viernes, 21 de marzo de 2014

Consejos


Cuando era niña mi padre con voz seria
la de las circunstancias importantes, me llamó.
Escucha con atención, dijo, mirándome a los ojos
tengo tres consejos que darte:
No hables con hombres extraños.
No camines por calles oscuras.
No entregues el corazón.

Recuerdo que solía jugar en el parque
mi respiración se detenía con ver, a unos metros
el rostro adusto de un hombre
la alarma aumentaba cuando éste sonreía.
Sin dejar de mirarlo, me retiraba paso a pasito
sintiendo en la espalda un escalofrío nervioso.
Pero a la vuelta de los años,
sin apenas darme cuenta
los hombres dejaron de parecerme seres oscuros,
insondables, tal vez malvados.
En su interior había un misterio que deseaba resolver.
Y cayó en el olvido el primer consejo de mi padre.

Las calles sombrías, por otro lado,
siempre me provocaron un temor reverencial.
primero, cuando las fui recorriendo a solas
había en los paseos de la adolescencia
un sabor a triunfo, a libertad, a valentía.
Pero al correr de los años las calles se volvieron frías
peligrosas.
Los muertos comenzaron a aparecer en las esquinas
un chelista fue apuñalado al romper el alba
llenándonos el alma de un horror triste.
Sitios completos de mi ciudad quedaron huérfanos
sólo visitados a través de las pantallas de la televisión
de los relatos sórdidos de nota roja.
Olvidamos el sabor que produce el amanecer
cuando te atrapa como ave de presa.
Las casas se volvieron fortalezas
la gente se encerró tras sus muros
las calles abrían sus fauces.
A mi pesar, seguí el segundo consejo de mi padre.

Con el corazón no fue tan sencillo.
Solía entregarlo con gusto a las mariposas brillantes
a los perros callejeros,
a los perdedores, a los soñadores,
a los protagonistas de los libros.
Después llegaron los amigos
y los hombres extraños
a los que no debía dirigir palabra alguna.
Poco a poco, sin medir las consecuencias,
olvidé que no debía entregar el corazón.
Ahora no hay marcha atrás y es duro,
y bello, e insalvable.

Veo a mi hija jugar en el parque
cómo escucha el canto de los vencejos
cómo mira con desconfianza a jardineros y choferes.
Cuando se acerca a consolar a un niño pequeño
que lloriquea tras caerse del columpio
sé que ha llegado el tiempo.
Hija, escucha los consejos de mi padre:
No hables con hombres extraños
no camines por calles oscuras
no entregues el corazón.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Miércoles de ceniza


I
Porque no espero volver
Porque no espero
Porque espero volver
Deseoso del don de éste y de la visión de aquél
Ya no me esfuerzo más por esforzarme por cosas semejantes
(¿Por qué debiera desplegar las alas el águila ya vieja?)
¿Por qué debiera lamentarme yo
Por el poder perdido del reino acostumbrado?

Porque no espero conocer jamás
La endeble gloria de la hora positiva,
Porque pienso que no
Porque conozco que no he de conocer
El único real de los poderes transitorios
Porque no he de beber
Allí, donde los árboles florecen, y los manantiales fluyen, pues –de nuevo– no hay nada

Porque yo sé que el tiempo es siempre tiempo
Y que el espacio es siempre sólo espacio
Y que es actual lo actual sólo en un tiempo
Y sólo en un espacio
Me alegra que las cosas sean tal como son y
Renuncio al rostro bienaventurado
Y renuncio a la voz
Porque no he de esperar ya retornar jamás
Me alegro en consecuencia, al tener que construir algo
De qué alegrarme.

Y ruego a Dios se apiade de nosotros
Y le ruego que yo pueda olvidarme
De aquellas cosas que conmigo mismo discuto demasiado
Explico demasiado
Porque no espero retornar jamás
Deja que estas palabras respondan
Por lo que se ha hecho, para no volver a hacerse
Que el juicio no nos sea demasiado gravoso

Porque estas alas ya no son alas para volar
Sino sólo abanicos que baten en el aire
El aire que ahora es terriblemente angosto y seco
Más angosto y más seco que la voluntad
Enséñanos a preocuparnos y no preocuparnos
Enséñanos a quedarnos sentados quietos.

Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de
nuestra muerte
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

T.S. Eliot (Traducción de Ezequiel Zaidenwerg)