domingo, 23 de febrero de 2014

Poesía en la mesa de cocina

Escribir es quizá el único arte en el que hay muchas mujeres de primera categoría”, afirmaba Susan Sontag. Durante las últimas semanas he tenido la oportunidad de descubrir a tres autoras que calzan a la perfección en la descripción de la intelectual norteamericana: María Polydouri, Julia Hartwig y Hamutal Bar-Yosef.
      ¿Qué tienen en común estas mujeres? Todas nacieron en el siglo 20; cuentan con una voz poética fuerte y directa que además habla del espíritu femenino ―el amor, la ternura, la maternidad, la cocina, la niñez― aunque sin una inclinación excesiva hacia escritos netamente de género; y forman parte del maravilloso trabajo de traducción de la editorial regiomontana-española Vaso Roto. Y para seguir esta línea de ideas, hay que apuntar que esta casa editora nació por la iniciativa de otra mujer escritora: Jeannette Clariond.
      Ya he tenido oportunidad de escribir sobre la obra de María Polydouri (Grecia, 1902-1930), cuyo libro Los Trinos que se Extinguen es traducido al castellano por primera vez por el poeta Manuel Macías.
      Esta obra forma parte del breve, pero valioso legado de Polydouri, en donde la escritora trata temas como la muerte, la enfermedad, el amor, el deseo, la soledad, el tiempo breve de los hombres:

Ni aquí siquiera, en esta tierra extraña donde me ha arrojado,
volteándome, la ola de la desventura,
pude encontrar la paz sepulcral de los naufragios.
Por más que la negra sed agite mis entrañas,
aunque mi voz se ahogue gimiendo de dolor,
siempre seré la víctima con que juegan los sueños.

Guardar en la memoria

“Escribir representa mi salvación. Y, no obstante, no escribo para salvarme”, sostiene Julia Hartwig (Polonia, 1921), cuya obra llega por primera vez a los lectores en lengua española gracias a Dualidad. Antología Poética, una edición bilingüe de Antonio Benítez Burraco y Anna Sorieska.
      Hartwig ve el mundo a través de un prisma que nos hace reflexionar sobre el tiempo, la fugacidad de la existencia, la soledad, el dolor que radica en la belleza que penetra la carne como hoja de cuchillo, pues lo que nos rodea es “claro, poco claro”, como sostiene uno de sus poemas. Sin embargo, es ahí donde reside la fuerza de la literatura, de la música, de la pintura, que nos dan la oportunidad de volvernos inmortales, un tema con el que la autor
a está plenamente identificad, pues pertenece a una familia de artistas:

El arte es conjurar la existencia
para que perdure
aunque su ámbito se extienda hasta lo invisible.

      El poder de la memoria y de encontrar el equilibrio en una vida contradictoria, que a veces carece de sentido, también se descubre en la obra de la Hartwig:

Experimentó la soledad y la melancolía
Como si sólo ella existiera
a pesar de saberse una entre muchos
Le fue dado conocer el amor
y que sus ojos se abrieran a las maravillas del mundo
La consumía el enigma de la partida.

      La poeta invita a darnos una pausa en medio del trajín de la vida contemporánea, a detenernos y contemplar nuestros dones, aunque estén envueltos con espinas:

Y cuando caminando entres en los cielos
No olvides que el corazón precisa
Un poco de tierra de la que brote una flor
Y algo de amargura, en pago por el tiempo,
Por todo cuanto no ha de cumplirse.

De cara a la noche

No hace falta explicar nada. O conoces el lugar donde duele o no lo conoces, sentencia el poema de Hamutal Bar-Yosef (Tel Yosef, 1940) que da título a la antología que recoge cuatro décadas de obra poética de la escritora israelí.
      El año pasado Israel fue el invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y en ese marco la editorial Vaso Roto publicó esta edición bilingüe que contiene textos de los libros Tiempo, Que sus labios, Mesa de cocina, El lugar donde duele, Contra la oscuridad y A los lectores.
      Nacida en un kibbutz, Hamutal vivió una etapa en la que, después del nacimiento del estado de Israel, se recuperó la lengua hebrea, lo que dio vida a una creación literaria muy particular. Así, en la obra de la escritora hay varias referencias al momento histórico que le tocó presenciar:

Tendremos un Estado: este sereto
se lo reveló a mis padres el extraño que hablaba por la radio,
un hombre intimidante y sabelotodo que gemía plegarias durante el Shabat.

      En la obra de Hamutal hay una fuerte voz femenina, que se traduce en versos alusivos a la maternidad, la comida, al tiempo que se pasa junto a la mesa de cocina, rebanando vegetales, preparando guisos.

También yo veo las grietas/ sobre la pesada mesa de la cocina,
más vieja que nueva.
También yo veo sus gruesas patas.
Coge el cuchillo/ corta el pan.

Sin embargo, también encontramos en los textos de Hamutal una visión cruenta sobre el mundo, sobre la fragilidad, sobre el delicado equilibrio cotidiano sazonado con nostalgias, con la memoria del daño y el dolor. La poeta nos hace consciente de esas áreas donde la sombra gana espacio de una manera inquietante.

Esta es nuestra primavera,
arroja montones de ropa al suelo,
sopla nubes de polvo y pájaros migratorios,
muerde subrepticiamente en carne viva,
cierra de un portazo y desaparece.

      La ironía, la esperanza que tiende su mano para luego esconderla, juguetona, también forma parte de algunos de los poemas de la autora, y aunque, como sostiene uno de sus versos, El poema se ofende cuando lo traducen, el trabajo de Mario Wainstein y Florinda E. Goldberg permiten al lector disfrutar de textos muy musicales, reminiscencias del original en hebreo:

Nombres y más nombres multiplicados, triturados, melodiosos
quien los pronuncia relincha como un caballo que llora en sueños.

      En El lugar donde duele nos topamos con una poesía honesta, cercana, que vuelve al lector partícipe de los miedos, los desafíos, las alegrías, las pérdidas y los sueños de su autora. Versos, que también nos confrontan con aquello que yace aletargado en nuestra alma, y que despierta para increparnos:

¿Cuánto? ¿Un año? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil?
A mí me llevó treinta.
La segunda vez sólo diez.
Después comencé a vivir,
a amar, a escuchar.

lunes, 10 de febrero de 2014

Tres poemas de Julia Hartwig

Desaliento


No fue suficiente recogimiento, ni tampoco suficiente sacrificio
no fue suficiente renuncia, ni tampoco conviviste lo necesario
no pensaste lo suficiente como los otros, ni tampoco fue suficiente lo que entendiste
no fue bastante amor ni tampoco bastante ternura
no mostraste la suficiente grandeza ni tampoco la suficiente humildad ni perseveraste cuando debiste
siempre culpables siempre impuros siempre condenados

Coda


Vacilante demasiado sensible e insensible en exceso
poco creyente pero anhelando tener fe
confiando a pesar de todo en poder tomar algo del festín de la vida
aunque convencida al mismo tiempo de no merecer nada
Siempre buscando aun sabiendo inescrutable el misterio
Extasis fue lo que le tocó en parte
aunque en ocasiones la despojaron de todo
cuanto la hacía estar en paz con la existencia
Experimentó la soledad y la melancolía
como si solo ella existiera
a pesar de saberse una entre otros muchos
Le fue dado conocer el amor
y que sus ojos se abrieran a las maravillas del mundo
La consumía el enigma de la partida
la imposibilidad de conciliarla con la naturaleza del ser
Se esforzaba por revivir el pasado
Acaso perdure lo que en apariencia ha concluido
si fuera algo así no cabe obtener consuelo
Cuando miraba hacia atrás decía:
Muéstrate agradecida Se mostraron espléndidos contigo


Claro, poco claro

Los sentimientos más apasionados
no alumbran a los mejores poemas
ni la música más lograda
ni los cuadros más sublimes
Y no obstante sin ellos
nada podría ver la luz

No cuentas cuando escribes
y sin embargo todo está contado
no te ocultas
pero estás escondida
no te exhibes
mas te ven y te reconocen
Admite
que en todo esto hay algo poco claro


*Traducción Antonio Benítez Burracoy Anna Sorieska (Dualidad, Vaso Roto Ediciones)



sábado, 8 de febrero de 2014

La nostalgia y su peregrinaje


“Aunque logres borrar los recuerdos, o enterrarlos muy hondo, no puedes borrar la Historia”, sentencia pensativo Tsukuro Tazaki, quien ve, a lo largo de los años, cómo la vida parece prescindir de él, dejándolo de lado, aislado, sin un lugar en el mundo.
A los 36 años, el ingeniero se pregunta, gracias al encuentro con Sara -por quien siente una fuerte atracción-, por qué a los 20 años la idea de la muerte lo obsesionaba. No es que el joven pensara en cómo suicidarse, mas bien consideraba que la vida era un tren del cual ya tenía ganas de bajarse, que el sitio en el que se sentiría mejor podría ser una oscura cavidad interminable.
En su reciente libro, “Los Años de Peregrinación del Chico sin Color” (Tusquets, 2013), Haruki Murakami presenta varios temas que son recurrentes en sus obras: la soledad, el amor, los sueños, la nostalgia.
Tazaki se percata de que el pasado sigue junto a él, como un invisible aliento denso y turbio, pero cuya presencia no puede negarse. El ingeniero trabaja en lo que siempre le ha gustado, el diseño y construcción de estaciones de ferrocarril, y en estos lugares, sentado en una banca, contempla el ir y venir de las personas, de las parejas, de los amigos, de los padres. Tazaki observa todo esto desde su solitud y se sabe extraño; él no posee ningún lazo afectivo sólido, sus amigos más queridos decidieron cortar toda relación con él, con el estudiante cortés y sosegado, con el chico sin color.
A diferencia de las historias más intrincadas que ha mostrado el escritor japonés en libros como “Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo”, “Kafka en la Orilla” y “1Q84”, en esta novela la trama se centra sólo en el periplo que vive el protagonista con el objetivo de buscar una respuesta a la pregunta que lo ha perturbado durante los últimos 16 años: ¿por qué sus amigos lo abandonaron?, dejando que se hundiera, sin explicación alguna, en el océano caótico de emociones e ideas que lo llevaron al borde de la muerte. Durante casi dos décadas Tsukuro ha vivido con “sus sentimientos guardados en el vacío de su corazón”.
Estos cuatro amigos que rompieron con el joven, dos chicas y dos chicos, tienen un “color” en sus apellidos, por lo que solían llamarse Mister Red, Mister Blue, Miss White y Miss Black. Tazaki era el único que no tenía color, y ahora, a la distancia, él piensa que ese vacío lo ha mantenido alejado de los demás, que ha provocado que sufriera un abandono tras otro.
En este viaje Tsukuru buscará esos sentimientos largamente ocultos, ya empolvados, para sanar una herida que, ahora lo sabe, siempre ha permanecido abierta.
“Los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen más bien, herida con herida,. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre, no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida”, reflexiona el joven, después de experimentar sueños perturbadores, experiencias dolorosas y charlas cargadas de melancolía, de la certeza de que el pasado no puede ser recobrado.
En “Los Años de Peregrinación del Chico sin Color” nos topamos con un Murakami nostálgico, que relata su historia al compás de las notas de “Le mal du Pays”, de Franz Liszt. Y, al igual que Tsukuru, llegará el momento en que debamos sentarnos a contemplar nuestro interior, y pensaremos en aquella época, en la que creíamos ciegamente en algo, pues éramos capaces de creer ciegamente en algo... “Esa emoción no puede haberse desvanecido del todo."