viernes, 30 de octubre de 2009

I.

El inútil amanecer me encuentra en una esquina desierta;
he sobrevivido a la noche. Las noches son olas orgullosas; olas pesadas y oscuras, abrumadas con todos los tintes del despojo,
abrumadas con cosas imposibles y deseables.
Las noches tienen un hábito de regalos misteriosos y de rechazos,
de cosas a medio entregar, a medio rehusar, de joyas con un hemisferio oscuro.
Las noches actúan de esa manera, te lo advierto.
El oleaje, esa noche, me dejó los acostumbrados retazos y cabos sueltos: algunos odiados amigos para charlar, música para los sueños,
y el humear de amargas cenizas.
Cosas que no le sirven a mi corazón hambriento.
La gran ola te trajo.
Palabras, unas palabras, tu risa; y tú tan indolente, tan incesantemente hermosa. Charlamos y has olvidados las palabras.
El destrozado amanecer me encuentra en una calle desierta de mi ciudad.
Tu figura que se aleja, los sonidos que van a formar tu nombre, la cadencia de tu risa: estos son los insignes juguetes que me dejaste.
Los pongo de cabeza en la madrugada, los pierdo, los recupero;
se lo cuento a un puñado de perros vagabundos y a las pocas estrellas extraviadas de la aurora
Tu oscura y espléndida vida...

Jorge Luis Borges