sábado, 19 de septiembre de 2015

No es el amor, lo sé, pero es de noche...


No es el amor, lo sé, pero es de noche
y yo estoy sola, frente al mar que espera
con las uñas viscosas de sus algas
y el sello de la sal sobre sus piedras:
sin cesar, desde el agua y las espumas
mil ramajes de brazos me recuerdan
que aguardan todavía
tendiéndome su ausencia.
Las mismas olas que devoran barcos,
que van hundiendo mástiles y velas,
tiran siempre de mí
salvajemente
ceñidas, enroscadas, como cuerdas.

No es el amor, lo sé, pero qué importa:
tiene su mismo rostro hecho de niebla
y su temblor febril y su acechanza,
tiene sus manos blandas que se aferran
con dura precisión.
Tiene su misma insólita presencia
con el prestigio de un fulgor pasado
y la futura soledad que empieza.
Tiene sin duda del amor la insidia
y el desgajado abandonar reservas
hasta quedar desnudo
como un árbol reseco.
Tiene el rondar la sangre
como un fantasma hambriento
sobre la inaccesible piel del mundo,
lamiendo inútilmente su corteza,
desesperado, ávido,
con la exacta impaciencia
del querer, del después,
del otoño y la espera.
Y aquel recomenzar desde la bruma
que es su signo quizá.
Y su señal más cierta.

No sé cuándo ha llegado:
es como un viejo amigo que regresa
con el rostro cambiado por los viajes,
las fiebres, el alcohol, las peripecias.
Reconozco sus rasgos,
su voz que ha enronquecido, pero es ésta,
su antigua voz que dice otras palabras
semejantes a aquéllas.
No es el amor, lo sé, y sin embargo
es su paso otra vez, y las caricias
recobran los caminos sin urgencia.
No hay palabras, y puedo estar callada:
todo es tan simple así, tan sin sorpresa
y es tan fácil estar, tan necesario.
No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera? 

Julia Prilutzky

martes, 15 de septiembre de 2015

Fábula de cómo amar


Hay quienes creen poder hacer no importa qué
porque en todo caso son amados.
      Hay quienes creen poder hacer no importa qué
porque en todo caso aman.
      Hay quienes piensan que deben poner cuidado
en todos sus actos justamente porque aman.
      Hay quienes piensan que deben poner cuidado
en todos sus actos justamente porque son amados.
      Hay para quienes el amor está en el límite del
odio.
      Hay para quienes el amor está en el límite del
afecto.
      Pero hay también quienes confunden el amor
con el afecto y no comprenden que otros, en respuesta, confunden el amor con el odio.
      Hay quienes aman como el conejo extraviado
en el camino y atrapado en la trampa de los faros.
      Hay quienes aman como el león, que saquea
aquello que ama.
      Hay quienes aman como el piloto ama el poblado
sobre el que deja caer sus bombas.
      Hay quienes aman como el radar que dirige los
vuelos áereos.
      Hay quienes aman apaciblemente como la cabra
que se deja mamar por el niño hambriento.
      Hay quienes aman ciegamente como la amiba
que se traga al otro en su inconsistencia.
      Hay quienes aman demencialmente como las
palomillas aman la llama.
      Hay quienes aman sabiamente como el oso
ama dormir en invierno.
      Hay quienes se aman a sí mismos en el otro,
como hay quienes aman en ellos mismos a ese
otro en quien se convertirán por él.

György Somlyó
(versión de Francisco Segovia)

martes, 1 de septiembre de 2015

Los amores tontos

La verdad es que el tiempo aclaró las cosas. A pesar de todo, no te culpo. Tampoco pienso en ti como la mala de la historia. En realidad, ambos fuimos los bastardos, la mala semilla, los hijos de la furia.

Es difícil conversar de esto contigo. Sobre todo porque aún te amo. ¿No es irónico?

A veces salgo a recorrer la ciudad, solo, en mi auto, las ventanillas bajas, el aire golpeando mi cara, la música de ese cd que escuchábamos hasta el cansancio, el tráfico, el anochecer con su carga agobiante de calor y el convencimiento de saberse débil, hormiga, mota de polvo, entonces el único motivo para no tirarme de un puente es la loca, absurda esperanza de algún día volverte a encontrar, en otras condiciones, en otra ciudad, en otro mundo.

Llueve hoy, mientras aporreo el teclado de la pc. Y me pregunto qué hago acá, si mi posición -desde el comienzo de los tiempos- estaba a tu lado, beneficiándome un poquito de tu resplandor, de tu fuego vital, de tu forma de asumir los vaivenes del azar.

Duncan Sedano