lunes, 19 de marzo de 2012

Gógol: entre la deseperación y la sátira


Las historias escritas por Nikolái Gógol surgieron en las tortuosas calles de San Petersburgo, en los poemas épicos de viejas batallas, entre los relatos de las comadronas o en voz de los fantasmas que pululaban tristes bajo las farolas, reclamando un viejo y querido abrigo.
El Imperio Ruso ponía un pie en el siglo 19, una época de cambios vertiginosos. El 20 de marzo de 1809 nació Nikolái Vasílievich Gógol en la actual Ucrania, un hombre que marcaría la literatura de su tiempo. Perteneciente a una familia que proclamaba su sangre noble, de ascendencia polaca, el autor de La Nariz comenzó su vida profesional en un modesto puesto burocrático. Pero la fortuna lo condujo al encuentro del célebre Alexandr Pushkin, quien lo alentó a escribir. Hay quienes aseguran que el poeta le dio a Gógol la idea para crear una de las obras más significativas de la Rusia decimonónica: Almas Muertas.
Catedrático en la Universidad de San Petersburgo, Gógol comenzó su carrera literaria con cuentos breves como La Nariz, La Avenidad Nevski, El Diario de un Loco y El Capote, este último influyó notablemente en narradores como León Tolstoi, Mijaíl Bulgákov o Iván Turgueniev. Es muy conocida la opinión de Fiódor Dostoievski al respecto: “Todos hemos salido del ‘capote’ de Gógol”.
La fama no tardó en llegar. Con la publicación de la comedia El Inspector (1836), Gógol se convirtió en un autor conocido, pero la obra generó polémica en los sectores políticos, por este motivo el autor viviría durante varios años entre Italia, Alemania, Suiza y Francia.
Durante estos años surgieron las novelas Taras Bulba, en donde la épica y la poesía se entremezclan para mostrar la vida de un cosaco ucraniano del siglo 15, y Almas Muertas, una obra que retrata parte de la problemática social del imperio ruso.
Considerado por algunos precursor de Kafka debido al tono fantástico de algunos de sus cuentos, la narrativa del ucraniano ha sido analizada por grandes escritores. El ruso Vladimir Nabokov afirma en un ensayo biográfico sobre Gógol, que éste fue un hombre infeliz y atormentado, y que su obra jamás intentó realizar cambios sociales. Afirma que el prodigio de su escritura radicaba en su capacidad para recrear las fantasías del espíritu humano. En relatos como El Capote, Gógol “se convertía en el mayor artista que Rusia haya producido jamás”, escribió el autor de Lolita.
En ese tono, el alemán Thomas Mann afirmó que “desde Gógol, la literatura rusa es cómica: comicidad de realismo, sufrimiento y piedad, de profunda humanidad, de desesperación satírica, y también de sencilla frescura vital; pero el elemento cómico gogolesco no le falta nunca, en ningún caso”.
Y la desesperación no sólo se presentó en los personajes del narrador. En 1848 Gógol realizó una peregrinación a Jerusalén. A su regreso, se encontró con el Padre Konstantínovskii, sacerdote ortodoxo que influyó en su espíritu de manera notable. Con apenas 42 años, el escritor decidió retirarse de la literatura y quemar la segunda parte de Almas Muertas, justo 10 días antes de su muerte.
Enfebrecido, al borde de la locura y con la salud quebrantada, el escritor falleció en Moscú, el 21 de febrero de 1852.
“¡Gógol ha muerto!...¿qué corazón ruso no se conmociona por estas tres palabras?... Se ha ido, el hombre que ahora tiene el derecho, el amargo derecho que nos da la muerte, de ser llamado grande....”, escribió Turgénev en la Gazeta de San Petersburgo, como un sentido homenaje.
Fantástico, perturbador, hilarente, las letras de Nikolái Gógol están ahí, una tentadora invitación para atisbar los recovecos del espíritu humano.