martes, 20 de diciembre de 2011

Fragmentos de un día en la vida

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1.
Miércoles, 5 de la madrugada. Amaneció nublado y Jorge leyó las noticias del día, las notas tristes del periódico. Treinta ejecutados en Torreón, dos desaparecidos en la Ciudad de México, ataque suicida en el Oriente Medio, nadie sobrevivió.
El día se antojaba desalentador. Todo es un sinsentido, murmuró cabizbajo mientras bebía a sorbitos el primer café de la mañana. El teléfono sonó. Sobresaltado por el repiqueteo metálico que rebotó en las paredes blancas de la cocina, Jorge se apresuró a contestar. ¿Quién me hablará a las 5 de la mañana?, alcanzó a pensar.
Alzó el auricular. Nada. Silencio. Una broma, pero con la persona equivocada, sonrío apenas. Vaciló, pero se alejó del aparato. Ave de mal agüero, dijo, y salió del cuarto.

2.
María colgó el teléfono. Miró el techo oscuro de su recámara y movió la cabeza. No, tal vez mañana, se dijo a sí misma. Inerte, su celular emitió destellos y las notas de “Get Back” invadieron el silencio del pequeño dormitorio. Bonita música para despertar, pronunció la joven en voz alta con un dejo de amargura.
Pensativa, recostó su cabeza sobre la almohada, para rescatar, tal vez, las imágenes de los sueños que apenas recordaba. No se apresuró a apagar el aparato, al contrario, lo dejó sonar un minuto, dos. Se levantó y entró a la ducha, un poquito más optimista.

3.
El ruido de la oficina y los buenos días que le regaló la joven recepcionista terminaron por espantar los malos pensamientos de Jorge. Otra vez, como desde hacía cinco años, llegó a su pequeño cubículo del piso siete, encendió la PC que ronroneó, desesperezándose poco a poco, como un gato compacto y negro. Los emails aparecieron rápidos. El día arrancó con memos y citas a reuniones aburridas. La pantalla le devolvió su reflejo y su cráneo brilló bajo las luces blancas. Menos cabello y menos ideas, se dijo apesadumbrado.
Otra vez te desvelaste, dijo una voz a sus espaldas. Sonriente, Juan miró las ojeras de su amigo, antes de estrechar su mano. Hoy se reúne la banda, hay ensayo, dijo en voz alta para que escucharan sus vecinos de oficina. Juan se sentía orgulloso del grupo que, ostentoso, eligió el nombre de Revolution.
Jorge nunca estuvo muy de acuerdo con esa elección, pero él fue invitado al último, porque hacía falta un bajista. Y es que a veces nadie quiere tocar el bajo. Los rockstar se inclinan por la guitarra, pensó cuando Juan le insistió en integrarse a la agrupación hace seis meses.
Jorge asintió sin mucho entusiasmo y regresó a los informes que tenía que entregar a las 3 de la tarde. Suspiró.

4.
María canturreaba mientras caminaba hacia la estación del metro. La acera estaba tapizada de los pétalos mustios de las jacarandas. Pronto será otoño, otra vez, dijo en voz alta, provocando que el hombre que repartía volantes a su lado la observara por unos 30 segundos, con curiosidad.
Tenía que tomar una decisión y pronto, pensó. Los vagones del metro pasaron raudos frente a ella. Al subir ya tenía la respuesta.

5.
Hay una canción de los Beatles para cada momento de tu vida, leyó Jorge en la pantalla. El comentario estaba abajo, perdido entre cientos más, de un video en Youtube de la canción “Something”. En las imágenes aparecen John y Yoko sonrientes, con el cabello largo y encrespado, tomados de la mano, envueltos en sendas capas negras. Una combinación entre hippie y gótica, la idea le hizo gracia.
El día, contrario a sus predicciones, corrió rápido y anodino. En unos minutos más sería libre, aunque todavía estaba el ensayo. Nunca lo había confesado, pero la idea del grupo jamás le provocó gran entusiasmo. Sí, en algún momento soñó con tener su propia banda de rock, ir de gira por el mundo, tener muchas grupies y mucho dinero. Pero hoy tenía 38 años, y sólo pensar en su “presentación al mundo musical”, como decía oriundo Juan, le provocaba malestar. Si al menos bajara cinco kilos en un par de meses, se dijo desanimado.
Miró de nueva cuenta la pantalla de la computadora. Las cinco de la tarde. Guardó sus cosas con parsimonia, se despidió de Lupita, la chica nueva que sacaba las copias, y encaminó sus pasos al ascensor.

6.
Con el celular en la mano, María decidió que no podría hacerlo. Nunca le gustaron las llamadas, ni las despedidas. Se mesó el cabello y colocó el aparato sobre la mesa. Tomó el café y miró a su alrededor. El local lucía solitario, una pareja en el rincón de la esquina, un par de amigas que intercambiaban los chismes de los últimos días, un anciano que leía un libro abultado. Una novela, seguro, apostó mentalmente.
Sacó su libreta, arrancó una página y se puso a escribir. Al principio se sintió extraña, como si la pluma le fuera ajena. Las consecuencias de la tecnología, musitó en tono agudo. No le tomó mucho tiempo, tampoco tenía mucho que decir. Dobló el papel y, decidida, se encaminó al departamento de Jorge. Sabía que sólo bastaba con pasar el mensaje bajo su puerta. Hoy era miércoles, día de ensayo.
Al salir de la cafetería no pudo resistir el impulso de mirar la portada del libro que sostenía el anciano. Tokio Blues, decían las letras en fondo negro. Sí era una novela, se dijo satisfecha. Las notas de Tomorrow never knows resonaron en su mente.

7.
La luz del pasillo titilaba apremiante. Cansado, Jorge miró el foco y dio su dictamen: moribundo. Introdujo las llaves en la cerradura. Hoy estuvo inspirado en el ensayo, lo sabía. Nunca fue un músico virtuoso, pero lo suplía con largas prácticas. Recordó su cuarto de adolescencia, los afiches, las ganas de cantar fuerte la música en inglés que escuchaba su padre, las ansias de sacudir al mundo, de cambiarlo.
Instintivamente miró hacia abajo y vio una pequeña hoja a sus pies. Reconoció enseguida la letra pequeña de María y se asustó.
Antes de abrir la carta barajó las posibilidades, lo que podía tener escrito ese pequeño trozo de papel. No pudo evitar sacudir la cabeza, azorado. En pleno siglo 21 a quién se le ocurre escribir una carta, y compartió su sorpresa con el espejo de enfrente.
Lentamente desdobló el pliego. Leyó la carta. Suspiró. No, no tenía ninguna frase dramática, nada capaz de transformar su vida, ninguna invitación a la aventura como pasa en las películas o la literatura de Murakami.
Otro día en la vida, dijo. Y, a su pesar, sonrió.