Afligido
estoy y abatido en extremo; la fuerza de los gemidos de mi corazón
me hace prorrumpir en alaridos.
Salmo
XXXVII
Sálvame,
Dios mío, de mis enemigos, líbrame de los que me asaltan. Sácame
del poder de los que obran inicuamente y libértame de esos hombres
sedientos de sangre.
Salmo
LVIII
Dame voz, oh Señor,
para entonar mi plegaria
obséquiame noches
de sueños cortos
que huyan de la
memoria al despuntar el alba.
Permite, Señor, que
pueda despedirme de los míos
y que sus voces sean
escuchadas por tu oído omnipresente
que sientan alivio
en medio de su soledad forzosa
que una vaga
esperanza reconforte sus espíritus
con un rayo de sol
que se cuele por la ventana
con la memoria de
días llenos de sonrisas y abrazos.
No consientas que mi
estirpe sea borrada
deja que mis muertos
conserven sus nombres
que el suelo árido
no carcoma sus huesos olvidados.
Concédeme la gracia
de besar sus párpados inmóviles
de ahogar en rabia
los lamentos.
Ten, Señor,
misericordia de mí, que estoy sin fuerzas
¿Hasta cuándo
mostrarás tu cólera? Ya nadie se acuerda de ti
ni del infierno que
se multiplica en las calles
en la nota roja de
los periódicos, en los murmullos de los funerales
aunque tu nombre
sigue resonando en las bocas torcidas de las víctimas.
Por eso levántate,
oh Señor Dios, no olvides a los sufrientes
quebranta el brazo
de opresores y malignos.
Libéranos con tu
encono poderoso
venga la sangre de
tus siervos.
Canto tu himno, oh
Señor, para alejar tanto infortunio
para hallar
resignación
ante las cruces que
se reproducen en la tierra.
Para que la
confusión y la vergüenza
invadan el corazón
del enemigo.
Ya no encuentro la
salida entre tanta oscuridad
ando todo el día
cubierto de tristezas.
No te pido consuelo,
oh Señor, te pido revancha
lágrimas que jamás
se sequen
furia que no se
agote
y una pluma veloz
que no descanse.