El 2012 fue un año que dejó varios libros en mi biblioteca. Desde nuevas colecciones hasta obras póstumas, además de
antologías, novelas, poemarios y catálogos; la oferta literaria de los últimos meses cuenta con ejemplares que vale la pena tener en casa.
Muchas fueron las publicaciones que llenaron mis noches de historias, de versos, de reflexiones. Aquí les comparto algunos de los títulos cuya lectura no los dejará impasibles:
Si en Otro Mundo Todavía. Antología Personal. Jorge Fernández Granados. Almadía.
Esta publicación muestra a una de las voces poéticas más destacadas de
los últimos años. Y aunque el trabajo de Jorge Fernández Granados no es
desconocido, esta antología permite rastrear algunos de los temas que
han marcado sus versos durante más de una década (y a lo largo de seis
libros).
En la obra del poeta defeño, el lector puede encontrar ese otro mundo que se
intuye, pero que sólo puede ser revelado a través de las palabras, de
las historias" que nacen "en la orilla de las cosas”.
En Si en Otro Mundo Todavía destacan dos poemas: Cenit (de La Música de
las Esferas, 1990), una pieza de largo aliento de ritmo contundente, y Nadir (de Los Hábitos de la Ceniza, 2000), su contraparte. Si en el
primero se acepta, y se abraza, una fuerza que está en todo, en el amor y
en el deseo, pero también en la furia y la nostalgia; en Nadir el
poeta toma conciencia de la pérdida, de que, como lo dice el término
astronómico, hay ocasiones en que la vida nos encuentra en el punto más
bajo.
Este es un libro que a lo largo de las páginas se transforma en una
promesa de encontrar, en el espejo poético, ese “algo inefable y
sudoroso” que nos pertenece, ese “algo que nos quema”.
Di su Nombre. Francisco Goldman. Sexto Piso.
Inscrita en ese ambiguo territorio que se forma entre la realidad y la
ficción, la reciente novela de Francisco Goldman es un ejercicio de
evocación, de amor; una batalla contra la falibilidad de la memoria.
“El amor dichoso no tiene historia”, sostiene Denis de Rougemont en su ensayo El
Amor y Occidente, y esa frase lapidaria apareció en mi mente cuando
comencé el relato que entreteje el norteamericano en torno a Aura
Estrada.
Promesa de las letras mexicanas, con apenas 30 años de edad, Aura muere en un
accidente en las playas de Oaxaca, frente a la mirada atónita de su
esposo, Francisco Goldman. Acusado por la familia de la joven de haber
provocado su muerte, y dolido por su temprana partida, el periodista
decide recuperar a su mujer a través de sus diarios y escritos.
Divertida a ratos, dolorosa con frecuencia (¿acaso hay otra forma de
sentir la ausencia forzosa?), Di su Nombre, elegida como uno de los
mejores libros del año de “The New York Times”, es una historia del amor
que, a través de la escritura, se convierte en bastión irreductible
frente al olvido.
El Lenguaje del Juego. Daniel Sada. Anagrama.
Hace más de un año murió Daniel Sada, pero dejó una novela que fue
publicada este 2012 por Anagrama (en convenio con la Universidad
Autónoma de Nuevo León). En El Lenguaje del Juego ,el escritor nacido en Baja California da forma
a una historia que se desarrolla en Mágico, nombre con el que denominó a
ese vasto territorio que siempre conquistó su imaginación y que se
puede rastrear a lo largo de su obra: el norte de México.
En la Mágico aparecen rumores sobre gente muerta, colgada cerca del
pueblo, mientras los vecinos ven cómo los militares desfilan por las
calles, portando sus armas. El lector se enfrenta con la visión de Sada
sobre la violencia que azota nuestro país, narada con un uso extraordinaria del
lenguaje, sello característico de la pluma del mexicano.
La Torre y el Jardín. Alberto Chimal. Océano.
La vena fantástica de Alberto Chimal adquiere nuevas dimensiones con su
reciente novela, La Torre y el Jardín, que forma parte de la
colección Hotel de las Letras, editada por Océano y coordinada por
Martín Solares.
La historia se desarrolla en Ciudad Morosa, en donde está enclavada una
torre fabulosa en la que personajes y hechos caben perfecto en el
significado de esta palabra: son extraordinarios, increíbles, excesivos.
En esl burdel fantástico descrito por Chimal, nadie se asombra con las voces que surgen de
los muros, con los secretos que guarda Isabel (uno de los personajes
centrales de la historia, con las “bestias amables” que pululan por los
rincones.
Considerada por su editor como una de las novelas más ambiciosas de la
literatura latinoamericana actual, La Torre y el Jardín es una obra
que muestra que la fantasía y la ciencia ficción no son ajenos a la literatura en castella; y que no podrán soltar los fanáticos del género.
Rubén Herrera, 1888-1933. Instituto Nacional de Bellas Artes, Gobierno del Estado de Coahuila
El pasado agosto se inauguró en el Museo Nacional de Arte (Munal) la
exposición retrospectiva “Ruben Herrera. Trazos y Volumen” sobre el
trabajo de uno de los pintores academicistas más notables de México. Dividida en tres apartados, “La Niñez y los Sueños, 1868-1908”;
“Descubriendo el Mundo, 1909-1920”; y “El Retorno a sus Raíces,
1921-1933”, la muestra es un auténtico viaje pictórico por el desarrollo
artístico de Herrera (quien vivió en Coahuila la mayor parte de su
vida).
A lo largo de la exposición, curada por Juan Manuel Corrales y Lucía Ruanova Abedrop, se pueden observar desde apuntes, bocetos y estudios,
hasta retratos y óleos de gran formato, en los que el genio del
dibujante se descubre al capturar múltiples fisonomías con
extraordinario detalle, no exento de sentimiento y emoción.
Las imágenes de las obras que integraron esta exposición se encuentran
en este bello volumen, que incluye además textos de los especialistas
Juan Manuel Corrales Calvo y Citlali Salazar Torres.
Maestro de la policromía, Rubén Herrera es recordado, a 124 años de su
nacimiento, como un referente indiscutible del arte nacional del siglo
20.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
martes, 25 de diciembre de 2012
Salvamento
Guardaré todo lo que debe ser guardado:
tu grito de amor en la noche oscura
el ruido de la pala que esparce la tierra
en la sepultura
el canto de la lechuza el zumbido de la turbina
la manzana que se pudre en el cajón del mercado
y el súbito borboteo del agua del dique atravesada
por un pez.
Guardaré una tarde en Maccio
cuando las luces del mundo se encendieron
para que yo no conociese al mismo tiempo
la noche y la claridad, el amor y la ruina.
Y aún guardaré
la nube que se arrastra en el cielo episcopal
como la sombra de un tullido
y el blanco esplendor de la lluvia
cayendo sobre los árboles y los tejados averiados
en la mañana sostenida por las camelias.
Recogeré el remo del bote
después del naufragio del navío
y la piedra pulverizada en el deslave.
Todo lo guardaré: la piedra y el agua y el viento
y el fuego que avanza en el bosque.
Todo debe ser salvado del abandono y de la
perdición.
Hasta la ceniza debe ser guardada.
Porque en ella se esconde el amor.
Lêdo Ivo (Traducción José Javier Villarreal)
tu grito de amor en la noche oscura
el ruido de la pala que esparce la tierra
en la sepultura
el canto de la lechuza el zumbido de la turbina
la manzana que se pudre en el cajón del mercado
y el súbito borboteo del agua del dique atravesada
por un pez.
Guardaré una tarde en Maccio
cuando las luces del mundo se encendieron
para que yo no conociese al mismo tiempo
la noche y la claridad, el amor y la ruina.
Y aún guardaré
la nube que se arrastra en el cielo episcopal
como la sombra de un tullido
y el blanco esplendor de la lluvia
cayendo sobre los árboles y los tejados averiados
en la mañana sostenida por las camelias.
Recogeré el remo del bote
después del naufragio del navío
y la piedra pulverizada en el deslave.
Todo lo guardaré: la piedra y el agua y el viento
y el fuego que avanza en el bosque.
Todo debe ser salvado del abandono y de la
perdición.
Hasta la ceniza debe ser guardada.
Porque en ella se esconde el amor.
Lêdo Ivo (Traducción José Javier Villarreal)
viernes, 21 de diciembre de 2012
Con quién haré el amor
En este vaso de
ginebra bebo
los tapiados minutos de la noche,
la aridez de la música, y el ácido
deseo de la carne. Sólo existe,
donde el hielo se ausenta, cristalino
licor y miedo de la soledad.
Esta noche no habrá la mercenaria
compañía, ni gestos de aparente
calor en un tibio deseo. Lejos
está mi casa hoy, llegaré a ella
en la desierta luz de madrugada,
desnudaré mi cuerpo, y en las sombras
he de yacer con el estéril tiempo.
los tapiados minutos de la noche,
la aridez de la música, y el ácido
deseo de la carne. Sólo existe,
donde el hielo se ausenta, cristalino
licor y miedo de la soledad.
Esta noche no habrá la mercenaria
compañía, ni gestos de aparente
calor en un tibio deseo. Lejos
está mi casa hoy, llegaré a ella
en la desierta luz de madrugada,
desnudaré mi cuerpo, y en las sombras
he de yacer con el estéril tiempo.
Vuelve la hora
feliz. Y es que no hay nada
sino la luz que cae en la ciudad
antes de irse la tarde,
el silencio en la casa y, sin pasado
ni tampoco futuro, yo.
Mi carne, que ha vivido en el tiempo
y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún
hasta la consunción de la propia ceniza,
y estoy en paz con todo lo que olvido
y agradezco olvidar.
En paz también con todo lo que amé
y que quiero olvidado.
sino la luz que cae en la ciudad
antes de irse la tarde,
el silencio en la casa y, sin pasado
ni tampoco futuro, yo.
Mi carne, que ha vivido en el tiempo
y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún
hasta la consunción de la propia ceniza,
y estoy en paz con todo lo que olvido
y agradezco olvidar.
En paz también con todo lo que amé
y que quiero olvidado.
Volvió la hora feliz.
Que arribe al menos
al puerto iluminado de la noche.
Francisco Brines
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Cenit
Y qué cosa esa esto
que se ausenta pero vuelve
como el humo del alba
y se me sube al cuerpo y no lo tengo nunca
y que nunca entiendo,
que me llora y me blasfema y me perfuma
y me apura y me complace,
qué cosa es esto que adquiere raíces y corteza,
fronda,
y lo levanta el viento y es amargo y murmura
como el tambor de ritmos animales
y médula
y sal
y me tiembla en los ojos y las manos y los días
y fosforece venas y montañas
y se templa y se quiere como barro
y es como altivez y como ternura y como placer y es
congoja
y rabia
y nostalgia
y manía,
y qué cosa,
diablos,
qué cosa que aroma la fiesta o la desdicha,
que se asoma a los minutos y da vuelta como un ala
y se entierra y carcajea
y aplaude y me mira susurrante,
tan amorosamente tan cerca qué cosa,
atragantada por el sol austero y el mar vehemente,
por la nieve
sigilosa,
que brazo que aletea
y se embriaga y entra a veces en el cielo.
Y qué cosa pregunto es esto,
qué cosa,
donde germina la palabra y ronda la semilla
y se entromete el alma a puñetazos casi sola
y araña la risa
y es certeza de sí misma y agua de maderas
y furia numeral de esperma y llovizna toda
y linfa de eternidades y vuelo de saurio,
qué cosa marabunta de milenios,
de navíos embrujados y gaviotas,
qué cosa ritual de abrazos a los hijos y dolor de
hermanos
y sueño de la infancia
y última mirada de los moribundos.
Qué cosa que le tiene miedo al viento cuando azota
al fuego y al frío
y gime y canta y escupe y se enamora
y se lava la cara al alba en estanques silenciosos
y duerme con los ojos limpios
y dispersa luciérnagas recién nacidas en la niebla,
qué cosa,
carajo,
sabedora
que me tiene y me detiene
y me aumenta y me persigue y me saquea
y me precisa y a menudo
me ama con un amor de carnes y de dientes y de
labios
y a menudo con otro de silencio y de papeles y de
estrellas,
y es como rumoroso amor de calles líquidas y
templos vertebrales,
como el amor de un bosque antiquísimo de nieve
o como fuego dormido en la palma de las manos
amor sonrisa paridora, amor urdimbre de
cansancios,
amor cueva de místicos, boca de extraviados, sal en
el pelo,
amor noticia de epitafios, alcoba pasajera, grito del
nacimiento, amor que se gesta y sube y
salva, amor,
la misma la otra redención,
el mismo el otro fervoroso aliento, amor
de sol y de tiempo y de mundo y de ti, amor,
cualquier piedra y un canto
y mi pulso diminuto y el color ligero de lo que no
vuelve
y qué cosa es qué,
qué razón
decir amor,
qué pregunta
y es tan dulce y quieta y tan lasciva
y tan revuelta y marítima y astuta
y nada
no es acaso nada, amor,
ni vuelo ni vacío ni palabra
ni cuerpo ni deseo
ni magia ni demencia,
o es amor es todo es esa cosa
es algo todo algo ese siempre algo aquí algo
ascendente
algo tuyo algo mío algo de nadie y algo de tantos
todos
algo inefable y sudoroso y mío
algo ilimitado algo inútil y magnífico amor
algo por ti y a pesar de ti
algo que nos quema
y nos llama sin remedio.
Pero soy torpe, finalmente,
Y no sé
cómo nombrarlo.
Jorge Fernández Granados (Si en otro mundo todavía, 2012)
lunes, 17 de diciembre de 2012
Para los que llegan a las fiestas...
PARA LOS QUE llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan
miedo
—pues uno no sabe bailar, y es
triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;
para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la
espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante
olvidado;
para los que fueron invitados
una vez; aquéllos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta
ya mucho después de entrados todos
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;
para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;
para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y
siguen;
para los que sufren a conciencia,
porque no serán consolados
los que no tendrán, los que no pueden
escucharme;
para los que están armados, escribo.
Desde la tristeza que se desploma
DESDE LA TRISTEZA que se desploma,
desde mi dolor que me cansa,
desde mi oficina, desde mi cuarto revuelto,
desde mis cobijas de hombre solo,
desde este papel, tiendo la mano.
Ya no puedo ser solamente
el que dice adiós, el que vive
de separaciones tan desnudas
que ya ni siquiera la esperanza
dejan de un regreso; el que en un libro
desviste y aprende y enseña
la misma pobreza, hoja por hoja.
Estoy escribiendo para que todos
puedan conocer mi domicilio,
por si alguno quiere contestarme.
Escribo mi carta para decirles
que esto es lo que pasa: estamos enfermos
del tiempo, del aire mismo,
de la pesadumbre que respiramos,
de la soledad que se nos impone.
Yo sólo pretendo hablar con alguien,
decir y escuchar. No es gran cosa.
Con gentes distintas en apariencia
camino, trabajo todos los días;
y no me saludo con nadie: temo.
Entiendo que no debe ser, que acaso
hay quien, sin saberlo, me necesita.
Yo lo necesito también. Ahora
lo digo en voz alta, simplemente.
Escribí al principio: tiendo la mano.
Espero que alguno lo comprenda.
Rubén Bonifaz Nuño (Los demonios y los días)
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Retornos del otoño
Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Miro el otoño, escucho sus aguas
melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.
Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida
nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
Perdonadme que hoy sienta pena y la
diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.
Rafael Alberti
viernes, 7 de diciembre de 2012
Lectura militante
Hace unos días un amigo mencionó en una charla a Susan Sontag. Me gustó escuchar la relación, si bien superficial, entre la norteamericana y yo. La obra de la escritora, en especial sus ensayos, influyó de manera notable en mis ideas sobre el arte, la libertad y la belleza. Al echar un vistazo a la biblioteca me encontré con Al Mismo Tiempo, libro que me hizo reflexionar sobre algunos pensamientos de la escritora neoyorkina.
Crítica feroz y mujer apegada a su
época, Susan Sontag fue una escritora que en muchas ocasiones
sacrificó su vena literaria en aras de la denuncia, el análisis y
la observación minuciosa de los sucesos que marcaron la historia de
su tiempo.
Considerada por muchos figura clave del
movimiento intelectual de los 60’s en Estados Unidos, Sontag se dio
a conocer con la publicación de su novela El Benefactor,
pero serían sus ensayos los que la colocarían en el mapa de las
letras internacionales.
De mente ágil y palabra aguda, la
norteamericana escribió por igual sobre las drogas, la pornografía,
la política, la enfermedad –que ella exploró con profundo
conocimiento, pues libró una larga batalla contra el cáncer, que a
la postre causó su muerte en el 2004– la fotografía y, por
supuesto, las letras.
En su trayectoria literaria Sontag no
se limitó a contemplar la vida desde su escritorio, visitó países
en guerra y se enfrentó al gobierno estadounidense desde los
periódicos más influyentes del mundo. Su reprobación hacia el
mandato de George Bush fue una de las últimas tareas que acometió
en su vida y es recogida en el libro Al Mismo Tiempo
(Mondadori, 2007).
Que este título sea el último
realizado por la escritora no es casualidad. Sontag había previsto
que este libro, junto con una novela, una autobiografía y una
recopilación de cuentos, formaría parte de su legado final.
Desgraciadamente, la muerte la sorprendió antes de que terminara
todos los proyectos, pero en las manos del lector quedó una obra que sacude no sólo por su pertinencia, también por la lucidez
mental con que explora temas como la belleza, el arte, la tortura, la
libertad, el poder de las imágenes y el razonamiento moral.
Neoyorkina por convicción y poseedora
de una pluma controvertida, Sontag no podía dejar de escribir sobre
los ataques del 11 de septiembre y criticó duramente las acciones
que emprendió el gobierno de Bush después de este suceso. Las
fotografías que cimbraron el mundo al mostrar las torturas cometidas
en la cárcel de Abu Ghraib por militares estadounidenses, es otro de
los temas que explora la ensayista, quien no dudó en calificar al
gobierno del mandatario republicano como “reactivo y rencoroso”.
Sontag asumió con firmeza el papel de
intelectual comprometido y desde su trinchera sostuvo que el escritor
debía hacer varias cosas: “apasionarse con las palabras,
preocuparse mucho por las oraciones. Y prestar atención al mundo”.
Y agregó, con una certeza nacida en
las lecturas juveniles que la libraron del sopor de las tardes que
vivió en Tucson, Arizona, que el escritor debe “procurar nacer en
una época en la cual sea probable que Dostoievski y Tolstói y
Turguéniev y Chéjov te exalten e influyan de manera definitiva”.
Pero ella jamás estuvo de acuerdo en
que un literato debía ser “una máquina de opiniones”, aunque
sí estaba convencida, y así lo expone en el ensayo La
Conciencia de las Palabras, de que la tarea del escritor es
“representar las realidades”, tanto las abyectas como las
sublimes.
Sontag fue siempre una lectora voraz y
sentía especial predilección por la narrativa, necesaria “para
ampliar nuestro mundo”. Ella acuñó el término “lectura
militante”, cuyo “máximo valor reside en la relectura”, y
sobre el que realiza una concienzuda reflexión en el ensayo Un
Destino Doble, una exploración sobre la novela Artemisa
de Anna Banti.
La neoyorkina no podía resistir el
escribir sobre autores poco conocidos, sentía un especial placer por
mostrar al lector el talento de novelistas cuyas vidas habían sido
marcadas por la tragedia personal o profesional. En Al Mismo
Tiempo, Sontag describe Verano en Baden-Baden,
la novela de Leonid Tsipkin, un oscuro patólogo ruso cuyo talento es
asfixiado por el sistema socialista y quien evoca en su máxima obra
narrativa la vida de Dostoievski.
Mención aparte merece 1926…,
un texto en el que la autora describe la relación epistolar que
sostuvieron Rainer Maria Rilke (de 51 años y que “está muriendo
de leucemia en un sanatorio en Suiza”), Boris Pasternak (de 36
años) y Marina Tsvietáieva (de 34 años, quien “vive en la
penuria con su marido y dos hijos en París”).
Este libro es una deliciosa
conversación con una amante de las letras, con una habitante
de “un territorio libre” que sólo puede existir en la
literatura. Como ella, muchos hemos sentido que la literatura permite
“escapar de la prisión de la vanidad nacional, del filisteísmo,
del provincianismo forzoso, de la inanidad educativa, de los destinos
imperfectos y de la mala suerte”. Hoy, y tal vez más que nunca, su
afirmación no tiene objeción: “la literatura es la libertad”.
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miércoles, 5 de diciembre de 2012
Bueno fuera, acaso, no haber cambiado...
Bueno fuera, acaso, no haber cambiado;
seguir padeciendo por lo mismo;
hallar un dolor tan bello
que me permitiera olvidarme
de que esta deshecha mi camisa
y de que me aprietan los zapatos.
Pero cuando quiero cantar por nota,
medir las palabras, endulzarlas,
la voz se me encoge, se me regresa,
y no tengo más que estar cansado.
Es tarde, mi amada se ha puesto fea;
se desvencijaron las hermosas
palabras; lo saben todos:
las necesidades nos ocupan.
Hace mucho tiempo que no quiero
pensar en las cosas que ya no pueden
volver; las recuerdo, con todo;
me duele sentir que no me importan.
Adiós, Garcilaso de la Vega,
tus claros cristales de sufrimiento.
Yo vine a decir palabras en otro
tiempo, juntos a gentes que padecen
desasosegadas por el impulso
de comer, comidas por la amargura;
débiles guerreros involuntarios
que siguen banderas sin gloria,
que lloran de miedo en las noches,
que se desajustan sin esperanza.
Rubén Bonifaz Nuño (Los Demonios y los Días)
Algo se me ha quebrado esta mañana...
Para Abril Boliver
Algo se me ha quebrado esta mañana
de andar, de cara en cara, preguntando
por el que vive dentro.
Y habla y se queja y se me tuerce
hasta la lengua del zapato,
por tener que aguantar como los hombres
tanta pobreza, tanto oscuro
camino a la vejez; tantos remiendos,
nunca invisibles, en la piel del alma.
Yo no entiendo; yo quiero solamente,
y trabajo en mi oficio.
Yo pienso: hay que vivir; dificultosa
y todo, nuestra vida es nuestra.
Pero cuánta furia melancólica
hay en algunos días. Qué cansancio.
Cómo, entonces,
pensar en platos venturosos,
en cucharas calmadas, en ratones
de lujosísimos departamentos,
si entonces recordamos que los platos
aúllan de nostalgia, boquiabiertos,
y despiertan secas las cucharas,
y desfallecen de hambre los ratones
en humildes cocinas.
Y conste que no hablo
en símbolos; hablo llanamente
de meras cosas del espíritu.
Qué insufribles, a veces, las virtudes
de la buena memoria; yo me acuerdo
hasta dormido, y aunque jure y grite
que no quiero acordarme.
De andar buscando llego.
Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.
Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo
y pienso en esta vida que no es bella
ni mucho menos, como dicen
los que viven dichosos. Yo no entiendo.
Escribo amargo y fácil,
y en el día resollante y monótono
de no tener cabeza sobre el traje,
ni traje que no apriete,
ni mujer en que caerse muerto
Rubén Bonifaz Nuño (Fuego de Pobres)
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