“Es el momento de repensarnos. Hacer buen periodismo siempre
fue difícil y hoy lo sigue siendo.”
Ignacio Ramonet
¿Cuál es la historia que voy a contar? Me pregunto con
frecuencia cuando enfrento la página en blanco. La cuestión es vital para
iniciar una crónica, un reportaje, un perfil, pero también me parece pertinente
para escribir una entrevista, la reseña de un libro o una nota periodística.
¿Cuál es la
historia que le voy a contar a los lectores? A veces, con el vértigo de la nota
diaria y del deadline, perdemos de vista que el objetivo del periodismo no es
tuitear antes que nadie la información, ni conseguir más likes o shares en las
redes sociales.
A propósito de ello, la periodista argentina Leila Guerriero
apunta en una entrevista para el sitio uruguayo Ciento Ochenta que al momento
de escribir un texto piensa mucho en el lector: “Soy muy de la escuela
de Homero Alsina Thevenet: él decía que la prosa no era de uno, sino del
lector. Me parece que es una gran lección de humildad, porque cuando uno es
periodista, está ahí puesto al servicio de la historia: uno tiene que contar la
historia y desaparecer”.
Durante casi 15
años he trabajado en un periódico de forma ininterrumpida. Empecé como
reportera de cultura cubriendo presentaciones de libros, charlas, conferencias,
galas de ballet, obras de teatro, exposiciones de artes visuales. Recuerdo que
tomaba notas sin parar, grababa cada una de las intervenciones, entrevistaba a
todos los involucrados, y al final tenía un montón de material que debía
reducir a unos seis u ocho párrafos en un lapso de dos horas.
Esta
meticulosidad me jugó en contra más de una vez, pero la agradecí cuando
emprendí la tarea de escribir un libro de entrevistas (La Casa Abierta. Conversaciones con 25 Poetas, publicado por la
Secretaría de Cultura de Coahuila en 2016) y recuperé el material de uno de mis
primeros trabajos: una entrevista con Alí Chumacero en la entonces Feria del
Libro Infantil y Juvenil de Saltillo 2006.
Hablo de esto
porque me parece que en una época en la que se privilegia la inmediatez y el
impacto se han dejado de lado desde detalles que parecerían nimios, como citar
con fidelidad las declaraciones de un entrevistado o releer los textos que
mandamos a la rotativa, hasta los principios básicos de la labor periodística,
y cito los que propone la Ethical Journalism Network (Red de Periodismo Ético):
verdad y precisión, independencia, equidad e imparcialidad, humanidad,
responsabilidad.
En una
entrevista al diario francés Le Monde Diplomatique, el periodista español
Ignacio Ramonet reflexiona sobre los cambios que vive el ejercicio del
periodismo en el siglo 21: “Los periodistas se
limitan a lo más rápido porque saben que en la rapidez está en parte la captación
de audiencias, pero el ciudadano quiere fiabilidad, algo que no garantizan los
canales de información urgente, inmediata, constante”.
Vivimos
en un tiempo en el que gran parte de nuestra vida se desenvuelve en las redes
sociales. Hemos aprendido, y de la manera difícil, que lo que pasa en ese mundo
virtual tiene efectos reales. Pienso en el movimiento #MeToo México, surgido en
Twitter como un medio para denunciar la violencia que sufren las mujeres en el
país, que sacudió a la comunidad cultural y que hizo que muchos repensáramos la
forma en que nos relacionamos con los demás, tanto en el ámbito íntimo como en
la dinámica laboral.
En
medio de la avalancha de denuncias vertidas en Twitter contra escritores,
cineastas, músicos, teatristas, periodistas, un gran número de medios
privilegiaron la inmediatez y olvidaron los principios del periodismo.
Muchos
diarios publicaron notas con encabezados escandalosos y textos limitados que sólo
registraban algunas declaraciones recogidas de las redes sociales, todo
acompañado de capturas de pantalla sacadas de contexto. ¿Por qué no se buscó
las declaraciones de los implicados?, ¿dónde están las entrevistas a los
especialistas?, ¿se corroboraron los hechos?, ¿se está revictimizando a las
mujeres al tomar la información que compartieron en un contexto distinto al de
un medio de comunicación? Son muchas preguntas las que deja el movimiento
#MeToo sobre la praxis periodística.
Los
principios de verdad, precisión, independencia, equidad, imparcialidad,
humanidad y responsabilidad también aplican a los artículos de opinión. He
visto con decepción como varios colegas de oficio publican textos sin el menor
rigor, con erratas, descalificaciones sin fundamento y vaguedades (muchas veces cargadas de resentimiento) que podrían evitarse con un trabajo serio y
meticuloso.
Habría que recordar una de las lecciones básicas
que se imparten en las aulas universitarias y que recupera la
Ethical Journalism Network: “obtener los hechos con exactitud
es un principio cardinal del periodismo. Siempre debemos luchar por la
precisión, dar a todos los hechos pertinentes que tenemos y garantizar que han
sido verificados”.
Hace
casi 15 años escogí al periodismo cultural como forma de vida. No me
arrepiento. Este es un oficio que nos enseña a escuchar, observar, cuestionar y
escribir. Gracias a este trabajo viajo, converso con grandes escritores y
artistas, tengo estupendos amigos y vivo experiencias únicas.
No
es una labor sencilla, pero creo que esta rama del periodismo juega un papel
importante en el registro de nuestro tiempo, pues habla de aquello que marca a
la sociedad en un nivel profundo: la cultura, el arte, la literatura.
En
su libro Zona de Obras (Anagrama, 2015),
Leila Guerriero relata que cuando le piden algún consejo para los colegas que
recién empiezan, su primer pensamiento es desalentarlos. Pero en un buen día,
añade, les diría: corran.
“Les
diría: sientan los huesos mientras corren como sentirían después las catástrofes
ajenas: sin acusar el golpe. Aguanten, les diría. Pasen las historias sin
hacerles daño (sin hacerse daño). Sean suaves como un ala, igual de peligrosos.
Y respeten: recuerden que trabajan con vidas humanas. Respeten”.
¿Cuál
es la historia que voy a contar antes de desaparecer? Esa es la pregunta con la
que enfrento la página en blanco.