Parkinson de su madre. “en casa no cundió el desconsuelo más que de costumbre”, señala la autora con ese estilo en el que la narración se hilvana con frases cortas y contundentes.
     Munro escribe del tiempo en que había cines en todos los pueblos; de los noviazgos cortos destinados al naufragio; de los viejos que ven cerca, muy cerca, un destino inefable; de las casas aisladas en la que habitan ermitaños, solitarios, perdedores, gente que decidió bajarse del tren de la vida para verla pasar.
     No hay mucho drama en los cuentos que conforman “Mi Vida Querida” y “Las Lunas de Júpiter”. No es que la escritora nos entregue fuertes escenas de llanto o de una emoción extrema que reflejen el desaliento de algunos de sus protagonistas. La cercanía que surge entre lector y los personajes se logra a través de los diálogos o de una línea breve y contundente, capaz de conmovernos.
     “Lo que sienten no es terror ni agradecimiento, todavía no. Lo que sienten es perplejidad”, describe en el cuento “Cena del Día del Trabajo".


“Las Lunas de Júpiter” presenta una serie de relatos — “Historias Desafortunadas, , “Accidentes”, “Prue”, Visitas”, etcétera— que se erigen sobre vidas ordinarias, y se construyen con detalles minuciosos, labrados con precisión demoledora. Personajes que recorren calles y caminos de Canadá, pero que nos dan la sensación de que habitan en nuestro vecindario, de que podríamos topamos con ellos a la vuelta de la equina, que los rozamos en la parada del camión, que los escuchamos en el supermercado o hablando solos en la oficina de la lado. Hombres y mujeres que nos hablan de las transformaciones, del paso del tiempo, de los deseos no cumplidos y del resentimiento que guardamos dentro, en una suerte de caja de seguridad cuya cerradura se avería cuando hemos dejado atrás la juventud y sus sueños disparatados.
     “No debes dar al lector ninguna oportunidad de recuperarse: tienes que mantenerlo siempre en suspenso”, solía aconsejar el escritor ruso Anton Chéjov. Y Alice Munro, la “Chéjov canadiense”, no da tregua en sus relatos y nos deja este espejo de letras, insinuando que ahí, entre las páginas, hemos atisbado un fragmento de nuestra propia existencia.