sábado, 4 de agosto de 2007

Dos meses

Hace dos meses que regresé a Saltillo y a pesar de que el ritmo es por completo distinto al trajín urbano del Distrito Federal, me he visto imersa en los días eternos de la redacción. Entre la nota diaria, mi columna literaria y mi familia —con perro incluído— apenas me da tiempo para escribir en este blog.
Y qué es lo que puedo contar, que me reencontré con mis viejos amigos y que recordé el exceso de trabajo que trae consigo las decisiones inesperadas de un editor que decide irse a ver a Tim Burton a Guanajuato, justo a la mitad del Festival Viva Saltillo —con obras de teatro, exposiciones y conciertos diarios— y que se debe ser estoica para editar, cubrir, reseñar y entrevistar.
Pero es cierto, extrañaba las noches saltillenses frías y tranquilas, los conciertos de verano en la Plaza de Armas. Cómo me divertí con el blues de Betsy Pecanins, el jazz estridente de Iraida Noriega —y que entrevista tan simpática y entrañable logré con ella—, el desenfado de Plastilina Mosh y la maravilla de la ópera que se abre paso bajo las estrellas gracias a la voz del tenor Fernando de la Mora.
Pero sobretodo extrañaba escribir y leer hasta sentir el sopor de la madrugada, pasear con Allegra por la Alameda, el acento norteño y los comentarios ácidos de la redacción.
Es extraño como el ser humano se adapta a las circunstancias, al tiempo, a la memoria. Parece que fue en otra vida cuando caminaba por las calles empedradas de Coyoacán, cuando sentía encima el estrés de los trabajos y exámanes finales de la Ibero, cuando urdía con mis compañeros becarios los planes del siguiente fin de semana.
De vuelta a mi mundo todo parece marchar perfecto, cada pieza ocupa el lugar preciso y la memoria sucumbe ante los días plenos de sol de desierto.