Han pasado diez años y es un día de invierno.
Tú caminas por las avellanedas.
y vas junto a esos sauces amarillos que avanzan
por los ríos con luna.
No será como ahora, no tendrás veinte años;
la nieve irá acercándose a tu casa
y el aire verde moverá en tus ojos
sus bosques de cristal y de silencio.
Recuérdalo, hubo un río.
Los árboles vivían
en el imán del agua.
Por la noche, escuchábamos gotear en las sombras
la canción de los búhos.
Y, luego, la corriente se llevó nuestras caras.
No sabemos a dónde. No sabemos por qué.
Aún estamos aquí.
Pero, de pronto,
han pasado diez años
y tú y yo somos dos desconocidos.
Tú caminas por las avellanedas.
y vas junto a esos sauces amarillos que avanzan
por los ríos con luna.
No será como ahora, no tendrás veinte años;
la nieve irá acercándose a tu casa
y el aire verde moverá en tus ojos
sus bosques de cristal y de silencio.
Recuérdalo, hubo un río.
Los árboles vivían
en el imán del agua.
Por la noche, escuchábamos gotear en las sombras
la canción de los búhos.
Y, luego, la corriente se llevó nuestras caras.
No sabemos a dónde. No sabemos por qué.
Aún estamos aquí.
Pero, de pronto,
han pasado diez años
y tú y yo somos dos desconocidos.
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El viajero
Para Javier Egea
Te acompañaban siempre los violines.
Tus poemas estaban en ti como los peces
en el fondo de un río.
Eso es lo que vi en ti:
peces en el desierto,
música amenazada.
Te vi hacer bosques y subir montañas,
te vi cavar abismos con tus manos.
No supe dónde ibas.
Te vi buscar la sombra entre la luz,
te vi buscar la muerte entre la vida,
y no pude entenderte.
Yo no sé qué has ganado, pero sé qué has perdido:
tu música,
tus peces,
tus montañas azules.
No puede ser feliz quien entierra un tesoro.
No puede ser feliz
quien envenena el agua de su vida.
Tus poemas estaban en ti como los peces
en el fondo de un río.
Eso es lo que vi en ti:
peces en el desierto,
música amenazada.
Te vi hacer bosques y subir montañas,
te vi cavar abismos con tus manos.
No supe dónde ibas.
Te vi buscar la sombra entre la luz,
te vi buscar la muerte entre la vida,
y no pude entenderte.
Yo no sé qué has ganado, pero sé qué has perdido:
tu música,
tus peces,
tus montañas azules.
No puede ser feliz quien entierra un tesoro.
No puede ser feliz
quien envenena el agua de su vida.
Benjamín Prado