Para algunos el escritor norteamericano Raymond Carver es un
narrador de segunda que puede ofrecer poco en comparación con autores como Truman Capote, Philiph Roth o Norman Mailer, por citar algunas de las
estrellas que forman parte de la constelación literaria norteamericana. Sin
embargo, tras su prosa directa y alejada de abalorios verbales, se esconde una descripción
descarnada de los personajes que pululan detrás de las pulcras fachadas de las casas
suburbanas o entre las sombras mortecinas de los callejones.
Catalogado como miembro del “realismo sucio” –un término que
desagrada a muchos de sus seguidores–, junto a Richard Ford, Tobias Wolff y
Charles Bukowsky, Carver pertenece a un grupo de narradores nacidos entre 1920
y 1945.
Otra etiqueta lo considera “el padre del minimalismo
literario estadounidense”, pero la narrativa no fue su único motivo de
inspiración, también escribió poesía y al momento de su muerte, a los 50 años
edad, ya era un afamado escritor, lo que para sus detractores significa que era
un “autor de moda”.
Hijo de un padre alcohólico que trabajaba en un aserradero y
una madre camarera, Carver tuvo contacto con varios de los personajes que
protagonizarían sus futuros escritos, que tuvieron cabida en publicaciones como
el New Yorker y Esquire. Él mismo fue alcohólico y al hombre de esa etapa solía
llamarlo “Raymond el malo”, pero
alentado por su segunda esposa y editora, la poeta Tess Gallagher, permaneció
sobrio los últimos 10 años de su vida.
Algunos de los títulos del norteamericano, que en español
son editados por Anagrama, son Si me Necesitas Llámame, Short
Cuts, Tres Rosas Amarillas, De qué Hablamos Cuando Hablamos de Amor
y ¿Quieres
hacer el favor de callarte, por favor?
Uno de los libros fundamentales de este autor es Catedral
(Anagrama, 2002). En 205 páginas Carver hilvana una serie de historias
cortas que provocan al lector la sensación de ser un vouyerista que se asoma,
durante brevísimos instantes, a un momento trascendental de otro ser humano.
Catedral presenta una
serie de relatos que se erigen sobre vidas ordinarias y se construyen con
detalles minuciosos, labrados con precisión demoledora. Personajes con los que
nos topamos todos los días, que rozamos en la parada del camión, escuchamos en
el supermercado o hemos visto trabajando en algún cubículo cercano.
Empleados, amas de casa, desamparados, perdedores, todos
cargando su humanidad a cuestas. Y Carver no sólo describe a estos seres
ordinarios, los exhibe bajo una luz potente, que no permite que se esconda
defecto alguno.
Plumas, Vitaminas, El Tren y Catedral, que le da
título al libro, son algunos de los textos que llaman poderosamente la
atención. Y es que atrás de una prosa sencilla, de oraciones cortas y certeras –a
la que algunos tildan de fácil y sobrevalorada–, se esconde la observación
aguda, maximizada por la capacidad microscópica de este autor, al que vale la
pena echar un vistazo
Sus relatos tensan los nervios del lector, quien intuye una
amenaza que repta desde su escondrijo para mostrarse, en algunas ocasiones
aparece totalmente, en otras sólo se asoma como una especie de reto, como
insinuando que hemos visto reflejada nuestra propia existencia.