Cuando era niña mi padre con voz seria
la de las circunstancias importantes,
me llamó.
Escucha con atención, dijo, mirándome
a los ojos
tengo tres consejos que darte:
No hables con hombres extraños.
No camines por calles oscuras.
No entregues el corazón.
Recuerdo que solía jugar en el parque
mi respiración se detenía con ver, a
unos metros
el rostro adusto de un hombre
la alarma aumentaba cuando éste
sonreía.
Sin dejar de mirarlo, me retiraba paso
a pasito
sintiendo en la espalda un escalofrío
nervioso.
Pero a la vuelta de los años,
sin apenas darme cuenta
los hombres dejaron de parecerme seres
oscuros,
insondables, tal vez malvados.
En su interior había un misterio que
deseaba resolver.
Y cayó en el olvido el primer consejo
de mi padre.
Las calles sombrías, por otro lado,
siempre me provocaron un temor
reverencial.
primero, cuando las fui recorriendo a
solas
había en los paseos de la adolescencia
un sabor a triunfo, a libertad, a
valentía.
Pero al correr de los años las calles
se volvieron frías
peligrosas.
Los muertos comenzaron a aparecer en
las esquinas
un chelista fue apuñalado al romper el
alba
llenándonos el alma de un horror
triste.
Sitios completos de mi ciudad quedaron
huérfanos
sólo visitados a través de las
pantallas de la televisión
de los relatos sórdidos de nota roja.
Olvidamos el sabor que produce el
amanecer
cuando te atrapa como ave de presa.
Las casas se volvieron fortalezas
la gente se encerró tras sus muros
las calles abrían sus fauces.
A mi pesar, seguí el segundo consejo
de mi padre.
Con el corazón no fue tan sencillo.
Solía entregarlo con gusto a las
mariposas brillantes
a los perros callejeros,
a los perdedores, a los soñadores,
a los protagonistas de los libros.
Después llegaron los amigos
y los hombres extraños
a los que no debía dirigir palabra
alguna.
Poco a poco, sin medir las
consecuencias,
olvidé que no debía entregar el
corazón.
Ahora no hay marcha atrás y es duro,
y bello, e insalvable.
Veo a mi hija jugar en el parque
cómo escucha el canto de los vencejos
cómo mira con desconfianza a
jardineros y choferes.
Cuando se acerca a consolar a un niño
pequeño
que lloriquea tras caerse del columpio
sé que ha llegado el tiempo.
Hija, escucha los consejos de mi padre:
No hables con hombres extraños
no camines por calles oscuras
no entregues el corazón.