sábado, 23 de junio de 2007

La morada de las Fridas




El visitante traspone dos amplias puertas de madera y frente a sí encuentra un oasis en medio del tráfico y el bullicio del Distrito Federal. Atrás queda el barrio de Xochimilco y desde la entrada al museo Dolores Olmedo es posible escuchar el graznido de los patos y vislumbrar a lo lejos como los pavorreales despliegan su plumaje
mientras recorren las veredas empedradas.
El visitante prosigue su camino y observa a perros xoloizcuintles paseándose libremente a lo largo de un amplio jardín con bellos espejos de agua, así como la torre de una capilla virreinal que se erige en la ex Hacienda de La Noria, llamada así por los numerosos ojos de agua que en ella se localizan.
Al final de un largo camino –el museo ocupa una superficie de 23 mil metros cuadrados, un verdadero lujo para una ciudad de 22 millones de habitantes–, se encuentra la casa de la famosa mecenas Dolores Olmedo Patiño, que hoy está convertida en el recinto que aloja la colección más ambiciosa que se conozca de dos de los más importantes artistas mexicanos: Frida Kahlo y Diego Rivera.
De Rivera se muestran 144 obras que recorren las diferentes etapas artísticas y estilos por los que incursionó a lo largo de su vida: el cubismo que signó la obra juvenil del artista, los paisajes costumbristas de colores vivos que exhiben el verano español, los coqueteos con el surrealismo creado por André Bretón, las acuarelas del ocaso que realizó durante cada día que vivió en Acapulco, los retratos y autorretratos que exploran el rostro humano sin contemplaciones.
Dispuesta en amplias salas se encuentra la colección más importante de obra de caballete del pintor, así como litografías, bocetos y calcas de su obra muralista.

El viaje de las '26 Fridas'
Al final del recorrido, en el que la obra de Rivera comparte espacio con piezas prehispánicas y objetos del virreinato en una museografía audaz que no le concede descanso al observador, una pequeña sala umbría aloja la producción de la pintora del momento.
Las "26 Fridas" que posee el museo son el broche de oro, las piezas que han impulsado al visitante a llegar al lejano emplazamiento en que se ubica la ex hacienda. Ante las miradas ávidas de los turistas franceses y norteamericanos se presenta uno de los más famosos cuadros de la artista, que este año es celebrada por el centenario de su
natalicio, "La Columna Rota", pintado en 1944.
"Mi Nana y Yo", "Autorretrato con Changuitos" y "Unos Cuantos Piquetitos" son algunos de los títulos de esta colección de Frida Kahlo, una de las más importantes en el mundo y la más grande en México, cuyo valor asciende a más de 40 millones de dólares.
Sin duda la carta fuerte de un museo que es una joya de la arquitectura colonial del siglo 16, que cuenta con una colección de más de 600 piezas prehispánicas, tallas en madera y muebles que datan del Virreinato y un espacio para exposiciones temporales —en estos días exhibe en los jardines la obra escultórica de Carol Miller.
Además, existe una sala dedicada a la pintora rusa Angelina Belloff, quien fue la primer esposa de Rivera, en donde se exhiben 42 grabados y dibujos.
Pero hoy la sala ocho luce vacía, las "26 Fridas" se han unido a otras 300 piezas que se exhiben desde el 13 de junio en el Palacio de Bellas Artes. Su peregrinaje no terminará ahí, Monterrey las recibirá el 31
de agosto como parte del homenaje que el Fórum Universal de las Culturas 2007 le rendirá a la pintora mexicana mejor cotizada en el mercado del arte internacional.
Sin duda el Museo Dolores Olmedo, que abrió sus puertas al público el 17 de septiembre de 1994, es un sitio de peregrinaje obligado para los amantes del arte mexicano, pero será mejor visitarlo cuando termine el "año Frida" y que las 26 obras peregrinas retornen al sitio que pertenecen.


Trenzas, bigote y cejas forman un todo que animaliza y embellece, y ahí, continuando el rostro de la artista aparecen los changuitos, que la repiten y reflejan.


En julio de 1932 Frida vuelve a perder un embarazo y permanece internada en el Hospital Henry Ford, de esa época es la pintura: "Henry Ford Hospital".


El dato
El Museo Dolores Olmedo Patiño se encuentra en el Distrito Federal en Av. México 5843. La Noria, Xochimilco.
Código postal: 16030.
Tel: 555 08 91
Horario: Abierto de martes a domingo de 10 a 18 horas.

martes, 12 de junio de 2007

Como si algo estuviera por decirse


El tiempo transcurre gratuito. Se intenta una y otra vez que la vida resulte, sobrepasar el discurrir de las espigas, de la arena, de la certeza de la muerte.

No es sencillo, pero el camino debe ser andado con ojos atentos, prestos a la sorpresa. Nadie regresa al mismo sitio, Comala siempre muta en ciudades informes, que esperan ser descubiertas.

Los árboles

Los árboles se están cubriendo de hojas
como si algo estuviera por decirse.
Recientes brotes se distienden y abren;
una especie de pena es su verdor.

¿Acaso ellos renacen y nosotros
envejecemos? No, también se mueren.
El acto anual de su renovación
está escrito en anillos de madera.

Sin embargo, castillos incansables,
se trillan cada pleno y denso mayo.
Murió el año, parecen ya decir;
comienza nuevamente, nuevamente.

Philip Larkin

sábado, 2 de junio de 2007

Al final del viaje comienza el camino






El fin del viaje llegó. Se veía ya cercano cuando los amigos departían en las cantinas del Zócalo y conversaban sobre reportajes inconclusos o el periodismo amoroso de factura jacintista; cuando caminaban frente al Palacio de Bellas Artes o se tomaban unos tragos en algún barecito oscuro de la colonia Roma; cuando se abrazaban y se estrechaban las manos en el intento de asir todos los recuerdos forjados en cinco meses.

El viaje, es cierto, terminó. Pero ahí quedan las palabras compartidas; las fechorías nocturnas que provocaban esa risa fácil que sólo se da entre cómplices; los collares de cuentas multicolores que verán el sol en distintas regiones del país; el tumulto del estadio Azteca y el tráfico que dio lugar a charlas amenas, entrañables.

Los lazos que sólo pueden ser creados en viajes iniciáticos, la fiesta aderezada con peruanismos, el bullicio nocturno de la ciudad cuajada de luces y promesas. Todo esto, y un tumulto de recuerdos, han quedado atrás, lejos, en el DF, en Prende, y en todos los sitios que tuvieron la fortuna de observar cómo la humanidad se abre camino en un mundo caótico y mezquino; cómo la amistad puede surgir entre 10 personas radicalmente distintas, pero unidas por la esperanza de que un sitio mejor siempre es posible.

El viajero, cuando vuelve, regresa a otra ciudad, y no porque ésta haya cambiado, sino porque sus ojos tienen una mirada distinta. Sé que mis amigos, al igual que yo, llegaron a otra tierra que hoy ofrece nuevas calles, nuevas experiencias y un sinfín de caminos que se abren ante quien esté dispuesto a recorrerlos.


Al final del viaje está el horizonte,
al final del viaje partiremos de nuevo,
al final del viaje comienza el camino,
otro buen camino que seguir descalzos

contando la arena.


Silvio Rodríguez