jueves, 15 de diciembre de 2011

San Juan de la Cruz: Poeta de voz divina


Con menos de un millar de versos Juan de Yepes Álvarez se convirtió en un referente indiscutible de la poesía española. El arrebato amoroso que trastorna los sentidos, los sentimientos que se consumen febriles en el fuego espiritual, la comunión esperada con el Amado; la poética mística del carmelita español, aunque breve, sigue transmitiendo “una emanación nostálgicamente perturbadora, donde cada palabra parece haber recibido plenitud de gracia estética”, como señalara Dámaso Alonso.

El tercero de los hijos del matrimonio de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, nacido en Fontiveros (Ávila, España) el 24 de junio de 1542, pronto se decidió por la vida religiosa y a los 21 años tomó el hábito de carmelita con el nombre de Juan de Santo Matía. Tras un encuentro providencial con santa Teresa de Jesús, el joven decide unirse a la orden recién fundada por la española, los carmelitas descalzos, en donde adquiriría su nuevo y definitivo nombre: Juan de la Cruz.
El siglo 15 fue una época de reformas en la iglesia europea. Había una ebullición de ideas y reflexiones, tiempo propicio para que surgiera la reforma teresiana que pugnaba por un cristianismo interior. En este punto se estableció una lucha entre los carmelitas calzados y los carmelitas descalzos, confrontación que llevó a san Juan de la Cruz a vivir prisionero durante nueve meses. En una celda oscura y opresiva, el joven religioso tuvo su encuentro providencial con su espíritu, y con la poesía.
Encerrado a solas con Dios nació lo mejor de la obra de san Juan de la Cruz, textos a los que el español calificó como “canciones” con las que “se entretenía” y que “ guardaba en la memoria para escribirlas”. Ahí, apartado de la luz y los hombres, el joven se convirtió en un místico, en alguien que aspira a la unión íntima y definitoria con Dios
“Hay una poesía más angelical, celestial y divina, que ya no parece de este mundo, ni esposible medirla con criterios literarios, y eso que es más ardiente de pasión que ninguna poesía profana, y tan elegante y exquisita en la forma, y tan plástica y figurativa como los más sabrosos frutos del renacimiento”, escribió el erudito Marcelino Menéndez y Pelayo sobra la veintena de obras que conforman el legado de San Juan de la Cruz.
El carmelita escribió en total cinco poemas, cinco glosas, dos letrillas y 10 romanzas, un total de 964 versos. La brevedad de su obra corresponde a la cortedad de su vida. San Juan de la Cruz murió a los 49 años, el 14 de diciembre de 1591, víctima de una septicemia.
Proscrito, vejado y enfermo, el fraile consiguió ese encuentro anhelado con la divinidad, y dejó atrás la noche oscura para unirse con la llama de amor viva que forjó su espíritu en la poesía y el virtuosismo, cualidades que años después le serían reconocidas con su canonización y la revisión exhaustiva de su obra.
“Vivo sin vivir en mí/ y de tal manero espero/ que muero porque no muero”, son las primeras líneas de “Coplas del Alma que Pena por ver a Dios”. Versos en donde florecen símbolos, alegorías, belleza, consumación del amor, gozo, abandono. Todos los elementos están dados para que los lectores del siglo 21 se reencuentren con san Juan de la Cruz, el iluminado.


Canciones de el alma en la íntima comunicación de unión de amor de Dios

¡O llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.

¡O cauterio suave!
¡O regalada llaga!
¡O mano blanda! ¡O toque delicado,
que a vida eterna save
y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la has trocado.

¡O lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido
que estaba obscuro y ciego
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!


San Juan de la Cruz