lunes, 28 de diciembre de 2009

Los amores difíciles...


“El amor dichoso no tiene historia. Sólo pueden existir novelas del amor mortal, es decir, del amor amenazado y condenado por la vida misma”, establece Denis de Rougemont en su ensayo Amor y Occidente. Tesis que encuentra eco en las tragedias de William Shakespeare como Romeo y Julieta, Otelo y Antonio y Cleopatra. En la primera obra, son dos familias y sus viejas rencillas quienes separan a los amantes; en la segunda, es el demonio de los celos el que enceguece a Otelo y lo impulsa a matar a su amada Desdémona; mientras que en la tragedia basada en la Vida de Antonio, de Plutarco, son las rencillas políticas las que orillan a la muerte a sus protagonistas. Y es cierto, es en los amores difíciles, en los desencuentros, en la lejanía de los amantes, donde aparece eso que conocemos como la pasión de amor. “Y pasión significa sufrimiento”, sostiene el ensayista suizo.

Esta definición aparece en la mayoría de las novelas que utilizan las contrariedades del amor como el eje de su trama. Tal es el caso de los personajes de Ana Karenina, de León Tostoi, y de Rojo y Negro, de Stendhal, quienes persiguen ese sentimiento febril que exalta y devora, mientras se rebelan contra las convenciones sociales de su época. Madame Bovary, escrita por Gustave Flaubert, merece mención aparte. Su protagonista, Emma, queda impresionada por las historias de amor que ha leído y espera al hombre que la libere del tedio, que le ayude a evadirse de la rutina diaria y de un esposo aburrido carente de imaginación.

Emma Bovary busca una pasión que la devore, que la subyugue, pero el placer es efímero y ella debe rendirse ante la evidencia de que sus cartas enamoradas eran destinadas a “un fantasma hecho de sus ardientes recuerdos, de sus lecturas más hermosas, de sus deseos más acuciantes”. Emma, en cada aventura amorosa, se había entregado a una ilusión.

El italiano Ítalo Calvino tampoco fue ajeno al tema amoroso, y lo explora en su libro de cuentos Los Amores Difíciles (Tusquets, 2000). Con sutil ironía, Calvino arma un libro apasionante acerca de la naturaleza misma del amor y cómo éste puede colocarnos en extrañas encrucijadas. Los escenarios –la cabina de un tren, una pequeña panadería, el baño, la cama, el océano – son tan distintos como los personajes que exhibe el escritor. Ladrones, camareras, prostitutas, señoras timoratas, oficinistas, fotógrafos, todo un zoológico humano pasa frente a los ojos del lector.

Entre la comedia y la amargura, esta serie de 15 relatos narra cómo el azar pone a dos personas en contacto y la forma en que el destino, o el hado, une estas existencias por un instante. Coincidencia que puede traducirse el roce de una mirada bajo la luz mortecina de un candil o en los asientos que les toca compartir a un par de pasajeros desconocidos, como relata La Aventura de un Soldado.

También hay historias que ponen a relucir la lucha diaria que sufren los amantes “comunes”, los que no tienen tiempo para dar vida a una tormentosa historia llena de arrebatos. Así, Calvino retrata los desencuentros de una pareja que sucumbe a la modernidad, en la que el único contacto se reduce a los aromas del ser amado, a la tibieza de un lecho que recién ha sido abandonado, como sucede en La Aventura de un Matrimonio. Más difíciles que nunca aparecen los amores que describe Calvino, en los que la racionalidad y el deseo establecen una lucha, batalla que parecería ajena a la modernidad del siglo 20, pero que anida tras la puerta de cada casa con apariencia pulcra y anodina.
Relatos de encuentros y desencuentros que constituyen el germen de las relaciones humanas, y que describen esa desesperación de no encontrar a la otra mitad que nos complemente y nos vuelva un ser único y perfecto.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Navegar entre tinieblas


“Y te sentí latir la noche entera, hija de los abismos, silenciosa, guerrera, tan terrible, tan hermosa que todo cuanto existe, para mí, sin tu llama, no existiera”.

Gonzalo Riojas


Haruki Murakami es sin duda uno de los escritores más leídos, admirados y repudiados en los últimos años. Heredero de la narrativa japonesa que cobró notoriedad con el Premio Nobel de Literatura Kenzaburo Oé, Murakami ha sabido explotar una voz literaria muy personal, que se alimenta del desasosiego, las luces de neón, la adolescencia incomprendida, el desamor y el miedo a la muerte.

After Dark (Tusquets, 2008), una pequeña novela de apenas 248 páginas, fue escrita en el 2004 y como en el caso de Tokio Blues, este libro alude también a la música, pero en esta ocasión a la pieza Five Spot After Dark, de Curtis Fuller.

Aunque este texto se encuentra muy lejos de las obras más complejas del autor, como es el caso de Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo o Kafka en la Orilla, el lector se encuentra con los mismos elementos que han obsesionado al japonés a lo largo de su producción literaria: la música, la juventud, el amor, las ciudades y los sueños.

De nueva cuenta son los solitarios los que tienen voz en el universo creado por la pluma de Murakami. Y son el azar y las casualidades los encargados de reunir a una variopinta gama de personajes que pronto acaparan la atención.

Sólo en la noche es posible que una estudiante universitaria pueda cruzarse con la fornida gerente de un motel de segunda y entablar con ella una amistad sincera. Sólo entre las sombras, una chica tatuada con el miedo puede hablar de su pasado mientras bebe un té caliente. Y es entre las callejuelas solitarias, que dos jóvenes se reencuentran para ofrecerse mutuamente una breve esperanza a los problemas que cada uno carga como un lastre.

Fiel a su estilo, Murakami entrega una narración ágil y fluida. La historia transcurre en una sola noche y en cada capítulo aparece grabada la imagen de un reloj que exhibe el paso del tiempo y cómo éste afecta a Mari, la estudiante universitaria de 19 años que protagoniza la novela, y a su hermana, Eri Assai, una mujer hermosa que ha decidido vivir atrapada en un mundo onírico.

A medida que pasan las páginas es evidente que sólo somos testigos de una serie de eventos ajenos al pasado. Aún en contra de nuestros deseos, el autor sólo nos permite echar un vistazo a la vida de estos seres nacidos en la modernidad, entre música estridente, tiendas de 24 horas y calles plagadas de criminales.

“En el amplio panorama, la ciudad parece un gigantesco ser vivo. O el conjunto de una multitud de corpúsculos entrelazados. Innumerables vasos sanguíneos se extienden hasta el último rincón de ese cuerpo imposible de definir, transportan la sangre, renuevan sin descanso las células. Envían información nueva y retiran información vieja”, describe el narrador en las primeras líneas. Y es así, como el lector se adentra en las vísceras de la urbe, reconociendo bajo una especie microscopio a sus disímiles habitantes.

Oficinistas, camareras, músicos, prostitutas, personajes que reflejan la sensación de estar aislado del mundo, esa enfermedad que atosiga a los seres contemporáneos como un malestar crónico.

Ante cada ser humano que aparece en esta aventura nocturna surgen preguntas que no serán contestadas. Cuando Korogui, la mucama de un motel, relata que ha estado huyendo los últimos años y muestra su espalda, marcada con hierro candente por sus perseguidores, queda claro que sólo tendremos acceso a esta pequeña fracción de su vida, jamás sabremos el desenlace de su historia.

Al final, sólo tendremos que esperar la luz de la nueva mañana y, como los personajes de Murakami, pensar que “aún falta mucho tiempo para que nos visiten de nuevo las tinieblas.”.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Existe un mundo diferente...


Haces unos días entré al Cereso Varonil de Saltillo para entrevistar a un interno sobre el primer lugar que obtuvo en un concurso nacional de cuento, organizado por la Secretaría de Seguridad Pública Federal y el INBA.
Al traspasar las rejas custodiadas por dos oficiales, no pude evitar sentir una sensación de oscura opresión, de nerviosismo incluso. A mi mente acudieron las líneas inscritas sobre la puerta del infierno que contemplan Dante y Virgilio: Por mí se va a la ciudad del llanto/ por mí se va al eterno dolor/ por mí se va hacia la raza condenada...
Ante las miradas atentas de los custodios, y algunos internos que se encontraban, a lo lejos, en el patio, hablé con Arturo Segoviano Reyna. Condenado a 12 años de prisión, Segoviano escribe diariamente, sin falta, para no renunciar al mundo, para escapar de su encierro, para abrir una ventana que le permita, durante las horas que dedica a fabricar historias, mirar brevemente la libertad.



Noche tras noche, Arturo Segoviano Reina construye con tinta y papel un mundo paralelo donde no hay celdas, culpa o aislamiento. “No es una evasión”, afirma con mirada tranquila mientras los guardias observan a los internos del Cereso Varonil de Saltillo. La tarde languidece y las arrugas del rostro curtido de Segoviano Reina se acentúan con la luz mortecina del atardecer, sólo faltan cuatro meses para que recupere la libertad después de 11 años de encierro, pero lejos de sentir ansiedad, el monclovense relata que fue gracias a las letras que decidió cambiar radicalmente su vida.
“Aquí es difícil, la soledad es lo que más influye en nosotros como internos, tenemos la libertad si se puede decir de poder estudiar, escribir, hacer algo con nuestras vidas. A veces uno se enfrasca en otras cosas y no les da salida a esas cosas bonitas que son la literatura, estudiar, leer libros”, dice con voz serena y cálida, que contrasta con la sensación agobiante que produce la sala de visitas del recinto.
“Un día me sentí muy solo y me dije qué voy a hacer con mi vida, tengo muchos años todavía por pagar y no hay algo que, cuando yo sea viejo, me ayude a poder decir que hice algo”, recuerda. El adagio de “plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo” lo impulsó, hace 10 años, a escribir historias, que más tarde se convertirían en cuentos, en poemas, en novelas, en “una ventana” a la libertad. “Yo tengo una familia, planté un árbol, pero me faltaba escribir un libro”, así que se decidió y si bien en un principio fue difícil, no claudicó y siguió escribiendo noche tras noche.
“Los mismos compañeros, hasta la propia familia, no se la creen que uno quiere cambiar, que quiere ver las cosas desde otro ángulo, ver la vida de otra forma que no sea la misma, que no siempre esté este estigma de que estamos encerrados y somos lo peor de la sociedad”.
“Yo me he dedicado desde el año 2000 a la fecha a escribir, tengo ahorita 13 cuentos, 13 novelas, tengo varias obras de teatro, poesías. Me he dedicado a escribir, a hacer algo por no mantenerme en el ocio”. Segoviano empezó “desde abajo” en el Cereso Varonil de Monclova –en donde estaba antes de que lo trasladaran hace unos meses a Saltillo-, ahí estudió la primaria, la secundaria, la preparatoria y la carrera en Procesos de Producción impartida por la UTR.
Los temas que Segoviano trata en sus obras dependen de su estado de ánimo, pero confiesa su predilección por la “tragedia” y el “drama”. “Mis historias tratan de la cruda realidad, tanto aquí adentro, como afuera. Yo tomo ciertas cosas que voy viendo de mis compañeros, mías propias, de gente que voy conociendo y voy escribiendo, no específicamente la vida de ellos, sino todo mezclado, yo creo mis propios personajes”.
Y como resultado de esta actividad febril, el coahuilense ha ganado, por segundo año consecutivo, el primer lugar del Certamen Nacional de Cuento “Silvestre Revueltas”, convocado por la Instituto Nacional de Bellas Artes, a través de la Secretaría de Seguridad Pública Federal.
“Mi vida era muy diferente a la que es hoy, antes nadie daba un peso por mí, pensaban que mi vida se iba a acabar, no sé, de repente, en algún problema… Un día vine y paré aquí en la cárcel con muchos años encima y también estuve en la disyuntiva de decidir o sigo siendo la peor persona o cambiar, hacer algo no porque las autoridades me den un beneficio, sino por mí, para sentirme bien”, expresa.
Segoviano declara que es un lector asiduo, pero para él hay un libro que lo impactó mucho y que fue de gran utilidad para su espíritu “La Magia del Perdón” de Roger Peniche. “Ahí leí sobre que hay que enseñarse a perdonarse uno mismo, a veces más que perdonar a las personas. Hay que perdonarnos nuestros errores, y también pedirle a las personas que están cerca de nosotros que nos acepten con los errores que hemos cometido, que nadie está exento de venir a para a este lugar”, plantea.
Cuando se le cuestiona sobre si esta necesidad de escribir continuará una vez que traspase las puertas del Cereso, Segoviano no puede reprimir una sonrisa al confesar que cada vez que toma la pluma una sensación de felicidad recorre su cuerpo, que le pone la piel chinita. “Es un alegría que a veces no se puede explicar, yo siento bien bonito cuando escribo… Todas las noches escribo, no hay una noche en la que no escriba, es mi ventana hacia la libertad. Cada que agarro una pluma, un papel, yo me transporto y ya no estoy en este lugar. Es mi forma no de evadir la responsabilidad, pero sí de salir de aquí y decir que existe un mundo diferente”.
Este año, Segoviano obtuvo el primer lugar del certamen literario con “Nuestro Secreto, una historia que “versa sobre la vida de dos niños que fueron muy maltratados en la escuela, por sus padres, no se les dio el apoyo y poco a poco se fueron desviando del camino… El cuento es duro, pero lleva un mensaje: cuiden a sus hijos”.
“Para mí es algo muy bonito saber que escritores que no conozco se interesan por mis obras. Yo siempre he querido que una editorial o un escritor vean mis cuentos, mis novelas, y me gustaría que alguien las publicara, es un sueño para mí”, expresa sobre las satisfacciones que le ha producido ganar este concurso.
Con voz suave, pero firme, Segoviano describe su futuro, que incluye navidades con sus hijos y, por supuesto, innumerables hojas en blanco para plasmar los relatos que aún bullen, vibrantes, en su cabeza.
“Yo quiero seguir escribiendo, no quiero dejar de escribir. Sí tengo que trabajar, pero siempre voy a escribir, es algo que me llena, que me mantiene vivo, es algo que quizá descubrí en este lugar, pero lo voy a llevar siempre”.

martes, 15 de diciembre de 2009

Recuerda, cuerpo…


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Hace ya un tiempo me di cuenta de mi obsesión por coleccionar sensaciones. No me parece en lo absoluto extraño, si alguien prefiere juntar cómics, igualmente válido me parece resguardar pequeños fragmentos de memoria.
Y esta es una tarea hecha sin premeditación, no es algo que uno pueda calcular fácilmente, cómo saber si un cruce de miradas incidental, o el breve roce de los cuerpos, podrán convertirse en algo que se debe atesorar. De la misma forma ocurre con las conversaciones, los abrazos, las lágrimas, las caricias… Por eso, cito al maestro Cavafis y cada año, al soplar las velas o cuando el jugo de las últimas uvas de diciembre se esparce dulce por mi boca, pido religiosamente: recuerda, cuerpo.
Cuerpo recuerda
Cuerpo, recuerda no sólo cuánto te amaron,
no sólo los lechos en que yaciste,
sino también esos deseos por ti
que brillaron claros en los ojos,
y temblaron en la voz– y que algún
obstáculo casual hizo fútiles.
Ahora que todos ellos pertenecen al pasado,
casi parece como si te hubieses
entregado a esos deseos– como brillaban,
recuerda, en los ojos que te miraban;
como temblaban en la voz, por ti, recuerda, cuerpo.
Constantin Cavafis

sábado, 12 de diciembre de 2009

Los amores tontos

La verdad es que el tiempo aclaró las cosas. A pesar de todo, no te culpo. Tampoco pienso en ti como la mala de la historia. En realidad, ambos fuimos los bastardos, la mala semilla, los hijos de la furia.

Es difícil conversar de esto contigo. Sobre todo porque aún te amo. ¿No es irónico?.

A veces salgo a recorrer la ciudad, solo, en mi auto, las ventanillas bajas, el aire golpeando mi cara, la música de ese cd que escuchábamos hasta el cansancio, el tráfico, el anochecer con su carga agobiante de calor y el convencimiento de saberse débil, hormiga, mota de polvo, entonces el único motivo para no tirarme de un puente es la loca, absurda esperanza de algún día volverte a encontrar, en otras condiciones, en otra ciudad, en otro mundo.

Llueve hoy, mientras aporreo el teclado de la pc. Y me pregunto qué hago acá, si mi posición -desde el comienzo de los tiempos- estaba a tu lado, beneficiándome un poquito de tu resplandor, de tu fuego vital, de tu forma de asumir los vaivenes del azar.

Duncan Sedano

viernes, 11 de diciembre de 2009

Lo recuerdo casi de memoria



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Hace unos días entrevisté a uno de los mejores poetas mexicanos vivos –sino el mejor, pero habrá quien ponga por delante al laureado José Emilio Pacheco-, Eduardo Lizalde. Más allá del trabajo, me sentí feliz de hablar por unos minutos con uno de los autores que más admiro y cuya labor poética me parece una auténtica alquimia del lenguaje.
“Ya sabemos que la poesía es, como decía uno de nuestros colegas, la muñeca fea de la literatura. Los editores no se animan a editar poesía, no es negocio la poesía y lo dice también algún autor alemán de mi generación, eso no puede vender temas o estilos. El narrador se ve obligado a repetir formas, personajes, seguir con secuelas que ya han tenido algún éxito”, dijo para satisfacción de todos los que vemos en la poesía esa trama que construye y reconstruye el universo.
“La poesía es insobornable y como decía, repito siempre esa frase estupenda del poeta Dylan Thomas, como no da para mantener ni a un pececito, los poetas vivimos siempre de otra cosa. Pero claro está, los poetas viejos, los de mi generación, empezamos a difundir libros y naturalmente no tenemos tan pocos lectores como los que teníamos a principios del siglo 20. El libro se difunde y algunos poetas viejos podemos vender unos cuantos cientos y a veces miles de ejemplares”.
Los versos del “Tigre” se prestan además para múltiples actividades: charlas de café, tardes solitarias, noches de despecho y desvelo o madrugadas en las que el deseo reina deliciosamente, furibundo, en una habitación.

Recuerdo que el amor era una blanda furia…
Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo.
Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras, ramo de tigres
era el amor, según recuerdo.
Recuerdo bien que los perros
se asustaban de verme,
que se erizaban de amor todas las perras
de sólo otear la aureola, oler el brillo de mi amor
- como si lo estuviera viendo.
Lo recuerdo casi de memoria:
los muebles de madera
florecían al roce de mi mano,
me seguían como falderos
grandes y magros ríos,
y los árboles –aun no siendo frutales-
daban por dentro resentidos frutos amargos.
Recuerdo muy bien todo eso, amada,
Ahora que las abejas
Se derrumban a mi alrededor
Con el buche cargado de excremento.


Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses,
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de esos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoran
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.

Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.

Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.

Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.

Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelva tontos, monos sin sentido.

Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.

Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.

Eduardo Lizalde

jueves, 10 de diciembre de 2009

Il re Lámpago


El pasado 2 de diciembre tuve el placer de presentar en la Feria del Libro de Guadalajara el último libro de Ricardo Castillo, un poeta tapatío que admiro mucho y cuya obra no debe ser pasada por alto.
Il re Lámpago fue editado por Alejandra Peart, bajo el sello Atemporia en coedición con la Coordinación Estatal de Bibliotecas Públicas de Coahuila, y proximamente se presentará en Saltillo, así como en Torreón y Monterrey.
A continuación transcribo las líneas que leí esa tarde y que intentan, en forma limitada por supuesto, mostrar el trabajo de Ricardo.



Sensación y Enunciación


Siempre me ha provocado curiosidad el lector que sostiene en sus manos un libro de poesía, además de algunas preguntas: ¿Quién está dispuesto a leer las cartas secretas que guarda el cráneo de cada poeta?, ¿Qué busca el comprador de un libro firmado por Elliot, Ted Hughes, Álvaro de Campos, Oliverio Girondo o Yeats? ¿Por qué alguien tomaría un texto cuyas líneas ofrecen la velada promesa de trastornar sus ideas?

Octavio Paz sostenía que la poesía transforma la vida, pero “no piensa embellecerla como piensan los estetas y los literatos, ni hacerla más justa o buena, como sueñan los moralistas. Mediante la palabra, la poesía procura hacer sagrado al mundo; con la palabra consagra la experiencia de los hombres y las relaciones entre el hombre y el mundo, entre el hombre y la mujer, entre el hombre y su propia conciencia”. Si la palabra describe al mundo, la poesía lo revoluciona.
Paz señaló también que la poesía quiere cambiar la vida y para lograrlo aprehende al mundo, lo devora. A la manera de los antropófagos, la palabra mastica todo aquello que la circunda, transformándose así en signo oblicuo, polisémico, que habla no sólo sobre quien la pronuncia, sino acerca de quien la escucha y del tiempo en que nace y se perpetúa.

José Agustín Goytisolo estaba de acuerdo en que la poesía no es de quien la trabaja, sino de quien la necesita. Y ahí estamos pues los lectores de poesía, buscándola para que nos ayude con ironía y belleza, con rabia y generosidad, con furia y arrebato, a seguir tratando de entender al mundo, a los demás, a nosotros mismos.

Ricardo Castillo brinda esta poética que busca en el lenguaje, en la reinterpretación y creación, los signos adecuados para expresar las cavilaciones y experiencias humanas. En Il re Lámpago (Atemporia, 2009) el poeta no tiene miedo de crear nuevas palabras que enuncien un significado casi mágico, como palabras enunciadas en un rito para dar vida incluso a cosas, a sensaciones nuevas.
Para Ricardo esta tarea no es reciente, desde hace años ha unido la poesía con el sonido, con la música, con el movimiento, con la danza. Más que una exploración, nos devuelve esta conciencia de la oralidad del poema, de tal suerte que éste es casi un ente orgánico que se va transformando constantemente.

Me gusta la idea de preguntarme, después de leer cada poema de Il re Lámpago en voz alta, por supuesto, y escuchando el disco que lo acompaña y que acentúa esta sensación sonora, a quién le pertenecen las palabras que voy enunciado. Y aquí está el rito, la magia, la cualidad primigenia del poema que Castillo nos regala.
La operación poética ¿es una actividad mágica o religiosa? A pesar de los encuentros, o desencuentros que esta cuestión puede plantear, me parece que a fin de cuentas el poeta lírico busca establecer un diálogo con el mundo, diálogo en que hay dos situaciones extremas dentro de las cuales se mueve el alma poeta: la soledad y la comunión. Para Paz “el poeta parte de la soledad, movido por el deseo hacia la comunión”.

Y si hablo de esto es porque al estar leyendo los versos de Ricardo en la soledad de mi habitación surgió esta sensación, que a muchos nos produce la música, la necesidad de compartirlos.

En Il re Lámpago los versos deben ser enunciados, las palabras deben estallar en ondas sonoras de ahí que la música, que la vibración incluso de las cuerdas vocales de la garganta deban sentirse al leer los poemas que nos ofrece el autor en cuatro apartados, Magma Nota, Dara Dansha, La Lengua en Triada, Bonavenalanza, cada uno es precedido por algunas líneas de Samuel Beckett, justo un escritor que sopesaba cada palabra que salía del tintero.
En Il re Lámpago las palabras se pisan una a otra, se siguen la pista, se huelen, se intuyen, y construyen y deconstruyen significados. Y aquí quiero citar algunos versos del apartado Magma Nota.

Y tú preguntas ¿por qué los pies deben obedecer esa música
Que vuelve a hablar de la luna y el relámpago
Por qué volver a hablar de un deseo que sólo tiene
Al vacío por aliado? (Magma Nota, página 16)

Al igual que la furia explosiva, brillante, deslumbrante a veces y por qué no, intimidante, del relámpago que aparece para rasgar el cielo, así los versos de Ricardo nos entregan estos instantes luminosos en que la fuerza y la ternura, la conciencia y la inquietud, se entrelazan
Sin duda los versos de Il re Lámpago deben resonar, la música está ahí agazapada, invitando al lector a invocarla por completo, a sacarla del libro para que los versos respiren vivos en el aire. Y esta sensación me recuerda un poco a los poetas concretos brasileños que hablaban de una poesía “verbi-voco-visual”, que se nutre sí de las palabras, pero también de la fonética, del ritmo, de la forma en que se coloca cada letra en la página en blanco para agrupar las palabras en constelaciones gráficas.

El poeta concreto ve la palabra en sí misma como un campo magnético de posibilidades, como un objeto dinámico, una célula viva, un organismo completo con propiedades psico - físico-químicas, con tacto, circulación, corazón: viva” (Augusto de Campos).

Y me gusta pensar en esta idea del poema como un organismo vivo, que necesita no la asepsia y formalidad de la academia, sino, como propone Ricardo, salir al mundo, salir de las páginas, salir de la mente para ser enunciada, para ser recitada al compás de la música, para formar parte de ese soundtrack personal que todos cargamos con orgullo.

Ricardo nos muestra esa necesidad oscura que mueve al poeta a participar en ese ritual de fecundidad que hace contemplar al hombre, en un instante, de qué manera el abismo se abre para revelar el ancestral laberinto de la memoria humana, compuesta por ese intento de explicarse el mundo a través de la palabra.
Hace un año tuve la oportunidad de hablar con Ricardo en la Feria del Libro de Saltillo y me dijo que para él “el poema es la condensación del lenguaje” y parte de lo que define a la poesía es “su capacidad de transfigurar el mismo lenguaje, llevarnos a las sensaciones”.
Eduardo Milán dice que “la poesía es necesaria primero porque tiene que ver profundamente con una actividad humana que es la imaginación y con otra actividad humana exclusiva, que es el lenguaje”. Y al leer los textos de Il re Lampago comprendí por completo esta idea del escritor uruguayo. Porque cada palabra seleccionada por Ricardo te lleva a escenarios unidos por esta conexión entre la sensación y la enunciación. El poema entonces se vuelve paladeable, masticable incluso.

El autor nos presenta a la poesía como arte sonoro y su representación, fuera de la página escrita, a través de la interpretación oral. Como señaló el entrañable Juan Gelman, el poeta sabe de la inutilidad de su tarea, y sin embargo no renuncia a la poesía, se niega a desterrar de su poética la esperanza de la vibración creadora, engendradora del lenguaje.
Cómo resistirse a un escritor, a un alquimista verbal que multiplica la poesía, no hay forma de hacerlo y no se debe dejar pasar a este poeta prodigioso.


Guadalajara, Jalisco. 2009.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Entre la palabra y el silencio

Busqué por todos lados unos versos que valieran la pena, que fueran luminosos o que revelaran al menos una señal, de esas que esperamos los que necesitamos la poesía… Tras ardua búsqueda en la que viajé (inevitablemente) por senderos maltrechos, por eriales en la penumbra. En fin... por aquellos sitios en los que anida nuestro espíritu y que no se visitan con frecuencia —y es que la poesía nos conduce inexorablemente a estos lugares— encontré un poema de Roberto Juarroz que puede que se acerque a esas charlas entrañables (que llegué a sostener con algunos amigos del pasado), en las que se liberan todos los nombres y los signos y las ideas que habitan entre la palabra y el silencio.

Esas raras y extraordinarias ocasiones en que se habla a raudales sobre los viejos y queridos amigos que ya no están, de los libros leídos, de las películas que sostienen polvo en los anaqueles del Blockbuster.... O por el contrario, esas pocas veces en que los silencios, el tacto y los sentidos dicen todo lo que estamos esperando.

No se trata de hablar

No se trata de hablar,

ni tampoco de callar:

se trata de abrir algo

entre la palabra y el silencio.

Quizá cuando transcurra todo,

también la palabra y el silencio,

quede esa zona abierta

como una esperanza hacia atrás.

Y tal vez ese signo invertido

constituya un toque de atención

para este mutismo ilimitado

donde palpablemente nos hundimos.


Roberto Juarroz

martes, 8 de diciembre de 2009

Los cristales de este viaje

Como cortina oscura, el otoño se abate taciturno... Tal vez no sea él sino yo, este espíritu que se pone melancólico en las postrimerías de cada año, en esta forzada renovación, pesada al espíritu, pero impostergable.


Los años se van

Los años se van...y, sí, es como el tren:
nos adelantamos a todo y los años se quedan
como el paisaje detrás de los cristales de este viaje
que el sol aclaró o empañó la helada.
Cómo se ordenan los sucesos en el espacio:

algo se vuelve prado, algo árbol se vuelve,

algo a construir el cielo se fue a ayudar...

la mariposa y la flor existen, ninguna miente:
la transformación no es una mentira...

Rainer María Rilke

lunes, 7 de diciembre de 2009

Trazo oscilante


La primera vez que leí a Juan Gelman fue hace 10 años, me parece. Era joven entonces y bullía en mí la necesidad acuciante de explicarme a mí misma a través de las palabras. No sólo lo leí. Después me enteré que existía un disco editado por la UNAM en el que el propio Gelman leía su poesía, lo compré y solía escucharlo entre clase y clase, tratando de asir alguno de esos versos para comprender esta furia de caimán aletargado que sentía adentro, como una carga tierna, furibunda, incluso dulce, incomprensible.

Años después, me encontré de nueva cuenta con Gelman en una lectura organizada por el Instituto Coahuilense de Cultura, fui con algunos de mis amigos más entrañables de la universidad y ahí, ante nosotros, el poeta argentino leyó esos poemas que me habían ayudado a comprender, de alguna manera, mi mundo.

Recuerdo que era una tarde oscura de invierno, ya era enero, me parece. El frío calaba hondo y la neblina envolvía el Museo de las Aves, el lugar del encuentro. Un puñado de personas estaba en el recinto, creo que menos de 20, situación que hizo que Gelman con una sonrisa dijera que los narradores habían conspirado, de nueva cuenta, en contra de la poesía. Al final de la lectura, que me conmovió hasta las lágrimas no sólo por los versos, sino por lo que yo sentía, literalmente, en mi interior, le tendí mi mano al poeta que la estrecho entre las suyas.

Hace dos años, en octubre de 2007, tuve la oportunidad de hablar con Juan Gelman por teléfono, por razones estrictamente periodísticas. La charla me dejó triste y confundida, aunque en aquel entonces agradecí la amabilidad del poeta por explicarme sus razones sobre un pleito ajeno a los dos, aún me siento traicionada no digamos ya por quienes creí mis amigos, sino por mi incapacidad para decirle lo necesarios que eran sus versos para mi espíritu y la gratitud profunda que sentía hacia él por este pequeño milagro.

Ahora, como entonces, siempre que me siento inquieta recurro a los poemas de Juan Gelman, farmacias del alma para criaturas como yo, ávidas de sensaciones que recorran la sangre.



Preguntas

Ya que navegas por mi sangre
y conoces mis límites,
y me despiertas en la mitad del día
para acostarme en tu recuerdo
y eres furia de mi paciencia para mí,
dime qué diablos hago,
por qué te necesito,
quién eres, muda, sola, recorriéndome,
razón de mi pasión,
por qué quiero llenarte solamente de mí,
y abarcarte, acabarte,
mezclarme a tus huesitos
y eres única patria
contra las bestias del olvido.


Una mujer y un hombre
Una mujer y un hombre llevados por la vida,
una mujer y un hombre cara a cara
habitan en la noche, desbordan por sus manos,
se oyen subir libres en la sombra,
sus cabezas descansan en una bella infancia
que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,
una mujer y un hombre atados por sus labios
llenan la noche lenta con toda su memoria,
una mujer y un hombre más bellos en el otro
ocupan su lugar en la tierra.



Poema

Entre los adelantos médicos figuran

el by-pass para que siga el corazón,

el láser para entrar a la vesícula

por un agujerito, y

muchos otros que empujan al cuerpo

contra lo desconocido.

Esta semejanza de la vida

provoca el llanto de la razón.

Nadie estudia los nervios

de la estupidez, las arterias

del mal, la médula del dolor, los huesos

de tanta angustia que gira por ahí

con trazado oscilante.

Hay quien dice que es inútil

porque no hay remedios,

no hay farmacias del alma.

Hay quien dice que esta noche

es igual a todas las noches.

Pero en esta noche canta

lo que nunca tendremos

y el pasado es un canario ciego

que te había visto.

En el vacío de tu imagen

estaba el ancho sol.

Juan Gelman

domingo, 6 de diciembre de 2009

Mejor que sea invierno

Es otoño y parece que ahora sí llegó, frío, nebuloso, invadiendo los resquicios de las habitaciones con polvos melancólicos, tristísimas polillas golpean las farolas que apenas brillan, para aparentar un calor inexistente, una alegría fría y vacía que parece mejor que ya sea invierno y así ya no forjemos ilusiones de que un rayo de sol calienta.
Ya saqué los abrigos, las bufandas, aún tengo frío. Lo mejor del otoño es que anuncia que pronto terminará este año, llegará el nuevo, que barrerá el polvo y traerá consigo promesas de otros pueblos, de otros caminos, de otro tiempo.


Presencia de otoño

Debí decir te amo.
Pero estaba el otoño haciendo señas,
clavándome sus puertas en el alma.

Amada, tú, recíbelo.
Vete por él, transporta tu dulzura
por su dulzura madre.
Vete por él, por él, otoño duro,
otoño suave en quien reclino mi aire.

Vete por él, amada.
No soy yo él que te ama este minuto.
Es él en mí, su invento.
Un lento asesinato de ternura.

Juan Gelman

sábado, 5 de diciembre de 2009

Fragmento

El traslado
las miradas arriba
abajo.
La virtud del equilibrista
puesta a prueba
las ganas de morder
despacio.
Y la piel marcada
de heridas, deseos
de necesidad.
No, la ciudad no se ha desplazado
todavía.